miércoles, 26 de febrero de 2014

Sexo casual: IV

— Dame un beso murmuró. Un beso de amigas. Y no me digas que tienes novio, porque le pusiste el cuerno al último que te conocí y no creo que el tipo con el que piensas andar ahorita te guste en serio.

 No puedo... Es que... no puedo nunca había visto vacilar tanto a Elena y se sintió culpable por provocar esa situación. Pero ya no podía más. Llevaba un año enamorada de ella, perdida, loca, y la pasión le quemaba el pecho lo suficiente como para causarle un dolor punzante que no la dejaba ni respirar.

Y habían estado dos meses de vacaciones, dos meses que habían aprovechado para ir al cine, dormir en casa de la otra y caminar por las colonias viejas de la ciudad. Elena había tenido cuatro novios en ese tiempo, novios que se habían ido tan rápido como habían llegado, pero con el corazón roto. Y ella... ella había decido que su relación con Joaquín iba a fracasar tarde o temprano, así que prefirió terminarla temprano.

La vida había cambiado y mucho. En secreto, el día de su cumpleaños 18, se prometió que su relación con Elena no cambiaría, que no se debilitaría ni se rompería como todos los lazos que había presenciado, que la seguiría viendo a pesar de todo. Sonrió, calmando su corazón estúpido que no dejaba de latir. Empezó a dolerle la cabeza y se preguntó por qué se desesperaba. Estarían juntas para siempre y ése no había sido el mejor momento de pedirle un beso.

— Dalia, no puedo besarte, perdóname se sobresaltó. Elena nunca la llamaba por su nombre, no cuando estaban solas. Se le trabaron las palabras en la garganta y ni siquiera pudo preguntar por qué. Estoy saliendo con una chica... Perdón, no sabía cómo decírtelo, no sabía si lo aceptarías o si me dejarías de hablar, me daba miedo.

Se le fue encima un pedacito de mundo. Sintió que lloraba pero no quiso tocarse la cara para comprobarlo.

— ¿Con cuántas has salido? ¿Desde hace cuánto? ¿Por qué no...? prefirió no terminar la frase.

 Desde antes de conocerte. También salgo con hombres, ya sabes, pero es diferente percibió un sonrojo en sus mejillas y sintió celos, envidia, ganas de matar y de morir.

Se levantó rápidamente, lista para ir al baño. Murmuró un rápido "ya regreso" y se fue casi corriendo. En el baño, frente al espejo, las lágrimas comenzaron a caer. "¿Por qué no pude ser yo?". Pero, para desgracia suya, no quería escuchar la respuesta a esa pregunta.

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