viernes, 19 de enero de 2018

[Deep Deep Ocean] 16. La mejor decisión



16. La mejor decisión

El sol está tan cerca que siento que puedo tocarlo con los dedos. Y quema, quema, quema… Me estoy derritiendo a velocidades alarmantes.


Se ha quedado dormida en el metro. Supone que debe de estar muy cansada porque nada más justificaría haberse dormido en un recorrido de diez minutos. Fue una suerte que lograra despertarse justo cuando las puertas del vagón estaban abiertas y comenzaba a sonar la señal que indicaba que se cerrarían en breve. Sube las escaleras a toda prisa y el corazón le late tan deprisa por el esfuerzo que prefiere dedicar un par de minutos a recuperar el aliento. Se acomoda en un barandal que da hacia la calle y se concentra en las cosas que ve más allá, sonriente y tranquila porque a pesar de todo el caos que reina en la ciudad, ese lugar tiene una buena vista.

Hace unos días que la primavera comenzó oficialmente y todos los lugares que ha visitado hasta ese momento lucen llenos de vida, con los árboles mostrando sus flores y elevando sus ramas hacia el sol, y diferentes pajaritos revoloteando por doquier. Nube aprecia la primavera, en parte porque le gusta tomar fotos de las flores, y en parte porque no hace ni tanto calor ni tanto frío. Ese clima equilibrado le parece ideal para salir a caminar y contemplar el paisaje tranquilamente.

Lo único que no termina de convencerla es que el sol esté suspendido en el cielo durante tanto tiempo. Ahora, por ejemplo, ya son las 6:30 de la tarde y parece que aún le falta un rato para comenzar a ocultarse, y aunque el calor que produce ya no le hace creer que va a derretirse en cualquier momento, le sigue resultando incómodo. Quizá su problema es que se acostumbró a vivir en interiores o que antes no se tomaba el tiempo de fijarse en esos detalles. De hecho, pensándolo bien, más que incomodidad es posible que se trate de una acusada falta de costumbre a ciertos fenómenos naturales.

Suspira. Se supone que tendría que ir corriendo a su cita con el psiquiatra pero, en realidad, hace ya un par de meses que no va. Recuerda que la última vez que estuvo en ese consultorio fue poco después de su cumpleaños y que hablaron, para variar, de su padre y de cómo nunca estaba presente en los momentos que a Nube le parecían más importantes. La semana siguiente Nube simplemente decidió que ya había tenido bastante, que era muy capaz de controlar su ansiedad y que le convenía más ahorrar el dinero de la consulta para el cumpleaños de Martina. La secretaria del médico llamó varias veces durante las primeras semanas pero Nube jamás se tomó la molestia de responder y, desde luego, no se lo dijo a Martina.

Sabe que debería habérselo dicho, pero estaba segura de que Martina la regañaría por dejar el tratamiento de esa manera tan abrupta y pondría una mirada tan triste que a Nube no le quedaría más remedio que regresar. Y no quería regresar, ni en aquel momento ni ahora. De todos modos tiene que fingir que sigue yendo a las consultas y por eso sigue recorriendo el mismo camino desde su trabajo hasta esa zona y se queda en los alrededores leyendo un libro o viendo a las personas pasar.

Por fin reúne las fuerzas necesarias para salir de la estación de transporte público. Se cubre los ojos con las manos para protegerse de la luz y se queda quieta un momento decidiendo qué hará ese día. Lleva un libro en el bolso, así que podría caminar hacia el parquecito cercano, sentarse en la banca de piedra en la que ha pasado el rato las últimas semanas y enfrascarse en la historia. O también podría dar una vuelta por algunas calles que tienen varias tiendas. Incluso podría encontrar el regalo ideal para el cumpleaños de Martina porque aún no se le ocurre nada y ya sólo faltan dos semanas.

Está tan concentrada intentando tomar una decisión que sólo atina a dar un gritito ofendido cuando un hombre del doble de su tamaño la empuja al pasar a su lado. Contiene una frase altisonante, pero no puede evitar mirarlo con intensidad, como si le estuviera recordando todo su linaje familiar. Y, sorpresivamente, el hombre no sigue de largo. Se detiene después de haber dado un paso y la encara con el ceño fruncido.

―¿Tienes algún problema? ―le pregunta alzando la voz.

Nube trata de mantenerse tranquila, pero le resulta realmente difícil. El miedo se está apoderando de ella con oleadas breves e intensas. Quiere moverse y no puede. No puede hacer nada que no sea quedarse ahí parada con los ojos bien abiertos y la mirada fija en el ceño fruncido de ese hombre amenazante.

―¿Eres sorda, estúpida? Te estoy preguntando si tienes algún problema.

