Sintió un dolor agudo y profundo, demasiado
intenso para si quiera intentar controlarlo. Era el dolor de lo podrido, de la
inminente muerte. Se observó el brazo derecho para notar que en realidad estaba
pasando: gran parte de la muñeca era ya oscura y las heridas rezumaban pus.
Reprimió un grito de terror y lo reemplazó por uno de dolor. Habría dado lo que
fuese por arrancarse la mano pero no tenía la voluntad suficiente para hacerlo
con los dientes… aún no. Tampoco tenía nada que cortase y, aunque lo tuviera,
le faltaban fuerzas. Su secuestradora se había ocupado de que le faltaran en
todo momento, haciéndola sangrar y dándole de comer míseras raciones de pan y
agua, lo necesario para no morir de hambre.
En esos momentos ya no estaba atada, ni
siquiera ocupaba la silla en la que hacía eones la había amarrado una mujer de
sonrisa casi agradable. Estaba quebrada, rota, sin capacidad alguna para
resistirse a amar a la otra porque, al parecer, eso era lo que quería. Al
principio sus besos eran fingidos, sus ofrecimientos falsos y sus palabras de
amor imposibles de creer. Pero eso fue cuando aún no tenía hambre ni sed, eso
había sido hacía… ¿cuántos días? No estaba segura. Allí, en ese lugar húmedo
que olía a desechos humanos, el tiempo pasaba sin que se notara su presencia.
Ignoraba si era de día o de noche y de todas formas daba igual porque siempre
estaba oscuro.
Trató de incorporarse. Fue un esfuerzo
doloroso, para nada gratificante, y no valió la pena porque a medio camino se
estrelló contra el suelo, sin ganas de ponerse en una posición más cómoda. Sus
ojos estaban acostumbrados a la oscuridad e incluso el único foco amarillo de
la habitación irradiaba para ella algo parecido a la luz del sol. Dobló los
dedos de los pies y recordó que ya no tenía tres. Los había perdido por no
murmurar a tiempo un fingido "te quiero". Su captora, en un arranque
de ira, había salido corriendo del lugar y regresado con unas pinzas
quirúrgicas y un bisturí. Por ese entonces aún estaba amarrada, así que además
de retorcerse y gritar incontrolablemente, no puso ninguna otra resistencia.
Aún podía sentir el dolor en la base de los
dedos de cuando se los quitó limpiamente con el bisturí, uno por uno. Luego los
había agarrado con las pinzas y se los había mostrado con tal regocijo que se
puso a llorar. Las lágrimas también tuvieron su precio, porque no era posible
sufrir tanto por algo tan mundano y terrenal como tres extremidades inútiles. Ese
mismo día, el dolor de los dedos amputados se sumó al de una muela menos. La
mujer realizó el procedimiento con instrumentos de dentista rudimentarios, lo
suficientemente útiles para mantenerle la boca abierta y arrancarle la muela de
raíz. Tuvo el sabor de la sangre en la boca durante mucho tiempo, a pesar de
los lavados que había recibido.
Pensó en intentar levantarse de nuevo pero
descartó la idea rápidamente al pensar en lo que podría ocurrir si la mujer la
encontraba de pie. Tal vez sólo le diera una patada y la volviera a tirar o
podría hacerle más cortadas pequeñas e incómodamente dolorosas en los pezones,
haciéndola sangrar lo suficiente para provocar que se desmayara. En lugar de
eso, juntó los restos de su magullada voluntad y se colocó de lado, con mucho
cuidado de no tocar la carne a medio podrir de su muñeca derecha con nada. El
movimiento hizo que tuviera náuseas, pero no tenía nada que vomitar y la
sensación desapareció con rapidez.
Quiso llorar y no pudo. Parecía que las lágrimas
aparecían sólo en los momentos más inoportunos. Tampoco gritó por las punzadas
de dolor que seguían aumentando de intensidad en la carne ennegrecida. Tenía la
garganta seca y el corazón hecho un amasijo de confusiones que había decidido
amar a quien la había hecho prisionera, aunque no estuvo segura de cuándo la
decisión había comenzado a ser tan real. Quería ver entrar a la mujer que amaba
por la puerta, sentir sus labios, sus caricias… Sacudió la cabeza con
debilidad. No era eso lo que en realidad quería, ¿o sí? ¿Tanto la había roto?
Recordó una oración que había estado olvidada todo ese tiempo y rezó, rezó para
que esa pesadilla acabara pronto, para morir y olvidarse de todo.
La puerta se abrió de golpe y vio entrar a su
novia captora con un hombre que tenía facha de médico. Entonces comenzó a
llorar y sus sollozos fueron tan fuertes que no le permitieron escuchar cómo
ese hombre le salvaría la vida.
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