15. La gota que derramó el vaso
Martina siente que algo no anda
bien. No se ha puesto a pensar mucho en eso, principalmente porque ha tenido un
exceso de trabajo que hace que pase la mayor parte del día ocupada fuera de
casa. Por lo menos le pagan las horas extra, la comida y el vehículo en el que
regresa al departamento cuando sale después de las diez de la noche. No se lo
ha dicho a Nube, pero está ahorrando todo el dinero adicional para que puedan
salir de viaje en su aniversario.
Ah, qué rápido pasa el tiempo. Apenas
hace un parpadeo estaba enamorándose a primera vista de Nube en la azotea de aquel
edificio y ahora, diez meses después, rentan su propio departamento y duermen
en la misma cama. Se pueden besar todas las mañanas, caminar juntas tomadas de
la mano y abrazar después de un largo día de trabajo. En realidad Martina nunca
tuvo ninguna meta para el futuro, y si tuvo alguna quedó enterrada junto con
las pocas ilusiones que logró acumular hasta su intento de suicidio, pero está
segura de que las cosas marchan mejor de lo que jamás pudo imaginar.
Sin embargo, algo no anda bien. A
veces, mientras está a la mitad de un proyecto importante, siente una especie
de tristeza que no puede identificar, como si una pieza de su vida se hubiera
salido de su lugar por accidente y ahora no encajara del todo bien. Intenta
hacer que la pieza vuelva a la normalidad, pero no tiene ni la menor idea de
cómo lograrlo. Incluso en ocasiones debe luchar para no soltar lágrimas porque
no le gusta llorar de esa forma. Llorar así, sin motivo aparente, implica que
ha perdido el control férreo que lleva ejerciendo sobre sus emociones desde
hace casi 8 años y no puede darse ese lujo.
Hace unos días se sorprendió
pasando un dedo sobre una de sus cicatrices y meditando sobre lo fácil que resulta
abrirse la piel. Si ella se sintiera realmente mal y odiara mucho su existencia
podría tomar un cuchillo, una navaja, un pedazo de vidrio o cualquier objeto
punzante y acabar con todo. Le asustó tanto volver a tener ese tipo de
pensamientos que intentó no voltear a verse el brazo y comenzó a usar manga
larga incluso en su propia casa. Y le sorprendió tanto ese miedo levemente
irracional que sólo pudo llegar a la conclusión de que de verdad le había
agarrado cariño a la vida.
Antes de conocer a Nube sólo
estaba de paso, como invitado más que como actor, o tal vez como actor, pero
uno de esos de relleno que sólo aparecen en el fondo de las escenas haciendo
algo intrascendente. Cumplía con lo que se esperaba de ella, fingía que todo
era maravilloso y miraba el techo desnudo de la habitación que compartía con
una amiga mientras pensaba que ya era hora de que todo eso llegara a su fin.
Esperaba el momento de su muerte sin mover ni un solo dedo para acercarse a él
y está segura de que tampoco habría hecho esfuerzo alguno por alejarse si se le
cruzaba en el momento más inesperado. Pasaría lo que tendría que pasar y si su
destino era morir atropellada por un coche que se pasó un alto… bueno, estaría
bien.
Pero ahora no puede ver las cosas
de ese modo. No deja de esforzarse ni un solo minuto, ni siquiera cuando está
sentada a lado de su novia viendo un programa de televisión. No deja de pensar
en todo lo que les hace falta en la casa, en si algún día lograrán ahorrar lo
suficiente para comprar un departamento propio o un pedazo de tierra en el que
puedan construir algo que se adapte a sus gustos y necesidades, en si podrá
hacerse de tiempo libre para aprender alguna receta especial para Nube. La
quiere tanto que desearía poder darle todo lo que le quitó pidiéndole que se
fuera a vivir con ella.
Sabe que Nube no lo ve del todo
como una pérdida y, sobre todo, sabe que no le echa la culpa de nada. Pero no
puede evitar sentirse poca cosa en ciertas ocasiones, como cuando Nube le cuenta
sobre la casa de sus padres, los viajes que ha hecho o los coches que le han
regalado. Y supone que la gota que derramó el vaso que contenía esa sección de
sus inseguridades fue conocer a su amiga Pamela, oírlas hablar y ser plenamente
consciente de las cosas a las que la hizo renunciar para estar con ella.
