16. La mejor decisión
El sol está tan cerca que siento que puedo tocarlo con los dedos. Y
quema, quema, quema… Me estoy derritiendo a velocidades alarmantes.
Se ha quedado dormida en el
metro. Supone que debe de estar muy cansada porque nada más justificaría
haberse dormido en un recorrido de diez minutos. Fue una suerte que lograra
despertarse justo cuando las puertas del vagón estaban abiertas y comenzaba a
sonar la señal que indicaba que se cerrarían en breve. Sube las escaleras a
toda prisa y el corazón le late tan deprisa por el esfuerzo que prefiere
dedicar un par de minutos a recuperar el aliento. Se acomoda en un barandal que
da hacia la calle y se concentra en las cosas que ve más allá, sonriente y
tranquila porque a pesar de todo el caos que reina en la ciudad, ese lugar
tiene una buena vista.
Hace unos días que la primavera
comenzó oficialmente y todos los lugares que ha visitado hasta ese momento
lucen llenos de vida, con los árboles mostrando sus flores y elevando sus ramas
hacia el sol, y diferentes pajaritos revoloteando por doquier. Nube aprecia la
primavera, en parte porque le gusta tomar fotos de las flores, y en parte
porque no hace ni tanto calor ni tanto frío. Ese clima equilibrado le parece
ideal para salir a caminar y contemplar el paisaje tranquilamente.
Lo único que no termina de
convencerla es que el sol esté suspendido en el cielo durante tanto tiempo.
Ahora, por ejemplo, ya son las 6:30 de la tarde y parece que aún le falta un
rato para comenzar a ocultarse, y aunque el calor que produce ya no le hace
creer que va a derretirse en cualquier momento, le sigue resultando incómodo.
Quizá su problema es que se acostumbró a vivir en interiores o que antes no se
tomaba el tiempo de fijarse en esos detalles. De hecho, pensándolo bien, más
que incomodidad es posible que se trate de una acusada falta de costumbre a
ciertos fenómenos naturales.
Suspira. Se supone que tendría
que ir corriendo a su cita con el psiquiatra pero, en realidad, hace ya un par
de meses que no va. Recuerda que la última vez que estuvo en ese consultorio
fue poco después de su cumpleaños y que hablaron, para variar, de su padre y de
cómo nunca estaba presente en los momentos que a Nube le parecían más
importantes. La semana siguiente Nube simplemente decidió que ya había tenido
bastante, que era muy capaz de controlar su ansiedad y que le convenía más
ahorrar el dinero de la consulta para el cumpleaños de Martina. La secretaria
del médico llamó varias veces durante las primeras semanas pero Nube jamás se
tomó la molestia de responder y, desde luego, no se lo dijo a Martina.
Sabe que debería habérselo dicho,
pero estaba segura de que Martina la regañaría por dejar el tratamiento de esa
manera tan abrupta y pondría una mirada tan triste que a Nube no le quedaría
más remedio que regresar. Y no quería regresar, ni en aquel momento ni ahora.
De todos modos tiene que fingir que sigue yendo a las consultas y por eso sigue
recorriendo el mismo camino desde su trabajo hasta esa zona y se queda en los
alrededores leyendo un libro o viendo a las personas pasar.
Por fin reúne las fuerzas
necesarias para salir de la estación de transporte público. Se cubre los ojos
con las manos para protegerse de la luz y se queda quieta un momento decidiendo
qué hará ese día. Lleva un libro en el bolso, así que podría caminar hacia el
parquecito cercano, sentarse en la banca de piedra en la que ha pasado el rato
las últimas semanas y enfrascarse en la historia. O también podría dar una
vuelta por algunas calles que tienen varias tiendas. Incluso podría encontrar
el regalo ideal para el cumpleaños de Martina porque aún no se le ocurre nada y
ya sólo faltan dos semanas.
Está tan concentrada intentando
tomar una decisión que sólo atina a dar un gritito ofendido cuando un hombre
del doble de su tamaño la empuja al pasar a su lado. Contiene una frase
altisonante, pero no puede evitar mirarlo con intensidad, como si le estuviera
recordando todo su linaje familiar. Y, sorpresivamente, el hombre no sigue de
largo. Se detiene después de haber dado un paso y la encara con el ceño
fruncido.
―¿Tienes algún problema? ―le
pregunta alzando la voz.
Nube trata de mantenerse
tranquila, pero le resulta realmente difícil. El miedo se está apoderando de
ella con oleadas breves e intensas. Quiere moverse y no puede. No puede hacer
nada que no sea quedarse ahí parada con los ojos bien abiertos y la mirada fija
en el ceño fruncido de ese hombre amenazante.
―¿Eres sorda, estúpida? Te estoy
preguntando si tienes algún problema.
