sábado, 2 de marzo de 2013

Amargo



Sus labios sabían amargos. No estaba segura de si era sólo esa vez o si siempre habían sabido así. El caso es que eran amargos, amargos como algunas plantas no comestibles, amargos como el dolor que sentía en el fondo del corazón, amargos como ciertas partes de su existencia.

Se volteó y salió del lugar. La mujer con lencería barata pero provocativa la dejó marcharse sin hacer preguntas ni poner objeciones. Pagó. Amargos, tantos minutos de sexo y en ese momento se le ocurría que sus labios fueran amargos. ¿Los de ella eran amargos también?

Salió al viento gélido de una calle oscura. Esa amargura persistía en su boca. Una silueta se cruzó en su camino, una mujer le sonrió provocativamente. “No quiero más putas”, pensó un poco cansada de ese juego. La mujer de labios rojos se acercó a ella, le tocó la entrepierna sobre el pantalón ajustado y la besó.

No, esos labios no eran amargos, lo que era amargo era el sabor de la derrota, el metal del cuchillo, el olor sin gracia de la sangre, la boca llena… 

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