viernes, 12 de enero de 2018

[Deep Deep Ocean] 15. La gota que derramó el vaso



15. La gota que derramó el vaso

Martina siente que algo no anda bien. No se ha puesto a pensar mucho en eso, principalmente porque ha tenido un exceso de trabajo que hace que pase la mayor parte del día ocupada fuera de casa. Por lo menos le pagan las horas extra, la comida y el vehículo en el que regresa al departamento cuando sale después de las diez de la noche. No se lo ha dicho a Nube, pero está ahorrando todo el dinero adicional para que puedan salir de viaje en su aniversario.

Ah, qué rápido pasa el tiempo. Apenas hace un parpadeo estaba enamorándose a primera vista de Nube en la azotea de aquel edificio y ahora, diez meses después, rentan su propio departamento y duermen en la misma cama. Se pueden besar todas las mañanas, caminar juntas tomadas de la mano y abrazar después de un largo día de trabajo. En realidad Martina nunca tuvo ninguna meta para el futuro, y si tuvo alguna quedó enterrada junto con las pocas ilusiones que logró acumular hasta su intento de suicidio, pero está segura de que las cosas marchan mejor de lo que jamás pudo imaginar.

Sin embargo, algo no anda bien. A veces, mientras está a la mitad de un proyecto importante, siente una especie de tristeza que no puede identificar, como si una pieza de su vida se hubiera salido de su lugar por accidente y ahora no encajara del todo bien. Intenta hacer que la pieza vuelva a la normalidad, pero no tiene ni la menor idea de cómo lograrlo. Incluso en ocasiones debe luchar para no soltar lágrimas porque no le gusta llorar de esa forma. Llorar así, sin motivo aparente, implica que ha perdido el control férreo que lleva ejerciendo sobre sus emociones desde hace casi 8 años y no puede darse ese lujo.

Hace unos días se sorprendió pasando un dedo sobre una de sus cicatrices y meditando sobre lo fácil que resulta abrirse la piel. Si ella se sintiera realmente mal y odiara mucho su existencia podría tomar un cuchillo, una navaja, un pedazo de vidrio o cualquier objeto punzante y acabar con todo. Le asustó tanto volver a tener ese tipo de pensamientos que intentó no voltear a verse el brazo y comenzó a usar manga larga incluso en su propia casa. Y le sorprendió tanto ese miedo levemente irracional que sólo pudo llegar a la conclusión de que de verdad le había agarrado cariño a la vida.

Antes de conocer a Nube sólo estaba de paso, como invitado más que como actor, o tal vez como actor, pero uno de esos de relleno que sólo aparecen en el fondo de las escenas haciendo algo intrascendente. Cumplía con lo que se esperaba de ella, fingía que todo era maravilloso y miraba el techo desnudo de la habitación que compartía con una amiga mientras pensaba que ya era hora de que todo eso llegara a su fin. Esperaba el momento de su muerte sin mover ni un solo dedo para acercarse a él y está segura de que tampoco habría hecho esfuerzo alguno por alejarse si se le cruzaba en el momento más inesperado. Pasaría lo que tendría que pasar y si su destino era morir atropellada por un coche que se pasó un alto… bueno, estaría bien.

Pero ahora no puede ver las cosas de ese modo. No deja de esforzarse ni un solo minuto, ni siquiera cuando está sentada a lado de su novia viendo un programa de televisión. No deja de pensar en todo lo que les hace falta en la casa, en si algún día lograrán ahorrar lo suficiente para comprar un departamento propio o un pedazo de tierra en el que puedan construir algo que se adapte a sus gustos y necesidades, en si podrá hacerse de tiempo libre para aprender alguna receta especial para Nube. La quiere tanto que desearía poder darle todo lo que le quitó pidiéndole que se fuera a vivir con ella.

Sabe que Nube no lo ve del todo como una pérdida y, sobre todo, sabe que no le echa la culpa de nada. Pero no puede evitar sentirse poca cosa en ciertas ocasiones, como cuando Nube le cuenta sobre la casa de sus padres, los viajes que ha hecho o los coches que le han regalado. Y supone que la gota que derramó el vaso que contenía esa sección de sus inseguridades fue conocer a su amiga Pamela, oírlas hablar y ser plenamente consciente de las cosas a las que la hizo renunciar para estar con ella.

