jueves, 28 de marzo de 2013

El cáncer de Amanda



Amanda vivió con cáncer más tiempo del que Irene podía recordar. Porque aunque había perdido los ovarios y la matriz, el cáncer no se había desvanecido del todo.

Irene aceptó el amor de Amanda después de la operación para extirparle varios órganos. Cuando la fue a ver al hospital, vio a una Amanda demacrada: su rostro estaba extremadamente pálido, con enormes ojeras bajo los ojos; sus labios eran más delgados y estaban partidos. Además, había bajado de peso.

A pesar de que Amanda parecía más muerta que viva, tuvo la fuerza de sonreír y de decirle que la amaba. Ese día, Irene lloró como hacía años no lo hacía. Y lloró por Amanda, por ella y por la maldita lluvia que no dejaba de deprimirla.

Desde entonces, la visitó todos los días, mientras estuvo en el hospital y mientras estuvo en casa. Y entonces se pudo dedicar a ella completamente porque se mudaron a vivir juntas.

Un día, Amanda se curó. Claro que eso fue después de muchos meses, quimioterapias, medicamentos y sufrimientos. Cuando Irene volteó hacia Amanda, en el consultorio del doctor, se dio cuenta de por qué se había enamorado de ella: lucía radiante.

Amanda ya no tenía cabello, su piel se había maltratado mucho por las terapias, su cuerpo era un vestigio de lo que había sido antaño… pero quería vivir y todo era por Irene.

Irene lloró por segunda vez en mucho tiempo, allí, frente al doctor y frente a la enfermera. Y Amanda la abrazó como si el cáncer no se hubiera robado una parte de su vida.

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