Y le sonrío porque soy una hipócrita, porque al
parecer cualquiera puede comprarme con un chocolate. Le digo que sí, que estoy
dispuesta a verla a pesar del odio que aún siento hacia su persona. Luego
cierro la puerta, entre risitas estúpidas, bromas melosas y cortesías forzadas.
Pero, cuando me encuentro a solas de nuevo, grito en silencio, lloro porque no
sé de qué otra manera expresar la ira que llevo dentro.
Sin embargo, sigo sin el valor de rechazarla. Después
de todo, fue mi gran amor y creo que aún queda un poquito de sentimiento entre
nosotras.
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