Ha pasado más de un mes de ese asunto, pero le sigue causando incomodidad. Es como si tuviera una espina enterrada en la planta del pie y no pudiera librarse de ella. Es como… como culpa y miedo al mismo tiempo, aunque no sabría decir cuál de las dos sensaciones le pesa más en el pecho. Cree que lo que de verdad pasa es que le aterra no ser capaz de hacer a Nube completamente feliz y que al final ella decida que el tiempo que han pasado juntas ha sido una bonita distracción pero que no ha servido de nada más. No quiere eso, no quiere que Nube la descarte y luego la olvide.

Su novia no se lo ha dicho, y es posible que tampoco se haya dado cuenta, pero hace un tiempo que ha recobrado un poco de la melancolía que identificó en ella cuando se conocieron. Quizá a ella también le afectó el día de su último cumpleaños, aunque de otra forma. No se lo ha preguntado. Por algún motivo, que quizá se relaciona con el miedo de perderla, le provoca cierto recelo abordar ese tema. Le asusta perder el control, hablar de más y hacerla llorar. No quiere que llore, no por su culpa. También la quiere demasiado para eso.

De la nada recuerda que cuando era niña pasaba muchas horas jugando con muñecas de tela del tamaño de su mano, una de cabello rojo y otra de cabello amarillo. Las metía en una casita que su hermano había conseguido quién sabe dónde y cuyos únicos muebles eran una camita con una sábana rosada, una mesa con tres sillas y un sillón. Le gustaba pretender que llevaban una vida feliz, que cosechaban su propia comida y que no necesitaban nada del mundo exterior. A veces a Martina le gustaría que la vida fuera así… sólo Nube y ella, alejadas de todo, felices en su propia burbuja.

Sabe que es una pretensión infantil y que es completamente imposible, pero no pierde nada imaginando posibles futuros alternativos para ellas dos. En uno de esos futuros ambas son viejitas y están cansadas y Martina ha hecho a Nube muy feliz durante muchos años. Siempre que piensa en eso siente que el pecho se le llena de felicidad y se ríe de forma irreverente porque no hay nada que desee con más intensidad. Sólo quiere que estén en paz durante todo el tiempo que sea necesario.

―¿Todo bien? ―le pregunta, cerrando el libro que lleva un rato leyendo y dejándolo sobre su regazo― Tenías una expresión de preocupación y de repente comienzas a reírte. ¿Ya te dije que eres un poco rara?

A Martina le alegra mucho ver esa expresión divertida en los ojos de Nube y una enorme sonrisa dibujada en su cara. La melancolía sigue allí, escondida y seguramente a la espera de un mejor momento para salir a flote, pero Martina cree que es el momento ideal para combatirla. No quiere que Nube sea infeliz y espera jamás tener que separarse de ella, así que hará todo lo que esté en sus manos para evitarlo.

―Pensaba que deberíamos comprar un aire acondicionado ―miente después de meditarlo media milésima de segundo. Es la primera cosa que se le viene a la mente y es una verdadera tontería, pero no hay anda que pueda hacer para remediarlo.

―¿Un aire acondicionado? ¿No es demasiado pronto para eso?

―Para nada. Ya casi comienza la primavera y no quiero que estés quejándote de que no puedes dormir por el calor ―bromea Martina. El peso que sentía en el pecho, esa molestia que comenzaba a pensar que jamás se iría, se ha alejado un poco. La pieza que estaba fuera de su lugar ha vuelto a donde debía estar, por lo menos momentáneamente. No sabe cómo se han acomodado tan bien las cosas pero no tiene previsto perder el tiempo pensando en eso.

―¿Cuándo he siquiera insinuado que…? ―Nube se interrumpe al darse cuenta de que Martina se está burlando de ella. Ver su sonrisa sincera y escuchar su risa transparente le provoca una calidez en el pecho que hace poco temió no volver a sentir. Pero ahí está, más presente que nunca, y agradece mucho haber tomado la decisión más impulsiva de su vida porque resultó ser la mejor―. Te quiero tanto, Martina ―le dice echándose en sus brazos y dejando que Martina le dé varios besos en la cara. No sabe por qué esas palabras han salido de sus labios con un tono de voz tan urgente, ligeramente necesitado y patético, pero no le da mucha importancia. Lo importante es que están juntas, y todo está bien y son felices.

El libro se cae al piso y ninguna de las dos le presta atención porque están ocupadas quitándose la ropa con una desesperación que casi duele.

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