Yo no quería empezar de golpe todo este asunto
del amor. No sé si me entiendas. Aunque no lo aparente, sufrí una violación y
la peor parte es que lo hizo alguien que tenía toda mi confianza. Por eso no
pude dejar que Janet me tocara demasiado. Según yo, ya me lo tenía bien
superadito pero debí saber que no era cierto pues ni siquiera fui a las
terapias que me recomendaron por internet —en los foros ya que a nadie que me
conociera se lo dije—.
—Hay
que empezar por partes —se me ocurrió decirle cuando acabé de llorar. Es que de
verdad fue muy difícil verme ahí con los senos al descubierto y sus manos
encima… Sí, me acordé del sucio imbécil. Fue una simple reacción, un
condicionamiento al puro estilo de Pavlov.
Janet,
amablemente, me dijo que estaba bien y no lo intentó de nuevo. Como a mí
también me daba miedo tocarla, mantuve mis manos lejos de su cuerpo. Nos
limitábamos a los besos. Por un tiempo fue suficiente, supongo. Luego ya no. Yo
creo que uno llega a cierta edad en la cual tener sexo se vuelve imperativo y
uno no puede vivir sin él. Es como una regla de la vida que viene con el hecho
de madurar.
El caso es que
poco después Janet se buscó un trabajo y ya no estaba en las mañanas para
encargarse del departamento. Tampoco estaba cuando me tocaban días libres en la
clínica. Así que me la pasaba a solas muchas veces pensando en lo bonito que
sería poder entregarme en cuerpo y alma —últimamente más en cuerpo— a esa
mujer. No podía lastimarme, no había problema, o eso me decía a cada minuto.
Uno de esos días
llegó muy misteriosa, muy sonriente también. Rápidamente sacó de su bolso una
bolsita negra con un moño azul y me la dio. Era un regalo. ¡Qué buen detalle!
Al abrir la dichosa bolsa vi el objeto más curioso que hasta la fecha había tenido
en mis manos: un patito rosa. Se parecía mucho a los que se usan en la bañera
pero claramente leí: aparato de masaje.
—Dime que no es
lo que pienso —le dije cuando acabé de procesar la información que, por cierto,
era cuantiosa.
—No seas ingenua.
Sí, lo que me
temía. Era un aparato de masaje para el clítoris. Según el instructivo anexo,
se colocaba cerca o sobre el clítoris, se ajustaba con una correa incluida y se
ponía a vibrar. Para la comodidad del usuario, tenía ocho velocidades, siendo
la octava la más rápida e incómoda. Suspiré pensando en la probabilidad de usar
aquello.
Puede parecer
increíble lo que voy a decirte pero tampoco me había masturbado mucho. Lo había
intentado un par de veces pero siempre regresaba a mi mente la imagen del cabronazo
aquél. No sé, el asunto de la violación puede ser más traumático de lo que se
cree, en serio. Cuando lo intentaba, ponía mi mano sobre la zona del clítoris y
la movía. Nada. Una vez traté de meterme un dedo pero me dio mucho miedo y un
poco de asco. Desistí.
Esa noche, acepté
usar el aparato. Me tumbé en la cama boca arriba desnuda, abrí las piernas lo
más grande que pude, me cubrí el rostro y esperé a que Janet hiciera lo suyo.
Me daba mucha pena estar así pero no había otro remedio. Ella me ajustó el
aparatito y lo puso a vibrar, primero en el nivel más bajo. La vibración era
levemente molesta pero después de un rato uno se llegaba a acostumbrar, o al
menos así me pasó.
—Le voy a subir
el nivel, ¿vale? —el “vale” era puramente retórico pues yo aún no había
asentido cuando Janet le había subido a por lo menos el nivel cuatro.
—Carajo… —tuve
tiempo de musitar. Después sentí placer, primero allá lejos y luego aquí
cerquita. Después se me calentó la entrepierna y una sensación cálida me
recorrió todo el cuerpo, especialmente la parte involucrada.
Había
experimentado el primer orgasmo de mi vida. Por dios, si ya estaba yo muy mayor
cuando eso pasó. Mi mente se fue lejos de mi cuerpo, lo juro, porque cuando
regresé y me enteré de lo que estaba pasando, Janet me estaba abrazando —o se
restregaba contra mis pechos— y tenía un dedo dentro de mi vagina. La misma
sensación, sólo que esta vez más intensa me invadió.
Cuando volví a
abrir los ojos —o tal vez ya los tenía abiertos—, la alarma del reloj de pulsera
de Janet sonaba y sonaba. Nos miré: ambas estábamos desnudas. Como te decía, yo
no quería empezar ese asunto del amor de golpe, de buenas a primeras, por eso
lo empecé con un patito rosa.
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