Entonces sintió esa punzada de sentimiento casi
desconocido que no le llegaba desde… desde que la vio con su último novio, y eso
ya tenía por lo menos diez años. No tuvo más remedio que sonreír, asentir y
guardarse las lágrimas para un momento más propicio, uno en el que pudiera
maldecir en paz los malos ratos de la mujer que le gustaba. El tipo tuvo el
descaro de hacerle la plática, contarle cómo había conocido a Anastasia y reír
con esa facilidad que sólo le salía a una persona feliz.
Ella se excusó lo más pronto que pudo, encontró
a Anastasia y se despidió con un sonoro beso en la mejilla. Luego salió huyendo
hacia la oscuridad de la calle, donde empezó a llorar. El tipo era feo y de
estatura baja pero la amiga que sentía casi perdida lo prefería. ¿Por qué? Lloró
amargamente hasta que ya no supo en qué lugar se encontraba. Casi tuvo miedo.
Se subió al primer transporté que encontró, se sentó y se quedó dormida.
Cuando despertó, tuvo la certeza de que Anastasia
ya no estaba. Parpadeó, perpleja, muy desconcertada. Al parecer, no había
dormido mucho. Se bajó del transporte público, corrió a una tienda, entró y
marcó el número de su amiga. Contestó el tipo feo y su voz le hizo recordar
todo el dolor que aún llevaba guardado. Pero Anastasia ya no estaba. Se había
marchado para no volver jamás porque de los caminos de la muerte nadie regresa,
ni siquiera la mujer más bella del mundo.
Apretó los dientes y se mordió un labio hasta
que sintió el sabor de la sangre en la boca. Lo único que pudo pensar en ese
instante fue que Anastasia, su amor durante la mayor parte de su vida, se lo
merecía. Nadie debería tener el poder de rechazarla.
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