viernes, 26 de enero de 2018

[Deep Deep Ocean] 17. La magia del amor



17. La magia del amor

El agua me llega hasta el cuello. Y sigue subiendo. Se introduce lentamente en mi boca y en mi nariz, y yo cierro los ojos para no ver cómo me ahoga.


Ese día es su aniversario y a Nube le parece curioso cómo la vida continúa su curso sin esperar a nadie. Nube sabe que se ha quedado un poco rezagada y agradece que Martina haga lo posible por esperarla. Quizá en parte por eso siente que su mundo se ha quedado en una desesperante pausa, como si todo estuviera sumergido en miel y se moviera con mucha lentitud.

Martina le ayudó a hacer los trámites para que le permitieran trabajar desde casa durante todo un mes y definitivamente a Nube no le gusta para nada. Ya le parecía bastante malo tener que levantarse temprano, viajar en transporte público y relacionarse con ciertas personas de su trabajo, pero le resulta peor tener que estar todo el día encerrada en casa. A veces le da flojera levantarse de la cama y encender la computadora portátil que le dieron en el trabajo, y le da más flojera tener que hacer llamadas para atender asuntos que antes no requerían más de cinco minutos.

Además, tiene demasiado tiempo para pensar, demasiadas oportunidades para distraerse y una capacidad nula para manejar su tiempo. Un día incluso tuvo que acostarse hasta la medianoche porque en todo el día no logró concentrarse en una pequeña modificación de los planos de un centro comercial y no fue capaz de avanzar nada. Y también está el asunto de que debe salir a comprar algo preparado que pueda calentar en el microondas cada día. Le consuela saber que aunque supiera cocinar su mano no la dejaría hacerlo…

Y luego está el dolor. Esa especie de punzada profunda que a veces hace que le den ganas de llorar. Toma los analgésicos que le dieron, pero por algún motivo hay días en los que parecen no ser suficientes. Una vez le llamó a Martina llorando porque no sabía qué más hacer para calmar el dolor. Su novia no podía regresar corriendo a la casa pero le dijo con mucha tranquilidad que calentara en el microondas la compresa que habían comprado hace poco y se la pusiera sobre la muñeca hasta que el dolor disminuyera. Nube comenzó a sentirse mejor mucho antes de que el calor tocara su muñeca y se sorprendió por enésima vez de lo reconfortante que le resultaba la existencia de Martina.

Por eso le enojó no haber podido regalarle nada de cumpleaños y que su novia hubiera tenido que conformarse con una tarjeta de felicitación que sacó de internet, un abrazo y un beso. Aunque a ninguna de las dos le emocionaba mucho el asunto del cumpleaños, Nube quería regalarle algo especial, algo que Martina pudiera llevar siempre y pensar en ella y, de preferencia, algo que hiciera juego con el collar que le regaló en Navidad.

Se acuesta en el sofá y se mira el yeso durante largo rato mientras piensa en cómo pudo haber evitado terminar así durante todo ese mes. Intenta recordar qué le pasaba por la mente cuando tomó la decisión impulsiva de golpear su mano contra esa banca y no logra identificarlo. Añade un granito de odio a la montaña que se ha venido formando en su interior desde hace un tiempo. Si tan sólo fuera menos... tonta. Suspira. Ya ni siquiera puede enojarse, posiblemente porque ya dejó atrás el momento para hacerlo.

Por lo menos ese día, además de ser su aniversario, también es el día programado para que le quiten el yeso. Ha escuchado rumores sobre el momento en que eso ocurre, desde que la zona enyesada queda más delgada hasta que el roce del viento en la parte recién descubierta causa más dolor que la lesión. Nube no sabe si creer en alguna de esas cosas, pero está segura de que no soportaría que algo le doliera más. De la nada, recuerda aquella vez, hace un año exactamente, en la que Martina le habló sobre su intento de suicidio y le dijo lo mucho que dolía... Nube menea la cabeza de un lado a otro para desprenderse de ese pensamiento. No, definitivamente tampoco podría soportar eso.

Comienza a quedarse dormida cuando se abre la puerta principal y Martina entra en un torbellino de saludos. Se acerca rápidamente al sofá y le da varios besitos que hacen que Nube suelte risitas que en cualquier otro momento la avergonzarían.

―Lamento haber tardado. Tuve que terminar los sketches que dejé pendientes ayer y no sabía qué más añadirles ―comenta rápidamente mientras suelta un suspiro entre cansado y aliviado y se hace espacio en el sofá para sentarse con Nube―. ¿Estás lista para irnos, amor?

―No te preocupes, aún es temprano. Y ya casi estoy lista, sólo me falta cambiarme los zapatos.

―Genial. Ah, no debí haberme sentado, ahora me costará mucho levantarme ―añade con una risita traviesa.

