Cuando la luz del sol entró por la ventana,
Mirella notó que los ojos le ardían prácticamente demasiado. Se cubrió el
rostro con el grueso cobertor de lana que utilizaba para dormir pero no fue
capaz de volver a conciliar el sueño. Suspiró. La pelea de la noche anterior
había sido todo un éxito, por lo menos si el éxito se trataba de muchas horas
de llantos, gritos y maldiciones. Y, tras todo eso, el hecho saltaba a la
vista: ya no se querían.
Se levantó tan rápido como le fue posible. Después
de tanto llanto, le dolía la cabeza como si una batalla con bombas atómicas
hubiera tenido lugar allí dentro. Corrió hacia el baño, con la urgencia de
tomarse una pastilla y esperar a que el dolor se desvaneciera en una nube
incongruente de alivio. Cuando regresó a la habitación envuelta en una toalla,
después de haberse bañado con agua fría, le pareció que el mundo ya no daba
tantas vueltas y que casi, casi, podría sonreír y encarar la vida.
Pero no pudo. De frente se encontró a Mercedes,
su orgullosa novia, la de la pelea, la del dolor de cabeza. No dijo nada, pero
su mirada impregnaba la atmósfera de una horrible sensación, como de vacío, o
de sentirse encerrada, o de ambas. Rogó por que hablara, aunque fuesen palabras
hirientes llenas de premeditación. De pronto se encontró llorando, como la
noche anterior, pero no para que se quedara.
— Vete —dijo, congestionada, dolida, harta—. Vete
y no regreses.
Mercedes pareció ofendida. No le dolía el corazón,
no le dolía como a ella. Le dolía el orgullo porque era lo único que tenía en
ese cuerpo detestable. Ya no la soportaba mas no había tenido el valor de
manifestarlo para que, por fin, saliera de su vida. Mercedes, con la cara roja
de vergüenza y los ojos llenos de lágrimas de rabia, se le acercó, la miró de
arriba a abajo y de regreso, y le asestó una bofetada que le rompió el labio.
Mirella sintió la sangre cálida y salada en la
lengua cuando la acercó a la herida en la parte interior del labio roto. Sollozó.
La mujer a la que había creído amar seguía junto a ella. Le dio otra bofetada y
otra y otra… y muchas más, tantas que perdió la cuenta. Cuando recuperó la
conciencia, se dio cuenta de que en las relaciones entre mujeres también había
violencia, golpes, dolor. Debió haberlo notado antes.
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