Ha pasado más de un mes de ese
asunto, pero le sigue causando incomodidad. Es como si tuviera una espina
enterrada en la planta del pie y no pudiera librarse de ella. Es como… como culpa
y miedo al mismo tiempo, aunque no sabría decir cuál de las dos sensaciones le
pesa más en el pecho. Cree que lo que de verdad pasa es que le aterra no ser
capaz de hacer a Nube completamente feliz y que al final ella decida que el
tiempo que han pasado juntas ha sido una bonita distracción pero que no ha
servido de nada más. No quiere eso, no quiere que Nube la descarte y luego la
olvide.
Su novia no se lo ha dicho, y es
posible que tampoco se haya dado cuenta, pero hace un tiempo que ha recobrado
un poco de la melancolía que identificó en ella cuando se conocieron. Quizá a
ella también le afectó el día de su último cumpleaños, aunque de otra forma. No
se lo ha preguntado. Por algún motivo, que quizá se relaciona con el miedo de
perderla, le provoca cierto recelo abordar ese tema. Le asusta perder el
control, hablar de más y hacerla llorar. No quiere que llore, no por su culpa.
También la quiere demasiado para eso.
De la nada recuerda que cuando
era niña pasaba muchas horas jugando con muñecas de tela del tamaño de su mano,
una de cabello rojo y otra de cabello amarillo. Las metía en una casita que su
hermano había conseguido quién sabe dónde y cuyos únicos muebles eran una
camita con una sábana rosada, una mesa con tres sillas y un sillón. Le gustaba
pretender que llevaban una vida feliz, que cosechaban su propia comida y que no
necesitaban nada del mundo exterior. A veces a Martina le gustaría que la vida
fuera así… sólo Nube y ella, alejadas de todo, felices en su propia burbuja.
Sabe que es una pretensión
infantil y que es completamente imposible, pero no pierde nada imaginando
posibles futuros alternativos para ellas dos. En uno de esos futuros ambas son
viejitas y están cansadas y Martina ha hecho a Nube muy feliz durante muchos
años. Siempre que piensa en eso siente que el pecho se le llena de felicidad y se
ríe de forma irreverente porque no hay nada que desee con más intensidad. Sólo
quiere que estén en paz durante todo el tiempo que sea necesario.
―¿Todo bien? ―le pregunta,
cerrando el libro que lleva un rato leyendo y dejándolo sobre su regazo― Tenías
una expresión de preocupación y de repente comienzas a reírte. ¿Ya te dije que
eres un poco rara?
A Martina le alegra mucho ver esa
expresión divertida en los ojos de Nube y una enorme sonrisa dibujada en su
cara. La melancolía sigue allí, escondida y seguramente a la espera de un mejor
momento para salir a flote, pero Martina cree que es el momento ideal para
combatirla. No quiere que Nube sea infeliz y espera jamás tener que separarse
de ella, así que hará todo lo que esté en sus manos para evitarlo.
―Pensaba que deberíamos comprar
un aire acondicionado ―miente después de meditarlo media milésima de segundo.
Es la primera cosa que se le viene a la mente y es una verdadera tontería, pero
no hay anda que pueda hacer para remediarlo.
―¿Un aire acondicionado? ¿No es
demasiado pronto para eso?
―Para nada. Ya casi comienza la
primavera y no quiero que estés quejándote de que no puedes dormir por el calor
―bromea Martina. El peso que sentía en el pecho, esa molestia que comenzaba a
pensar que jamás se iría, se ha alejado un poco. La pieza que estaba fuera de
su lugar ha vuelto a donde debía estar, por lo menos momentáneamente. No sabe
cómo se han acomodado tan bien las cosas pero no tiene previsto perder el
tiempo pensando en eso.
―¿Cuándo he siquiera insinuado
que…? ―Nube se interrumpe al darse cuenta de que Martina se está burlando de
ella. Ver su sonrisa sincera y escuchar su risa transparente le provoca una
calidez en el pecho que hace poco temió no volver a sentir. Pero ahí está, más
presente que nunca, y agradece mucho haber tomado la decisión más impulsiva de
su vida porque resultó ser la mejor―. Te quiero tanto, Martina ―le dice
echándose en sus brazos y dejando que Martina le dé varios besos en la cara. No
sabe por qué esas palabras han salido de sus labios con un tono de voz tan
urgente, ligeramente necesitado y patético, pero no le da mucha importancia. Lo
importante es que están juntas, y todo está bien y son felices.
El libro se cae al piso y ninguna
de las dos le presta atención porque están ocupadas quitándose la ropa con una
desesperación que casi duele.
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