jueves, 30 de enero de 2014

Nueva vida

Se fue por la misma puerta por la que había entrado a su vida un año antes. La diferencia era que la puerta ahora estaba pintada de verde chillón, ya no de café. Desde luego, la decisión había sido de la mujer que se acababa de marchar y ahora Aurora se vería en la obligación de mandarla a pintar o, mejor, cambiarla para no recordar que le habían roto el corazón.

Se tiró en el sofá que también había elegido la joven que acababa de pasar a su lista es ex novias, bastante larga ya. Encendió el televisor que no se podía ensuciar de recuerdos mundanos porque lo había comprado hacía tres años. Lo encendió pero no lo miró. Echó una rápida ojeada a su alrededor y suspiró. Tendría que cambiar toda la casa si pretendía olvidarla... tendría que regresar a las visitas al psiquiatra y posiblemente a los fármacos que debían regresarle la felicidad.

Intentó llorar por lo perdido, por los cambios que debería hacer, porque creía que Salomé estaría con ella para siempre. No pudo. Las lágrimas se habían ido con las risas, con el sonido de los tacones de esa mujer a las 2 de la tarde, con su tarareo en la cocina cuando preparaba la única cosa que sabía hacer. Recordó el sabor de los espaguetis, su forma de echarle sal a los huevos fritos mientras alegaba que había un lugar especial en el infierno para los que no comían huevos con sal.

A pesar del dolor que sentía en el pecho, sonrió. Ignoró la opresión, las pocas ganas que tenía de respirar, el leve aroma de la mujer que había amado apasionadamente y que en realidad no quería olvidar. Observó la pulsera que traía en la muñeca derecha, la verde con piedritas verdes e hilo verde. Salomé tenía una obsesión con ese color. Sin saber qué le pasaba, se echó a reír. Entonces las lágrimas sí afloraron y se deslizaron galantemente hacia los mosaicos con patrones intrincados que formaban el piso.

Las lágrimas siguieron su curso mientras Aurora maldecía hasta al mismísimo demonio por haberle quitado a Salomé. Pero en el fondo sabía que la mujer se había ido por voluntad propia, porque ya no estaba feliz con la vida compartida en este pequeño departamento de una colonia marginal. Sí, nadie se la había quitado, así que ni siquiera contaba con ese consuelo.

Se mordió el labio, con fuerza, con el deseo de hacerlo sangrar. La sangre no llegó pero probó el regusto entre amargo y salado de las lágrimas que seguían derramándose sin tregua alguna. Se levantó sin saber bien qué hacer después. Su mirada se topó con la fotografía enmarcada donde una Aurora llena de esperanzas y una Salomé de caderas amplias se tomaban de la mano frente a un árbol gigantesco. Tomó el cuadro, lo aventó contra la pared, recogió los fragmentos y los volvió a azotar.

La fotografía quedó en el suelo, inerte. Aurora la contempló y no encontró en ella ningún motivo válido para dejar de llorar. Se sentó en el piso, sobre los fragmentos, haciéndose daño a propósito. Esperaría en esa posición la llegada de un nuevo día. Tal vez entonces se daría cuenta de que no era algo tan grave y sabría por dónde comenzar su nueva vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario