viernes, 5 de enero de 2018

[Deep Deep Ocean] 14. Las primeras veces son difíciles



14. Las primeras veces son difíciles

La vida pasa en un parpadeo, demasiado rápido para que pueda sujetarla. Los minutos se diluyen hasta que son tan líquidos que se escapan entre mis dedos y caen irremediablemente a un vacío que ni siquiera se me ocurre pisar. Todo continúa, sigue su ciclo. Algunas cosas perduran y otras simplemente se desvanecen en la estela del tiempo. Y yo... yo desearía desvanecerme también.




Abre los ojos y se incorpora de golpe, asustada y desconcertada. El corazón le late muy deprisa, tiene un gusto amargo en la boca y la luz le da de lleno en la cara de una forma tan molesta que se ve obligada a parpadear repetidamente. No es la mejor manera de despertar y casi se siente incapaz de enfrentar ese nuevo día, así que se da ánimos, cuenta hasta tres y se levanta de la cama. Nota que Martina no estaba a su lado momentos antes cuando va de camino al baño y, por algún motivo que no se detiene a pensar, aunque cree que tiene que ver con el malestar que la embarga, ignora la cuestión.

Mira el reloj y siente un deje de preocupación cuando se da cuenta de que se le ha hecho tarde. ¡Y en jueves! No sabe por qué pero le irrita mucho que esas cosas le pasen justamente en jueves. Y, lo peor, en su cumpleaños. El simple hecho de imaginarse a sus compañeros de trabajo comprando un pastel y obligándola a apagar las velitas hace que se le revuelva el estómago. Suspira. No sabía que era tan amargada. De hecho, si le preguntaran, ella diría que es una persona afable, así que no entiende por qué se siente tan desazonada ese día. Quizá es que conforme pasan los años uno se siente menos dispuesto a celebrar ciertas cosas…

Hace memoria y se da cuenta de que no recuerda cuándo le comenzó a desagradar esa fecha, pero tiene la idea, posiblemente equivocada, de que fue cuando aún era una niña y su padre faltó por primera vez a la fiesta que su madre había organizado. No alcanza a recordar si cumplía diez u once años, pero sí tiene muy claro que se encerró en el baño a llorar y Pamela estuvo con ella todo el rato esperando a que se calmara, probablemente porque su madre la mandó a cumplir esa misión. Y después de esa ocasión la ausencia de su padre se volvió más bien una costumbre (mucho trabajo, desde luego) y Nube nunca volvió a sentir la emoción de celebrar el día de su nacimiento porque, en realidad, es algo que no tiene nada de especial.

De todas maneras ese día se siente… diferente. Más desanimada de lo habitual en esa fecha, algo así como enojada con el mundo. Y eso le parece raro porque resulta que en ese momento de su vida es feliz e incluso tiene a alguien que sabe que no le fallará. Quizá le molesta que a Martina le haga tanta ilusión su cumpleaños. Claro que al principio a Nube le pareció bien, principalmente porque quería complacerla, pero luego las cosas se fueron tornando incómodas. Cada vez que Martina le hacía alguna pregunta sobre el mágico día de su cumpleaños, Nube intentaba recordar que Martina tuvo el bonito detalle de darle una cena de Navidad a pesar de detestar la fecha y la tradición para así no responderle de una manera desagradable.

―¡Feliz cumpleaños, amor!

El entusiasmo de Martina la toma por sorpresa y la saca de sus pensamientos de una forma tan abrupta que da un respingo y luego se queda congelada en el mismo sitio durante unos segundos. Cuando se recupera, respira profundamente, se recuerda lo buena que es Martina y lo mucho que la quiere, y esboza una sonrisa que, está segura, no refleja la felicidad que se supone debería sentir.

―Gracias, Martina. Aunque ya te dije que no es nada especial.

―¿Cómo no va a serlo? No se cumplen 24 años todos los días.

―No, supongo que no ―responde con voz débil.

A Nube se le hace un nudo en el corazón cuando Martina se le acerca y le da un beso en la frente y un abrazo largo. Y el nudo se aprieta más cuando se da cuenta de que, por primera vez, el abrazo no la reconforta de ninguna manera. De hecho, le causa cierto malestar que ella atribuye a que está viviendo en ese día en específico. Ah, claro, otra secuela de la vida con su padre. No olvidará hablar de eso con el psiquiatra en su siguiente cita.

Nube recuerda la hora, decide que ya ha desperdiciado mucho tiempo y deshace el abrazo con cierta prisa. Le regala una sonrisa forzada a su novia y vuelve a dirigirse al baño para comenzar con la rutina de cada día.

―Es que voy tarde al trabajo ―se excusa justo antes de cerrar la puerta con seguro.

Martina se queda parada en el mismo lugar sin saber muy bien qué hacer o qué decir. No entiende qué está pasando, sólo sabe que Nube está es un humor extraño y que posiblemente eso se relaciona con su cumpleaños. Intenta no tomárselo personal, no sentirse herida por esa especie de desprecio, y lo mejor que se le ocurre es fingir que todo está bien y actuar con normalidad. Sin embargo, no es capaz de acercarse a despedirse y lo hace desde la puerta, sin el beso reglamentario, y enfocándose en lo que tiene preparado para la tarde.

Nube no entiende por qué pero comienza a llorar mientras el agua le resbala por la espalda. Esta vez el llanto no es de tristeza, ni de miedo, ni de desesperación. Llora porque está enojada, porque odia ese día y el hecho de haber nacido y quisiera no… Escucha que Martina se despide y se esfuerza por romper su línea de pensamiento y gritarle que se cuide. No la besó y una parte de su mente es plenamente de consciente de ese detalle.

