14. Las primeras veces son
difíciles
La vida pasa en un parpadeo, demasiado rápido para que pueda sujetarla.
Los minutos se diluyen hasta que son tan líquidos que se escapan entre mis
dedos y caen irremediablemente a un vacío que ni siquiera se me ocurre pisar.
Todo continúa, sigue su ciclo. Algunas cosas perduran y otras simplemente se
desvanecen en la estela del tiempo. Y yo... yo desearía desvanecerme también.
Abre los ojos y se incorpora de
golpe, asustada y desconcertada. El corazón le late muy deprisa, tiene un gusto
amargo en la boca y la luz le da de lleno en la cara de una forma tan molesta
que se ve obligada a parpadear repetidamente. No es la mejor manera de
despertar y casi se siente incapaz de enfrentar ese nuevo día, así que se da
ánimos, cuenta hasta tres y se levanta de la cama. Nota que Martina no estaba a
su lado momentos antes cuando va de camino al baño y, por algún motivo que no
se detiene a pensar, aunque cree que tiene que ver con el malestar que la
embarga, ignora la cuestión.
Mira el reloj y siente un deje de
preocupación cuando se da cuenta de que se le ha hecho tarde. ¡Y en jueves! No
sabe por qué pero le irrita mucho que esas cosas le pasen justamente en jueves.
Y, lo peor, en su cumpleaños. El simple hecho de imaginarse a sus compañeros de
trabajo comprando un pastel y obligándola a apagar las velitas hace que se le
revuelva el estómago. Suspira. No sabía que era tan amargada. De hecho, si le
preguntaran, ella diría que es una persona afable, así que no entiende por qué
se siente tan desazonada ese día. Quizá es que conforme pasan los años uno se
siente menos dispuesto a celebrar ciertas cosas…
Hace memoria y se da cuenta de
que no recuerda cuándo le comenzó a desagradar esa fecha, pero tiene la idea,
posiblemente equivocada, de que fue cuando aún era una niña y su padre faltó
por primera vez a la fiesta que su madre había organizado. No alcanza a
recordar si cumplía diez u once años, pero sí tiene muy claro que se encerró en
el baño a llorar y Pamela estuvo con ella todo el rato esperando a que se
calmara, probablemente porque su madre la mandó a cumplir esa misión. Y después
de esa ocasión la ausencia de su padre se volvió más bien una costumbre (mucho
trabajo, desde luego) y Nube nunca volvió a sentir la emoción de celebrar el
día de su nacimiento porque, en realidad, es algo que no tiene nada de
especial.
De todas maneras ese día se
siente… diferente. Más desanimada de lo habitual en esa fecha, algo así como
enojada con el mundo. Y eso le parece raro porque resulta que en ese momento de
su vida es feliz e incluso tiene a alguien que sabe que no le fallará. Quizá le
molesta que a Martina le haga tanta ilusión su cumpleaños. Claro que al
principio a Nube le pareció bien, principalmente porque quería complacerla,
pero luego las cosas se fueron tornando incómodas. Cada vez que Martina le
hacía alguna pregunta sobre el mágico día de su cumpleaños, Nube intentaba
recordar que Martina tuvo el bonito detalle de darle una cena de Navidad a
pesar de detestar la fecha y la tradición para así no responderle de una manera
desagradable.
―¡Feliz cumpleaños, amor!
El entusiasmo de Martina la toma
por sorpresa y la saca de sus pensamientos de una forma tan abrupta que da un
respingo y luego se queda congelada en el mismo sitio durante unos segundos.
Cuando se recupera, respira profundamente, se recuerda lo buena que es Martina
y lo mucho que la quiere, y esboza una sonrisa que, está segura, no refleja la
felicidad que se supone debería sentir.
―Gracias, Martina. Aunque ya te
dije que no es nada especial.
―¿Cómo no va a serlo? No se
cumplen 24 años todos los días.
―No, supongo que no ―responde con
voz débil.