Nube no entiende qué está
pasando. ¿Por qué ese hombre le grita de esa manera? ¿Qué le hizo ella? Ni
siquiera le dirigió la palabra. Quizá lo haya mirado feo, pero eso es algo que
le parece tan… insignificante. Nube llega a la conclusión de que él no tiene
derecho de gritarle, de asustarla, de hacerle sentir deseos de echarse a correr
y refugiarse en los brazos de Martina. Quiere decirle que se vaya mucho a la
mierda, que la deje en paz, que ella no quiere meterse en problemas, pero las
palabras llegan muy lentamente a su mente y es incapaz de articular cualquier
cosa.
Está a punto de dar un paso hacia
cualquier otra dirección cuando el hombre acorta la ya breve distancia que los
separa y la agarra por el brazo, justo por encima del codo.
―Discúlpate, zorra.
Nube no sabe por qué tiene que
disculparse. Y aunque lo supiera no lo haría, principalmente porque sigue sin
poder pronunciar cualquier cosa. Tontamente, lo único que se le ocurre es que
ese tipo le va a dejar un moretón horrible.
―Ya déjala, no te está haciendo
nada. ¿O prefieres que llame a la policía?
Nube voltea hacia el lugar del
que proviene la voz y se da cuenta de que un pequeño grupo de personas se ha
congregado a su alrededor. No logra identificar a la que ha hablado, aunque le
parece que fue una voz de mujer, pero agradece muchísimo su intervención porque
finalmente el hombre la ha soltado y se ha alejado caminando a paso rápido
murmurando un montón de palabras fuera de tono a las que Nube no presta mucha
atención. En su cuerpo sólo queda espacio para el alivio.
Se queda parada en el mismo lugar
mientras las personas que estaban esperando ver cuál sería el final de esa
confrontación se alejan con cierta vacilación. Al final sólo queda una mujer y
Nube supone que fue quien le dirigió esas palabras al hombre.
―Muchas gracias ―murmura. Espera
de verdad que la mujer la haya oído.
―Sólo ten más cuidado ―le dice
justo antes de darse la vuelta e irse hacia un destino desconocido para Nube.
Si antes del incidente Nube no
sabía qué hacer, ahora la sensación ha empeorado. Tiene muchas ganas de llorar
pero no quiere quedarse en el mismo lugar por temor a que otra persona intente
atacarla también. Se mueve con pasos torpes hacia el parque en el que
contemplaba la posibilidad de leer un libro y cuando llega se sienta en una
banca que da a unas canchas de tenis. Comienza a llorar poco después, ocultando
sus lágrimas lo mejor que puede. Detesta ser tan débil y siempre terminar
llorando por todo y detesta también no poder defenderse.
Se da cuenta de que no está
llorando de tristeza sino porque está realmente enojada consigo misma. Odia ser
tan patética y necesitar que alguien la salve. Odia... Odia ser ella, ser así,
y un sinfín de cosas más que ni siquiera alcanza a pensar. Repasa en su mente
todas las cosas que pudo haber dicho o hecho para salir de esa situación por sí
misma… Y eso sólo sirve para hacerla enojar más. Algo se está quemando en su
interior y amenaza con arrasarlo todo si no logra apagar el fuego lo más pronto
posible. Recuerda los días en los que se sentía lo suficientemente desesperada
para acabar con su existencia. Mierda. Su maldita existencia.
Piensa en Martina, en lo bien que
se siente cuando está con ella. Y luego piensa en lo inútil y miserable que es
cuando está sola. Odia eso también. Odia depender tanto de su novia, lo odia… Y
quiere… Agh, no sabe lo que quiere. Levanta la mano izquierda hacia el cielo y
la deja caer con fuerza hasta que se golpea con la banca. El dolor le llega en
forma de punzada y contiene un sollozo cubriéndose la boca con la mano sana.
Ah, sí, también odia ser tan impulsiva, pero por fin el odio ha dejado de
consumirla y ha sido reemplazado por puro dolor.
Supone que se ha roto la mano y
lo único que logra pensar con claridad es que debe llamarle a Martina y pedirle
que vaya por ella. Quiere abrazarla, perderse en su aroma y jamás volver a
salir de ahí. Con mucha dificultad, logra sacar su teléfono y llamar a su
novia.
―¿Todo bien, amor? ―responde
inmediatamente. Es normal que sienta inquietud porque a esa hora se supone que
Nube tendría que estar con el médico.
Por un momento Nube no puede
hablar. Ha llorado más de lo que creía y la mano le duele tanto que incluso le
cuesta respirar.
―¿Puedes… venir por mí?
―Claro, voy para allá. ¿Estás
bien?
―No… creo que no.
Nube no puede ver a Martina, pero
la conoce bien y sabe que su reacción ha sido asentir, colgar y salir corriendo
a buscarla. Le manda un mensaje en el que le dice que está en el parque, cerca
de las canchas de tenis y Martina le responde con un rápido “ok”. Nube se queda
en la postura que le causa menos dolor, maldiciendo su estupidez y llorando.