En un acto instintivo, golpea la pared del baño con el puño. El dolor que le causa el golpe es suficiente para que se calme y le permite preguntarse por qué se siente tan mal, tan inestable, tan frustrada y enojada. No tiene ninguna respuesta, pero por lo menos ahora trata de darse ánimos diciéndose que en realidad nunca antes había odiado tanto su cumpleaños y que esa actitud debe comenzar después de los treinta. Aún es demasiado joven para amargarse así. Debería estar alegre porque Martina está con ella y porque está viviendo una vida mejor que la que tenía cuando su padre la controlaba.

Los pensamientos positivos funcionan y logra terminar su baño, vestirse y salir corriendo al trabajo. Se le ha hecho tarde, posiblemente tenga que aguantar felicitaciones y un pastel de cumpleaños, pero con suerte alguien le regala algo que le sea útil.



Martina está nerviosa. Es la primera vez que organiza algo parecido a una fiesta y cree que todo quedó de maravilla a pesar de su falta de experiencia y de la prisa con la que tuvo que acomodar los globos y los pastelitos. Se fija en la hora y trenza las manos nerviosamente. En teoría, Nube debe llegar en unos 20 minutos, aunque Martina tiene contemplado un retraso porque en el trabajo deben haberla felicitado también. Nube nunca le cree cuando le dice que es fácil quererla y que todas las personas la aprecian mucho, pero es cierto. Nube tiene ese don.

Por un momento, recuerda la escena de la mañana. Intenta no pensar en ello detenidamente porque, aunque ha prometido no tomárselo personal, siente que le duele una parte del corazón. Se dice que Nube no pretendía ser tan fría con ella, que simplemente estaba estresada porque no le gusta esa fecha... Se dice muchas cosas tontas para que los ojos no se le humedezcan porque Nube nunca la había tratado de esa forma y las primeras veces siempre son difíciles.

La puerta se abre silenciosamente y Martina se lleva un susto de muerte que trata de disimular tras una sonrisa complaciente. Y entonces entra una mujer que no conoce, un poco más bajita que ella, de cabello lacio y negro que no combina para nada con sus ojos verdes. Se regaña por fijarse tanto en ella pero es que no esperaba eso… Escucha la voz de Nube diciéndole que no espere la gran cosa de su casa.

Martina alcanza a ver a Nube, que ha entrado justo detrás de la mujer que no conoce, y la saluda con un débil y vacilante gesto de la mano. Nube le responde alzando las cejas en una seña que no logra interpretar.

―No importa, no importa. Igual y hasta puedo darte unos consejos de diseño ―habla la mujer.

―No te traje para que trabajaras ―dice entonces Nube con una inflexión que Martina jamás le había escuchado. Y mientras trata de reprimir una punzada de… ¿celos? se dice que no es posible conocer completamente a alguien en poco más de 8 meses… De entre todo lo que se le ocurre, termina por preguntarse qué otras cosas de Nube le faltan por conocer.

―No, me trajiste porque te obligué ―responde la mujer con una sonrisa que indica claramente que se ha salido con la suya.

Martina no tiene ni la menor idea de qué debe hacer ahora, así que espera que Nube haga algo.

―Ah, Pamela, esta es Martina.

―Hola, mucho gusto, Nube me ha hablado mucho de ti.

―Eh, hola. Yo… ―se queda callada. Siempre se consideró una persona capaz de manejar todo tipo de situaciones pero eso la ha sobrepasado. Y es que le resulta tan… molesto. Se suponía que sería una celebración para las ellas dos y... Ah, ni siquiera puede pensar correctamente.

―Mira, esto parece una fiesta de cumpleaños ―señala Pamela y Martina se pone roja porque olvidó gritar el “felicidades” que tanto había ensayado mentalmente.

Nube se fija en la mesa llena de pastelitos con diferentes coberturas, en los globos azules, su color favorito, en las decoraciones hechas a mano y en el letrero de “feliz cumpleaños Nube” que ocupa toda la pared de la sala. Se fija en la expresión confusa de Martina y se siente mala persona por haberla ignorado en la mañana y por haber cedido ante la presión de Pamela. El día no fue tan malo como esperaba y... no debió comportarse así. Sin planearlo realmente, esconde de Martina la mano con la que golpeó la pared del baño.

―Muchas gracias, Martina ―le dice acercándose a ella y dándole un beso casto en los labios―. Esta es Pamela, es mi amiga de la infancia. Ella fue la que me dijo que estaba loca por venirme a vivir contigo aunque apenas nos conocíamos.

Pamela se echa hacia atrás el cabello y luego se alza de hombros. Martina no puede evitar soltar una risa torpe.

―¿Ya te dije que me obligó a traerla hoy? Ni siquiera sé cómo supo dónde trabajo.

―Es fácil si tienes a quien preguntarle ―responde Pamela de manera diplomática con cierto brillo de diversión en los ojos.

―Claro, tiene sentido.

Las dos amigas se ríen al mismo tiempo y Martina las observa detenidamente. En definitiva no le gusta esa familiaridad y se tiene que repetir que se conocen desde niñas para lograr sacarse momentáneamente la espina de eso que ha identificado como celos. Suspira. Es la primera vez que siente celos y, como ya había concluido antes, las primeras veces son difíciles, así que no le queda más que intentar pensar en otra cosa, apretar los dientes a ratos y sonreír. Después de todo, ella es la que duerme con Nube, no Pamela. Y también es ella la única que puede reclamar su atención.

En un acto de posesión que en el fondo le avergüenza, toma la mano de su novia y la lleva hacia la mesa con el pretexto de mostrarle los sabores de todos los pastelitos que compró. Pamela las sigue poco después pero Martina cree que con eso ha dejado claras las cosas. Qué pena, el amor puede hacer que uno se vuelta tan tonto.

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