lunes, 4 de marzo de 2013

Manos



Sus manos resbalaban por su piel marchita. La lavaba con dedicación, en las partes delicadas con más suavidad, como si sus dedos se volvieran de seda. Los ojos opacos de Elisa ni siquiera volteaban a ver las manos serviciales, estaban fijos en una mancha en el borde de la tina. Y bajaba el agua por cada rincón, por sus curvas cada vez más pronunciadas, por sus huesos cada vez más salidos.
Los labios de Elisa estaban ligeramente abiertos. Las lágrimas caían silenciosamente, con parsimonia, como si no tuvieran prisa por confundirse con la masa de agua con jabón. Sus manos seguían allí, diligentes, de un lado a otro, agradables y cálidas. Sus manos seguían ahí pero la dueña del cuerpo ya se había ido.

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