A Nube se le hace un nudo en el
corazón cuando Martina se le acerca y le da un beso en la frente y un abrazo
largo. Y el nudo se aprieta más cuando se da cuenta de que, por primera vez, el
abrazo no la reconforta de ninguna manera. De hecho, le causa cierto malestar
que ella atribuye a que está viviendo en ese día en específico. Ah, claro, otra
secuela de la vida con su padre. No olvidará hablar de eso con el psiquiatra en
su siguiente cita.
Nube recuerda la hora, decide que
ya ha desperdiciado mucho tiempo y deshace el abrazo con cierta prisa. Le
regala una sonrisa forzada a su novia y vuelve a dirigirse al baño para
comenzar con la rutina de cada día.
―Es que voy tarde al trabajo ―se
excusa justo antes de cerrar la puerta con seguro.
Martina se queda parada en el
mismo lugar sin saber muy bien qué hacer o qué decir. No entiende qué está
pasando, sólo sabe que Nube está es un humor extraño y que posiblemente eso se
relaciona con su cumpleaños. Intenta no tomárselo personal, no sentirse herida por esa especie de
desprecio, y lo mejor que se le ocurre es fingir que todo está bien y
actuar con normalidad. Sin embargo, no es capaz de acercarse a despedirse y lo
hace desde la puerta, sin el beso reglamentario, y enfocándose en lo que tiene
preparado para la tarde.
Nube no entiende por qué pero
comienza a llorar mientras el agua le resbala por la espalda. Esta vez el
llanto no es de tristeza, ni de miedo, ni de desesperación. Llora porque está
enojada, porque odia ese día y el hecho de haber nacido y quisiera no… Escucha
que Martina se despide y se esfuerza por romper su línea de pensamiento y
gritarle que se cuide. No la besó y una parte de su mente es plenamente de
consciente de ese detalle.
En un acto instintivo, golpea la
pared del baño con el puño. El dolor que le causa el golpe es suficiente para
que se calme y le permite preguntarse por qué se siente tan mal, tan inestable,
tan frustrada y enojada. No tiene ninguna respuesta, pero por lo menos ahora
trata de darse ánimos diciéndose que en realidad nunca antes había odiado tanto
su cumpleaños y que esa actitud debe comenzar después de los treinta. Aún es
demasiado joven para amargarse así. Debería estar alegre porque Martina está
con ella y porque está viviendo una vida mejor que la que tenía cuando su padre
la controlaba.
Los pensamientos positivos
funcionan y logra terminar su baño, vestirse y salir corriendo al trabajo. Se
le ha hecho tarde, posiblemente tenga que aguantar felicitaciones y un pastel
de cumpleaños, pero con suerte alguien le regala algo que le sea útil.
Martina está nerviosa. Es la
primera vez que organiza algo parecido a una fiesta y cree que todo quedó de
maravilla a pesar de su falta de experiencia y de la prisa con la que tuvo que
acomodar los globos y los pastelitos. Se fija en la hora y trenza las manos
nerviosamente. En teoría, Nube debe llegar en unos 20 minutos, aunque Martina
tiene contemplado un retraso porque en el trabajo deben haberla felicitado
también. Nube nunca le cree cuando le dice que es fácil quererla y que todas
las personas la aprecian mucho, pero es cierto. Nube tiene ese don.
Por un momento, recuerda la
escena de la mañana. Intenta no pensar en ello detenidamente porque, aunque ha
prometido no tomárselo personal, siente que le duele una parte del corazón. Se
dice que Nube no pretendía ser tan fría con ella, que simplemente estaba
estresada porque no le gusta esa fecha... Se dice muchas cosas tontas para que
los ojos no se le humedezcan porque Nube nunca la había tratado de esa forma y
las primeras veces siempre son difíciles.
