jueves, 24 de enero de 2013

Amarillo demencial: IV

La reencarnación es real, aunque no sé cómo explicarlo. Uno nace en un primer momento, no necesariamente hace miles de años, con una forma; puede ser un mono, un pájaro, un gusano, una bacteria, un humano, qué sé yo. Después muere y su alma vaga por un rato hasta que la juzgan y la meten en otro ser. No es necesariamente equiparable, el intercambio no debe ser beneficioso para nadie, sólo una operación imparcial.

Posteriormente, el proceso se repite. Uno puede pasar por cientos e incluso miles de reencarnaciones y, hasta donde pienso, no existe un límite. A veces, a uno le obligan a recordar mediante la hipnosis o la sumersión en agua, en teoría para conocer el porqué de la personalidad, miedos y paranoias actuales. Y se puede vivir con eso, sabiendo que uno era un gato y que lo atropelló un coche.

En mi caso, me mandaron una vez a una clínica, justo cuando lo de mi intento de suicidio. Hasta ahora evoco el recuerdo porque parece que se estuvo escondiendo hasta encontrar el momento oportuno de salir. Éste es el momento ideal porque conocí a Mirna, la cucaracha, la mosca, la perrita, la humana… En esos tiempos yo era una gatita, una araña, un perrito enojado y ahora soy una humana. Es que no tomé todas las sesiones.

Cuando ella dijo que ya nos conocíamos, era cierto. Cuando era ella una cucaracha, yo jugué con ella hasta aburrirme y la maté, algo típico de un gato. Al ser una mosca, yo, araña, la engullí morbosamente, atrapándola primero en mi telaraña y quitándole las alas antes de que muriera. Y cuando era perrita, yo, macho enojado porque no me dejaba fornicarla, la maté a mordidas.

Espero que Mirna también se haya desquitado conmigo porque si no sería muy injusto y significaría que más tarde, tal vez en esta reencarnación o en ulteriores, ella tomaría su venganza. Porque el mundo es así, siempre tiene un contrario y siempre debe de haber un equilibrio. De lo contrario, estaríamos encaminados hacia el caos.

Eso mismo le expliqué a Mirna cuando terminamos de besarnos. Como dije, ella ya lo sabía pero muy a su manera, basándose en los años de soledad que, paradójicamente, le habían hecho compañía. Durante ese tiempo, tuvo sueños en los que no se veía nada específicamente pero se conocía absolutamente todo, al menos todo lo que la involucraba.

Y ahí mismo lo entendimos: estábamos destinadas a conocernos y, probablemente, a rezurcir el daño provocado. Era una oportunidad para querernos sin remordimientos. Incluso era una era para dejar que el amor surgiera, borrara nuestras cicatrices y evaporara las heridas.


—¿No te da miedo venir aquí? —Janet sentía aprehensión y esperaba sinceramente que Mirna no estuviese pasando por lo mismo.

—Para nada, es por una buena causa.

Estaban frente a la antigua casa de Janet. Habían decidido ir porque querían retar al destino y buscar las cosas de Janet, su vieja inquilina. Janet rezó y rezó aunque no tuviera una religión ni un dios para que su ex-marido no estuviera en casa o, en el peor de los casos, para que la cantidad de alcohol en su sangre fuera demasiado y le impidiera reaccionar violentamente.

Entraron con las mañas de Mirna había aprendido de la vida en tan poco tiempo y vieron la oscuridad que inundaba todo. Por suerte, no estaba el culpable. Revisaron rápidamente las tres habitaciones y no encontraron la ropa de Janet, ni sus zapatos, ni sus cosméticos, ni siquiera su cepillo de dientes. Como Janet lo había temido, todas sus cosas estaban seguramente en la basura.

Salieron tan rápido como entraron. Janet, sin notarlo, agarró la mano de Mirna y la asió. Tenía miedo de entrar oficialmente a una vida en la cual cocinaría para una mujer, lavaría para una mujer, se bañaría con una mujer, haría el amor con una mujer y, sobre todo, amaría a una mujer.

—Espera —murmuró. Iban ya a dos calles de la casa.

— ¿Qué?

Sin responderle, la besó y comenzó a llorar, ambas cosas al mismo tiempo. Cuando el beso hubo terminado, Mirna le sonrió, la apachurró —porque en realidad eso no era un abrazo— y le deshizo el peinado con la mano izquierda. Después comenzaron a caminar sin dejar de tomarse por la cintura.

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