La pintura del departamento era ahora
amarilla, un amarillo fuerte que casi brillaba en la oscuridad y a veces
incluso cuando el sol iluminaba demasiado. Habían ido juntas a una tienda de
pinturas y habían revisado todos los colores. Ambas estaban de acuerdo en que
el amarillo era el color ideal porque proporcionaba la ilusión de un espacio
mayor y porque también combinaba con el cuadro de la habitación.
Mirna
le había dado un nombre al cuadro: eterno amarillo. En realidad estaba en su
derecho pues ella lo había pintado. Le había contado a Janet que cuando iba en
la secundaria pintaba bastante; incluso fue a los concursos de pintura y llegó
una vez a la fase nacional, aunque no se llevó ningún lugar. La obra que
decoraba el cuarto databa del último año de preparatoria. Desde esa fecha, no
había vuelto a pintar.
Janet
le había preguntado la razón de su deserción pero no había necesitado una
respuesta, sus ojos habían reflejado la tristeza que aún le provocaba el
incidente que había sufrido con aquel hombre. Por lo mismo Janet no sentía la
confianza necesaria para pedirle que hicieran algo más que besarse y tocarse
por encima de la ropa.
—Mirna,
¿podemos… ver una película? —al final, tuvo que morderse la lengua y pensar más
rápido de lo habitual.
Mirna
no le respondió. Comenzó a besarle el cuello despacito. La respiración de Janet
se aceleró perceptiblemente. Ya hacía mucho que nadie le daba besitos, ni
abrazos, ni… Lloraba. Últimamente, le pasaba muy a menudo. Estaba sensible
porque era la primera ocasión en la cual experimentaba amor sincero.
Como
ocurría cada vez que lloraba sin motivo aparente, Mirna la abrazaba como si se
le fuera la vida en cada lágrima. Le daba pequeños besos en la cabeza y le
contaba historias divertidas que había leído en las revistas de chismes. A ella
también se le veía feliz de verdad y a pesar de que casi nunca lloraba,
mostraba señales de tristeza momentánea.
—¿Crees
que ya estamos listas, Janet? —le susurró al oído cuando la aludida estaba
cerca del sueño.
—¿Para
qué?
—¿No
es obvio?
Hacía
mucho que Mirna no tenía sexo. Ni siquiera había accedido a abrir las piernas
en su relación anterior, la que había entablado con una chica dos años mayor
que ella. Así que en total sólo había sufrido una penetración. Y la verdad es
que le daba un poco de miedo. Quizá sí tenía un trauma.
—Yo
creo que ya estoy lista —dijo Mirna con las manos frías y sudorosas.
Janet
le sonrió. Ella también estaba lista. Aunque cabía notar que nunca se había
imaginado cómo hacerlo con una mujer. No es que no hubiese visto películas en
las cuales dos chicas se chupaban las partes íntimas pero… simplemente no se lo
imaginaba. Además, el porno era muy irreal, habría otras formas, ¿no?
De
repente, sintió ansiedad. Estaban acostadas. Habían estado besándose, llorando
—especialmente Janet— y acariciándose, exactamente en ese orden. Luego habían
permanecido en un abrazo perpetuo mientras pensaban cómo pedirle a la otra que
tuvieran relaciones sexuales.
Pensó
de nuevo en las películas para adultos y en las rubias voluptuosas que se
besaban obscenamente. Como era la norma, después aparecía un hombre más o menos
marcado con el miembro de fuera y les daba placer a ambas. Denigrante. A ella
no le gustaría que le hicieran algo así.
Mirna
le metió la mano debajo de la ropa interior. Estaba fría. Janet se dejó tocar
aunque la mano fuera un poco inexperta. Incluso empezó a sentir algo parecido
al placer. Mirna se detuvo en seco.
—Perdóname,
es que no sé cómo…
Janet
no se detuvo a escuchar sus excusas. La besó con todo y lengua, la recostó
colocándose encima y acarició sus pechos. Luego le alzó la blusa y el top y
contempló sus pechos redondos. Eran grandes pero para nada de mal gusto. Esa
vez, fue Mirna quien lloró.
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