Abrió las piernas para acomodarse. Pero entre
tanto alcohol y hierba, no recordaba que había olvidado usar bragas. Por lo
menos diez personas se fijaron en sus movimientos y, minutos después, ocho de
ellas, hombres, estaban a su alrededor como moscas.
-- ¡Que se vayan! --decía ella riendo porque
no podía evitarlo.
Sentía cómo los hombres la tocaban. Una mano
en un seno, otra apretando un pezón, una más entre sus nalgas... incluso unos
dedos acariciaban vulgarmente su vulva. No lo soportaba. Ella era lesbiana y se
sentía profanada por unas manos tan toscas. Le daba asco pero, en su estado,
nada podía hacer.
Ni siquiera podía recordar con quién había ido
a ese lugar. Su vida no podía empeorar ya. O eso esperaba... esperaba de
verdad.
-- ¿No la oyeron? --se escuchó decir de una
voz de mujer--. ¡¡Que se vayan!!
Ella se sintió libre de todas esas manos. Se
sintió libre y ya no tan sola. La mujer que tan amablemente la había rescatado,
la tomó por el brazo y la subió a su coche. La aguantó el resto de la noche, a
pesar de que sólo decía estupideces.
Y,
cuando despertó al medio día, se encontró desnuda entre sábanas rosas y aterciopeladas
y descubrió a su lado a la mujer más bella que había visto. Cerró los ojos y
volvió a dormir.
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