Martina sale a trabajar a las 6 y
pasa por Nube al consultorio a las 8 de la noche. Usualmente se queda cerca, a
unos 5 minutos en transporte público, así que eso le permite llegar muy rápido
al parque y encontrarse con una Nube llorosa que se aprieta una mano contra el
estómago. Está pálida, sudorosa y tiembla un poco. Lo primero que Martina
piensa es que le pasa algo en el estómago, pero todo se aclara cuando se acerca
lo suficiente para ver por qué tiene la mano en esa postura. Se asusta, claro
que se asusta. También respira profundo e intenta lucir una sonrisa. Sabe que
Nube puede notar lo tensa que está, pero eso no importa en ese momento.
―¿Te puedes levantar?
Nube niega con la cabeza,
débilmente. Martina cierra los ojos durante dos segundos para tratar de
relajarse. Por el aspecto que ha tomado la mano de su novia, es muy probable
que esté fracturada. Se pregunta qué la habrá puesto tan mal y se dice que el
momento de preguntárselo llegará cuando estén en un hospital y Nube ya no
sienta dolor.
―Te voy a ayudar, ¿sí? Apóyate en
mí.
Nube no hace ninguna seña para
responder y a Martina no le queda más remedio que tomarlo como un asentimiento.
La sujeta por la cintura con mucho cuidado y le ofrece su otro brazo para que
se apoye con la mano que no está lastimada. Su novia sigue llorando y ese
sonido le causa una especie de desesperación que mantiene alejada con todas sus
fuerzas. Debe mantener la mente clara para actuar mejor.
La lleva lentamente fuera del
parque y abordan el primer taxi que pasa. Nube se desmaya justo cuando llegan
al hospital.
Abre los ojos lentamente.
Reconoce el olor y más o menos el lugar. Está segura de que no es la misma
habitación de hospital que la de la otra vez pero la semejanza es abrumadora.
Recuerda lo que pasó en su último momento de estupidez y busca su mano debajo
de la sábana. Está enyesada y el dolor ha remitido considerablemente. Sus ojos
buscan después a Martina y la encuentran junto a la ventana, muy cerca de su
cama. Echa un vistazo a los pacientes que alcanza a ver en las otras camas y
nota que todos tienen algún yeso.
―Martina… ―susurra.
Espera un par de segundos y justo
cuando está a punto de volver a hablarle, su novia voltea hacia ella y le
sonríe. Nube nota que parece cansada y que tiene bolsas bajo los ojos. Martina
se acerca a ella y le acaricia la cabeza.
―¿Te sientes mejor? ―le pregunta
suavemente.
―Mucho… Perdón por meterte
siempre en estos líos.
―Está bien, es parte del encanto
de estar contigo.
Se quedan en silencio unos
minutos, mirándose con una sonrisa tenue. A Nube le alegra tanto haber encontrado
a Martina. A pesar de los percances que han tenido, sabe que sólo ella es capaz
de salvarla de sus peores momentos.
―¿Cuándo me voy de aquí?
―Mañana temprano. Dijeron que te
tendrían en observación durante la noche y que luego sólo tendrías que regresar
a las revisiones periódicas para ver que tu fractura se cure bien.
―¿Eso fue lo que me… pasó? ¿Una
fractura?
―Sí, de un huesito de la muñeca.
El doctor que te vio dijo que a veces deben quitar ese hueso, pero que eso se
decidirá con el tiempo.
Nube se mira la mano, primero la
palma y después el dorso. Tiene los dedos descubiertos pero el yeso le llega
hasta la mitad del antebrazo y le cubre las pocas cicatrices que tiene.
―Bueno, no estuvo tan mal ―dice
por fin.
―Hace un rato no pensabas lo
mismo ―afirma Martina con un deje de diversión en la voz.
―No, hace rato no.
―¿Me vas a decir qué pasó esta
vez? ―sus palabras son casi un susurro pero Nube puede distinguir la
preocupación de su novia.
Le cuenta todo lo que pasó,
aunque omite que no pensaba ir al psiquiatra ese día... y que lleva ya algún
tiempo sin ir.
―Vaya… ―murmura Martina cuando
Nube termina su relato―. No sabes cómo me hace enojar lo de ese tipo…
―No tienes ni idea. Me sentí
tan... impotente.
―Ya no te dejaré salir sola,
Nube. Es mejor que esté cerca para protegerte ―bromea.
―No suena tan mal.
Martina se ríe un poquito después
de eso y se tumba en su cama para abrazarla. Le da un beso pequeño y se abraza
a ella sin que le importe la molestia de la mano. Nube no tiene ninguna duda,
definitivamente la mejor decisión que pudo tomar fue incluir a Martina en su
vida. Es algo que no cambiaría aunque tuviera la oportunidad.
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