domingo, 24 de febrero de 2013

Bajo la influencia del alcohol

Últimamente, se veían muy a menudo. A ninguna de las dos le agradaba y no sabían por qué. Se conocieron unos años antes, tal vez cinco, un poco después de volverse cuñadas. Amanda era esposa de Ernesto, hermano de Paloma.  De verdad, ellas no se llevaban nada bien a pesar de verse tan seguido, dos veces por semana. A veces, incluso salían a tomar unas copas, con Ernesto, claro, pero el ambiente, al principio, no mejoraba mucho.

Amanda le tenía resentimiento a Paloma por una pena pasada y ésta odiaba a Amanda por una futura. Cuando estaban frente a Ernesto, trataban de sonreírse, de conversar e incluso de intercambiar cumplidos que ninguna de las dos se creía. Y seguían saliendo juntas. Al parecer, ambas se habían hecho adictas a ese ambiente hostil. Llegaron a ser tan adictas que un día salieron solas porque Ernesto tuvo que trabajar horas extras.

Era probable que su temor más grande fuese quererse, llegar a tener una relación íntima, aunque sólo fuera como cuñadas. Paloma no soportaba esa idea. Pero tampoco soportaba otra: enamorarse de Amanda. No es que lo estuviera, desde luego, es que cabía la posibilidad. Le daba miedo. De hecho, desde hacía dos semanas, se sentía nerviosa cuando iba a verla y se arreglaba de más. Era un cambio.

También le daba pena. Amanda no era nada bonita. Era incluso una mujer fea. Si se enamoraba de ella, ¿cómo se iba a ver al espejo? ¿Cómo se iba a decir que alguien así le parecía atractiva? ¿Cómo iba a admitir que ella la volvía loca? Además, nunca se había planteado ser lesbiana, ni siquiera bisexual. Le parecía una idea antinatural. Sin embargo, nada podía hacer, le parecía que estaba presa en una telaraña.

La noche que salieron juntas sin Ernesto ocurrió aquello. Paloma bebió mucho y Amanda le siguió la corriente. Cuando Paloma notó lo que estaba pasando, sus labios ya estaban sobre los de Amanda y su lengua se esforzaba por abrirse paso en esa boca jugosa. Quiso reprocharse algo pero no pudo. Sólo pensó que ella le estaba correspondiendo y que su primer beso lésbico había sido todo un éxito.

Después de ese incidente, Paloma notó que se estaba enamorando de Amanda pues aún no podía admitir que ya estaba en esa fase. Siguieron viéndose dos veces a la semana e incluso llegó a ignorar la existencia de sus sobrinos. Nunca pensó en tenerla para ella porque era un romance prohibido, no porque fuesen mujeres, sino porque era la mujer de su hermano y eso era cuestión de honor.

Entonces dieron el siguiente paso: se besaron frente a Ernesto. Ese día los tres se emborracharon. Ellas, de repente y como si fuera la cosa más normal del mundo, comenzaron a besarse y no pararon hasta que Ernesto jaló a Amanda. Desde esa fecha, las cosas no iban bien para nadie. Por eso no les agradaba verse tan a menudo mas no había otra solución: vivían juntas.

Algo le dolía a Paloma y su odio contra Amanda iba en aumento. Nunca estarían juntas. Amanda tenía una familia, Paloma una vida por hacer. Simplemente no estaban destinadas a compartir senderos de vida. Últimamente se veían muy a menudo y sabían que los besos furtivos no podían existir en su relación. Por lo menos sobrias porque, eso sí, bajo la influencia del alcohol, podían hacer lo que quisieran y no les importaba quién se entrometiera.

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