―Te dije que podía llegar al hospital sola. No hacía falta que pasaras por mí.

―Tonterías ―dice Martina mientras mueve la mano de arriba abajo para restarle importancia.

Aunque Nube agradece muchísimo el tiempo que su novia le dedica, sobre todo porque su lesión fue un acto de estupidez y no un accidente, a veces preferiría que no se esforzara de más. Se levanta del sofá con mucho cuidado y mira a Martina, que sólo le dedica una sonrisa amable y embobada que por algún motivo hace que se sonroje un poco.

―Voy por los zapatos ―dice dándose la vuelta y encaminándose hacia la habitación.

―Sí. Mientras voy pidiendo el vehículo y como algo.

―Vale. Por cierto, traje manzanas. Están en la parte de abajo del refri.

―¡Genial! ¿Amarillas?

―Sí ―responde conteniendo la risa por la casi obsesión que tiene su novia con el color de las manzanas que come―. Ya sé que no te gustan las otras.

Escucha el “gracias” de Martina y entra rápidamente al cuarto. Ubica los zapatos que ha elegido para llevar al hospital y se los pone. En algún momento quiso deshacerse de ese par de zapatos oscuros porque le parecían demasiado sencillos, pero ahora agradece que no sea necesario abrocharlos y que no tengan agujetas, que sólo deba meter o sacar los pies de ellos y seguir con su vida.

Cuando regresa a la sala, Martina tiene una manzana a medio comer en la mano y su bolso colgado.

―Ya llegó el vehículo. ¿Vamos?

―Sí. ¿Puedes llevar mi teléfono en tu bolso?

―Claro.

El trayecto hacia el hospital resulta breve. Ese día a esa hora la gente parece estar haciendo otras cosas, cosas que no implican estar congestionando las avenidas de la ciudad. Nube lo agradece, aunque su agradecimiento se desvanece paulatinamente conforme se acercan al hospital y se convierte en miedo cuando están en la sala de espera.

―Martina… ―susurra. No se ha dado cuenta pero se ha sentado muy cerca de su novia.

―¿Qué pasa?

―Creo que tengo miedo.

―¿Miedo? ¿De qué?

―No lo sé, ¿de que me quiten el yeso? Es tonto. Llevo todo el mes esperando este momento y ahora… Ah, tengo miedo.

Martina le pasa un brazo por los hombros y eso reconforta a Nube lo suficiente para dejar de temblar, aunque ni siquiera había notado que estaba temblando.

―No va a pasar nada malo, amor. Y yo entraré contigo para asegurarme de eso. Además, mmm, hoy es... ―hace una pausa como para ordenar sus ideas y Nube puede ver que se le ha puesto la cara un poco roja―. Hoy es nuestro aniversario ―dice por fin―. Y quería que fuéramos a comer, no sé qué opinas…

A Nube la hace gracias que Martina se sienta apenada por esas cosas. Recuerda que el año pasado la llevó a un hotel (¡a un hotel!) aunque apenas se conocían y que no vaciló tanto cuando se lo pidió. Le da un beso en la mejilla.

―Claro que quiero. Lamento no poder regalarte nada de aniversario tampoco... Y… bueno, en realidad yo también había planeado invitarte a comer, pero quería que fuera una sorpresa ―responde riendo. No sabía que podría llegar a sentirse tan tranquila por algo así y supone que sólo puede tratarse de la magia del amor.

Se quedan en silencio un rato, abrazadas y tranquilas, viendo de vez en cuando a las otras personas que también esperan que las atiendan. Nube ya no siente miedo o tal vez aún siente un poco, pero ha quedado en segundo o tercer plano porque está pensando en un buen lugar para ir a celebrar ese año que llevan juntas.

―Nube… ―le habla Martina después de un rato, posiblemente luego de haberse resignado a estar ahí durante otra hora y agradecer haber llegado temprano.

―¿Mmm?

―Quizá sería mejor que fuéramos a un hotel.

Nube está segura de que se ha puesto roja y tiene la necesidad de voltear hacia todos lados para constatar que nadie les está prestando atención. No sabe qué responder. Parece que las palabras se hubieran esfumado de su mente. Martina comienza a reírse de esa forma transparente que a Nube tanto le gusta y Nube se ríe con ella.

―En nuestro próximo aniversario podemos ir ―le dice con cierta sorna.

―Suena bien.

Cuando por fin llega el momento de que la atiendan, Nube entra al consultorio con una sonrisa y agarrada del brazo de Martina. Está calmada porque sabe que aunque le vuelva a dar miedo o tenga mucho dolor, Martina estará allí para tomarle la otra mano y hacerla sentir mejor. Nube está segura de que su novia jamás dejaría que le pasara nada malo y eso es todo lo que necesita para poder seguir respirando con tranquilidad.

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