Nube no entiende qué está pasando. ¿Por qué ese hombre le grita de esa manera? ¿Qué le hizo ella? Ni siquiera le dirigió la palabra. Quizá lo haya mirado feo, pero eso es algo que le parece tan… insignificante. Nube llega a la conclusión de que él no tiene derecho de gritarle, de asustarla, de hacerle sentir deseos de echarse a correr y refugiarse en los brazos de Martina. Quiere decirle que se vaya mucho a la mierda, que la deje en paz, que ella no quiere meterse en problemas, pero las palabras llegan muy lentamente a su mente y es incapaz de articular cualquier cosa.

Está a punto de dar un paso hacia cualquier otra dirección cuando el hombre acorta la ya breve distancia que los separa y la agarra por el brazo, justo por encima del codo.

―Discúlpate, zorra.

Nube no sabe por qué tiene que disculparse. Y aunque lo supiera no lo haría, principalmente porque sigue sin poder pronunciar cualquier cosa. Tontamente, lo único que se le ocurre es que ese tipo le va a dejar un moretón horrible.

―Ya déjala, no te está haciendo nada. ¿O prefieres que llame a la policía?

Nube voltea hacia el lugar del que proviene la voz y se da cuenta de que un pequeño grupo de personas se ha congregado a su alrededor. No logra identificar a la que ha hablado, aunque le parece que fue una voz de mujer, pero agradece muchísimo su intervención porque finalmente el hombre la ha soltado y se ha alejado caminando a paso rápido murmurando un montón de palabras fuera de tono a las que Nube no presta mucha atención. En su cuerpo sólo queda espacio para el alivio.

Se queda parada en el mismo lugar mientras las personas que estaban esperando ver cuál sería el final de esa confrontación se alejan con cierta vacilación. Al final sólo queda una mujer y Nube supone que fue quien le dirigió esas palabras al hombre.

―Muchas gracias ―murmura. Espera de verdad que la mujer la haya oído.

―Sólo ten más cuidado ―le dice justo antes de darse la vuelta e irse hacia un destino desconocido para Nube.

Si antes del incidente Nube no sabía qué hacer, ahora la sensación ha empeorado. Tiene muchas ganas de llorar pero no quiere quedarse en el mismo lugar por temor a que otra persona intente atacarla también. Se mueve con pasos torpes hacia el parque en el que contemplaba la posibilidad de leer un libro y cuando llega se sienta en una banca que da a unas canchas de tenis. Comienza a llorar poco después, ocultando sus lágrimas lo mejor que puede. Detesta ser tan débil y siempre terminar llorando por todo y detesta también no poder defenderse.

Se da cuenta de que no está llorando de tristeza sino porque está realmente enojada consigo misma. Odia ser tan patética y necesitar que alguien la salve. Odia... Odia ser ella, ser así, y un sinfín de cosas más que ni siquiera alcanza a pensar. Repasa en su mente todas las cosas que pudo haber dicho o hecho para salir de esa situación por sí misma… Y eso sólo sirve para hacerla enojar más. Algo se está quemando en su interior y amenaza con arrasarlo todo si no logra apagar el fuego lo más pronto posible. Recuerda los días en los que se sentía lo suficientemente desesperada para acabar con su existencia. Mierda. Su maldita existencia.

Piensa en Martina, en lo bien que se siente cuando está con ella. Y luego piensa en lo inútil y miserable que es cuando está sola. Odia eso también. Odia depender tanto de su novia, lo odia… Y quiere… Agh, no sabe lo que quiere. Levanta la mano izquierda hacia el cielo y la deja caer con fuerza hasta que se golpea con la banca. El dolor le llega en forma de punzada y contiene un sollozo cubriéndose la boca con la mano sana. Ah, sí, también odia ser tan impulsiva, pero por fin el odio ha dejado de consumirla y ha sido reemplazado por puro dolor.

Supone que se ha roto la mano y lo único que logra pensar con claridad es que debe llamarle a Martina y pedirle que vaya por ella. Quiere abrazarla, perderse en su aroma y jamás volver a salir de ahí. Con mucha dificultad, logra sacar su teléfono y llamar a su novia.

―¿Todo bien, amor? ―responde inmediatamente. Es normal que sienta inquietud porque a esa hora se supone que Nube tendría que estar con el médico.

Por un momento Nube no puede hablar. Ha llorado más de lo que creía y la mano le duele tanto que incluso le cuesta respirar.

―¿Puedes… venir por mí?

―Claro, voy para allá. ¿Estás bien?

―No… creo que no.

Nube no puede ver a Martina, pero la conoce bien y sabe que su reacción ha sido asentir, colgar y salir corriendo a buscarla. Le manda un mensaje en el que le dice que está en el parque, cerca de las canchas de tenis y Martina le responde con un rápido “ok”. Nube se queda en la postura que le causa menos dolor, maldiciendo su estupidez y llorando.




