sábado, 22 de febrero de 2014

Sexo casual: II

Elena tomó su mano y ella sintió desfallecer. ¿Cuánto tiempo llevaba deseando aunque fuese ese contacto mínimo? Según recordaba, por lo menos los últimos tres o cuatro meses, algo preocupante si consideraba que llevaba apenas seis meses de conocerla. Intentó que el rubor no le subiera a las mejillas ni a las orejas, también que no le sudaran las manos y, sobre todo, que no fuera a tartamudear cuando le dirigiera la palabra porque Elena podría notar que era extraño.

Contuvo la respiración un segundo y se dio cuenta del martilleo de su corazón. Por un segundo se sintió mareada, pero se obligó a guardar la compostura. Las amigas se agarraban de la mano, claro, lo hacían todo el tiempo. Ella lo había visto varias veces antes. ¿Entonces... por qué se sentía tan bien? Suspiró, agotada por procesar tanto un simple gesto que para Elena seguramente no significada nada.

 Estás sudando comentó la voz de la otra mujer, grave, fuerte, imponente. A ella se le quedó la mente en blanco y ni siquiera abrió la boca para emitir una negación, o una afirmación o cualquier excusa barata. Te gusta, ¿no? no lo comprendió, ¿a quién se refería?

 Sí mintió por inercia, porque le era más fácil esa mentira que contarle la verdad.

 Lo sabía dijo riendo, con una carcajada melódica al final que le provoco más latidos bruscos. Eres muy obvia, ¿sabes? Siempre que lo ves pones una cara rara, pero recién me entero que te pones tan nerviosa como para sudar.

Asintió y bajó la mirada, sólo para conservar la mentira. Entonces le soltó la mano y le dio un leve empujón que la obligó a mirar el paisaje escolar. Comprendió en ese momento que Elena se refería a un joven alto y delgado que se encontraba cerca del campo de futbol platicando con su grupo de amigos. Recordaba haberlo visto antes en alguna clase, química orgánica tal vez, pero nunca le había hablado.

Elena se le puso enfrente, imponente en toda su altura. Ella tuvo tiempo de verle los pechos pequeños, la cintura estrecha y los labios delgados, todo en una sola visión que se fundía con su ansiedad.

 Debes decirle lo que sientes sentenció. Vio por adelantado que la obligaría a hablarle y a decirle que le gustaba, a avergonzarse frente a toda la escuela. Pero le gustaba tanto que no fue capaz de contradecirla. Y así, a sus 17 años, tuvo a su primer novio.

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