miércoles, 30 de enero de 2013

Amarillo demencial: VI



Yo no quería empezar de golpe todo este asunto del amor. No sé si me entiendas. Aunque no lo aparente, sufrí una violación y la peor parte es que lo hizo alguien que tenía toda mi confianza. Por eso no pude dejar que Janet me tocara demasiado. Según yo, ya me lo tenía bien superadito pero debí saber que no era cierto pues ni siquiera fui a las terapias que me recomendaron por internet —en los foros ya que a nadie que me conociera se lo dije—.

            —Hay que empezar por partes —se me ocurrió decirle cuando acabé de llorar. Es que de verdad fue muy difícil verme ahí con los senos al descubierto y sus manos encima… Sí, me acordé del sucio imbécil. Fue una simple reacción, un condicionamiento al puro estilo de Pavlov.

            Janet, amablemente, me dijo que estaba bien y no lo intentó de nuevo. Como a mí también me daba miedo tocarla, mantuve mis manos lejos de su cuerpo. Nos limitábamos a los besos. Por un tiempo fue suficiente, supongo. Luego ya no. Yo creo que uno llega a cierta edad en la cual tener sexo se vuelve imperativo y uno no puede vivir sin él. Es como una regla de la vida que viene con el hecho de madurar.

El caso es que poco después Janet se buscó un trabajo y ya no estaba en las mañanas para encargarse del departamento. Tampoco estaba cuando me tocaban días libres en la clínica. Así que me la pasaba a solas muchas veces pensando en lo bonito que sería poder entregarme en cuerpo y alma —últimamente más en cuerpo— a esa mujer. No podía lastimarme, no había problema, o eso me decía a cada minuto.

Uno de esos días llegó muy misteriosa, muy sonriente también. Rápidamente sacó de su bolso una bolsita negra con un moño azul y me la dio. Era un regalo. ¡Qué buen detalle! Al abrir la dichosa bolsa vi el objeto más curioso que hasta la fecha había tenido en mis manos: un patito rosa. Se parecía mucho a los que se usan en la bañera pero claramente leí: aparato de masaje.

—Dime que no es lo que pienso —le dije cuando acabé de procesar la información que, por cierto, era cuantiosa.

—No seas ingenua.

Sí, lo que me temía. Era un aparato de masaje para el clítoris. Según el instructivo anexo, se colocaba cerca o sobre el clítoris, se ajustaba con una correa incluida y se ponía a vibrar. Para la comodidad del usuario, tenía ocho velocidades, siendo la octava la más rápida e incómoda. Suspiré pensando en la probabilidad de usar aquello.

Puede parecer increíble lo que voy a decirte pero tampoco me había masturbado mucho. Lo había intentado un par de veces pero siempre regresaba a mi mente la imagen del cabronazo aquél. No sé, el asunto de la violación puede ser más traumático de lo que se cree, en serio. Cuando lo intentaba, ponía mi mano sobre la zona del clítoris y la movía. Nada. Una vez traté de meterme un dedo pero me dio mucho miedo y un poco de asco. Desistí.

Esa noche, acepté usar el aparato. Me tumbé en la cama boca arriba desnuda, abrí las piernas lo más grande que pude, me cubrí el rostro y esperé a que Janet hiciera lo suyo. Me daba mucha pena estar así pero no había otro remedio. Ella me ajustó el aparatito y lo puso a vibrar, primero en el nivel más bajo. La vibración era levemente molesta pero después de un rato uno se llegaba a acostumbrar, o al menos así me pasó.

—Le voy a subir el nivel, ¿vale? —el “vale” era puramente retórico pues yo aún no había asentido cuando Janet le había subido a por lo menos el nivel cuatro.

—Carajo… —tuve tiempo de musitar. Después sentí placer, primero allá lejos y luego aquí cerquita. Después se me calentó la entrepierna y una sensación cálida me recorrió todo el cuerpo, especialmente la parte involucrada.

Había experimentado el primer orgasmo de mi vida. Por dios, si ya estaba yo muy mayor cuando eso pasó. Mi mente se fue lejos de mi cuerpo, lo juro, porque cuando regresé y me enteré de lo que estaba pasando, Janet me estaba abrazando —o se restregaba contra mis pechos— y tenía un dedo dentro de mi vagina. La misma sensación, sólo que esta vez más intensa me invadió.

Cuando volví a abrir los ojos —o tal vez ya los tenía abiertos—, la alarma del reloj de pulsera de Janet sonaba y sonaba. Nos miré: ambas estábamos desnudas. Como te decía, yo no quería empezar ese asunto del amor de golpe, de buenas a primeras, por eso lo empecé con un patito rosa.

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