La puerta se abre silenciosamente
y Martina se lleva un susto de muerte que trata de disimular tras una sonrisa
complaciente. Y entonces entra una mujer que no conoce, un poco más bajita que
ella, de cabello lacio y negro que no combina para nada con sus ojos verdes. Se
regaña por fijarse tanto en ella pero es que no esperaba eso… Escucha la voz de
Nube diciéndole que no espere la gran cosa de su casa.
Martina alcanza a ver a Nube, que
ha entrado justo detrás de la mujer que no conoce, y la saluda con un débil y
vacilante gesto de la mano. Nube le responde alzando las cejas en una seña que
no logra interpretar.
―No importa, no importa. Igual y
hasta puedo darte unos consejos de diseño ―habla la mujer.
―No te traje para que trabajaras
―dice entonces Nube con una inflexión que Martina jamás le había escuchado. Y
mientras trata de reprimir una punzada de… ¿celos? se dice que no es posible
conocer completamente a alguien en poco más de 8 meses… De entre todo lo que se
le ocurre, termina por preguntarse qué otras cosas de Nube le faltan por
conocer.
―No, me trajiste porque te
obligué ―responde la mujer con una sonrisa que indica claramente que se ha
salido con la suya.
Martina no tiene ni la menor idea
de qué debe hacer ahora, así que espera que Nube haga algo.
―Ah, Pamela, esta es Martina.
―Hola, mucho gusto, Nube me ha
hablado mucho de ti.
―Eh, hola. Yo… ―se queda callada.
Siempre se consideró una persona capaz de manejar todo tipo de situaciones pero
eso la ha sobrepasado. Y es que le resulta tan… molesto. Se suponía que sería
una celebración para las ellas dos y... Ah, ni siquiera puede pensar
correctamente.
―Mira, esto parece una fiesta de
cumpleaños ―señala Pamela y Martina se pone roja porque olvidó gritar el
“felicidades” que tanto había ensayado mentalmente.
Nube se fija en la mesa llena de
pastelitos con diferentes coberturas, en los globos azules, su color favorito, en
las decoraciones hechas a mano y en el letrero de “feliz cumpleaños Nube” que
ocupa toda la pared de la sala. Se fija en la expresión confusa de Martina y se
siente mala persona por haberla ignorado en la mañana y por haber cedido ante
la presión de Pamela. El día no fue tan malo como esperaba y... no debió
comportarse así. Sin planearlo realmente, esconde de Martina la mano con la que
golpeó la pared del baño.
―Muchas gracias, Martina ―le dice
acercándose a ella y dándole un beso casto en los labios―. Esta es Pamela, es
mi amiga de la infancia. Ella fue la que me dijo que estaba loca por venirme a
vivir contigo aunque apenas nos conocíamos.
Pamela se echa hacia atrás el
cabello y luego se alza de hombros. Martina no puede evitar soltar una risa
torpe.
―¿Ya te dije que me obligó a
traerla hoy? Ni siquiera sé cómo supo dónde trabajo.
―Es fácil si tienes a quien
preguntarle ―responde Pamela de manera diplomática con cierto brillo de
diversión en los ojos.
―Claro, tiene sentido.
Las dos amigas se ríen al mismo
tiempo y Martina las observa detenidamente. En definitiva no le gusta esa
familiaridad y se tiene que repetir que se conocen desde niñas para lograr
sacarse momentáneamente la espina de eso que ha identificado como celos.
Suspira. Es la primera vez que siente celos y, como ya había concluido antes,
las primeras veces son difíciles, así que no le queda más que intentar pensar
en otra cosa, apretar los dientes a ratos y sonreír. Después de todo, ella es
la que duerme con Nube, no Pamela. Y también es ella la única que puede
reclamar su atención.
En un acto de posesión que en el
fondo le avergüenza, toma la mano de su novia y la lleva hacia la mesa con el
pretexto de mostrarle los sabores de todos los pastelitos que compró. Pamela
las sigue poco después pero Martina cree que con eso ha dejado claras las
cosas. Qué pena, el amor puede hacer que uno se vuelta tan tonto.
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