Martina sale a trabajar a las 6 y pasa por Nube al consultorio a las 8 de la noche. Usualmente se queda cerca, a unos 5 minutos en transporte público, así que eso le permite llegar muy rápido al parque y encontrarse con una Nube llorosa que se aprieta una mano contra el estómago. Está pálida, sudorosa y tiembla un poco. Lo primero que Martina piensa es que le pasa algo en el estómago, pero todo se aclara cuando se acerca lo suficiente para ver por qué tiene la mano en esa postura. Se asusta, claro que se asusta. También respira profundo e intenta lucir una sonrisa. Sabe que Nube puede notar lo tensa que está, pero eso no importa en ese momento.

―¿Te puedes levantar?

Nube niega con la cabeza, débilmente. Martina cierra los ojos durante dos segundos para tratar de relajarse. Por el aspecto que ha tomado la mano de su novia, es muy probable que esté fracturada. Se pregunta qué la habrá puesto tan mal y se dice que el momento de preguntárselo llegará cuando estén en un hospital y Nube ya no sienta dolor.

―Te voy a ayudar, ¿sí? Apóyate en mí.

Nube no hace ninguna seña para responder y a Martina no le queda más remedio que tomarlo como un asentimiento. La sujeta por la cintura con mucho cuidado y le ofrece su otro brazo para que se apoye con la mano que no está lastimada. Su novia sigue llorando y ese sonido le causa una especie de desesperación que mantiene alejada con todas sus fuerzas. Debe mantener la mente clara para actuar mejor.

La lleva lentamente fuera del parque y abordan el primer taxi que pasa. Nube se desmaya justo cuando llegan al hospital.




Abre los ojos lentamente. Reconoce el olor y más o menos el lugar. Está segura de que no es la misma habitación de hospital que la de la otra vez pero la semejanza es abrumadora. Recuerda lo que pasó en su último momento de estupidez y busca su mano debajo de la sábana. Está enyesada y el dolor ha remitido considerablemente. Sus ojos buscan después a Martina y la encuentran junto a la ventana, muy cerca de su cama. Echa un vistazo a los pacientes que alcanza a ver en las otras camas y nota que todos tienen algún yeso.

―Martina… ―susurra.

Espera un par de segundos y justo cuando está a punto de volver a hablarle, su novia voltea hacia ella y le sonríe. Nube nota que parece cansada y que tiene bolsas bajo los ojos. Martina se acerca a ella y le acaricia la cabeza.

―¿Te sientes mejor? ―le pregunta suavemente.

―Mucho… Perdón por meterte siempre en estos líos.

―Está bien, es parte del encanto de estar contigo.

Se quedan en silencio unos minutos, mirándose con una sonrisa tenue. A Nube le alegra tanto haber encontrado a Martina. A pesar de los percances que han tenido, sabe que sólo ella es capaz de salvarla de sus peores momentos.

―¿Cuándo me voy de aquí?

―Mañana temprano. Dijeron que te tendrían en observación durante la noche y que luego sólo tendrías que regresar a las revisiones periódicas para ver que tu fractura se cure bien.

―¿Eso fue lo que me… pasó? ¿Una fractura?

―Sí, de un huesito de la muñeca. El doctor que te vio dijo que a veces deben quitar ese hueso, pero que eso se decidirá con el tiempo.

Nube se mira la mano, primero la palma y después el dorso. Tiene los dedos descubiertos pero el yeso le llega hasta la mitad del antebrazo y le cubre las pocas cicatrices que tiene.

―Bueno, no estuvo tan mal ―dice por fin.

―Hace un rato no pensabas lo mismo ―afirma Martina con un deje de diversión en la voz.

―No, hace rato no.

―¿Me vas a decir qué pasó esta vez? ―sus palabras son casi un susurro pero Nube puede distinguir la preocupación de su novia.

Le cuenta todo lo que pasó, aunque omite que no pensaba ir al psiquiatra ese día... y que lleva ya algún tiempo sin ir.

―Vaya… ―murmura Martina cuando Nube termina su relato―. No sabes cómo me hace enojar lo de ese tipo…

―No tienes ni idea. Me sentí tan... impotente.

―Ya no te dejaré salir sola, Nube. Es mejor que esté cerca para protegerte ―bromea.

―No suena tan mal.

Martina se ríe un poquito después de eso y se tumba en su cama para abrazarla. Le da un beso pequeño y se abraza a ella sin que le importe la molestia de la mano. Nube no tiene ninguna duda, definitivamente la mejor decisión que pudo tomar fue incluir a Martina en su vida. Es algo que no cambiaría aunque tuviera la oportunidad.

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