viernes, 1 de diciembre de 2017

[Deep Deep Ocean] 10. La necesito tanto



10. La necesito tanto




Camina despacio, midiendo bien sus pasos y colocando de forma muy correcta la punta y el talón del pie, en orden, sin dejar nada al azar, como si le costara encontrar el apoyo suficiente en el suelo irregular de esa calle poco transitada. Casi siente que le tiemblan las rodillas y que en cualquier momento podría tropezar y caer y morir de vergüenza segundos después. Pero lo que pasa es que en realidad tiene miedo. No un miedo intenso que la paralice y le impida seguir con su vida, sino un miedo residual y vago, leve pero que no se desvanece.

Lamenta no haber aceptado el ofrecimiento de Martina de acompañarla alegando que ir al psiquiatra no podía ser tan malo. Las películas y los libros le habían enseñado que uno sólo llegaba, se sentaba y hablaba de cosas de su vida. A veces también lloraba y había una caja de pañuelos lista para cuando se necesitara. Pero en el consultorio del psiquiatra que le asignaron en el hospital no había pañuelos, y el lugar era frío y más bien daba miedo. Se sintió intimidada desde el momento en que puso un pie en la recepción y la señorita que estaba detrás del escritorio le dedicó una mirada levemente desagradable que Nube atribuyó a medias al estado de nerviosismo en que se encontraba.

Si Martina hubiera estado ahí le podría haber apretado la mano y sonreído de esa manera cálida que siempre la tranquilizaba. En cambio Nube tuvo que morder discretamente la bufanda oscura que su novia le había regalado dos días antes, justo cuando la fue a buscar al hospital luego de haber recibido el alta y cuando salió de allí con una receta escrita a máquina, su cita con el psiquiatra y una venda rodeando su antebrazo lastimado. Y aunque mordió esa bufanda varias veces y con distintas intensidades, nada de eso fue suficiente para calmar su respiración ni el sudor que brotaba de todos sus poros. Tampoco fue suficiente para quitarle la idea de que la secretaria le tenía mala voluntad ni para evitar que prácticamente saltara en su silla cuando le dijo que el doctor la vería en seguida.

Desde luego, las maniobras que intentó con la bufanda tampoco borraron la incomodidad que se apoderó de ella en el momento en que entró en el pequeño consultorio y se encontró rodeada de libros con títulos en inglés y dos o tres cráneos decorativos. Volteó hacia todas partes y no vio ningún sillón largo y relativamente cómodo en el que pudiese recostarse, así que tuvo que elegir la única silla que se encontraba enfrente del escritorio (en el que no había pañuelos) y encarar al médico que debía encargarse de corregir el comportamiento detrás de sus autolesiones sin intención de suicidio, como ella alegó en el hospital.

En ese instante recordó que Martina le había hablado de sus diversas experiencias con distintos médicos y el hombre que vio frente a ella no coincidió con nada de eso. Tampoco lo hizo su tono de voz, ni la manera tan brusca de dirigirse a ella, y mucho menos la repentina y temprana mención a su padre que casi logró que Nube se echara a llorar desconsoladamente. El resultado general de esa experiencia fue que terminó secándose la comisura de los ojos con la bufanda para tratar de evitar que las lágrimas que salían por turnos resbalaran libremente, y un deseo intenso de no querer regresar a ese lugar nunca más. Anotó la nueva cita con todo el aplomo que fue capaz de reunir y una mirada de soslayo a la secretaria, y salió caminando del lugar muy despacio, pensando seriamente si llamarle a Martina o esperar a que Martina le llamara.

Aún va pensando en eso mientras camina sobre ese suelo irregular y por algún motivo no logra tomar una decisión. Por lo menos tiene el consuelo de que ya no llora y de que el miedo guarda una distancia respetuosa y le permite seguir caminando en lugar de acurrucarse en medio de la calle y ponerse a llorar. Podría decir que es casi un avance, aunque a esas alturas no haya mucho que avanzar, pero de todas maneras valdría la pena seguirlo intentándolo, aguantar las palabras duras y secas del psiquiatra y las lágrimas de miedo. Si con eso puede superar las horribles sensaciones que llegan a ella cada vez que piensa en su padre... No estaría tan mal.

A Nube le parece que un rayo de sol pequeñísimo la está iluminando en ese momento, como una oleada de felicidad repentina pero breve que le hace avergonzarse de haber sido tan patética en la consulta. Por eso decide llamarle a Martina y contarle que la sesión no fue del todo mala y que hizo bien en no acompañarla porque, después de todo, ir al psiquiatra no es la gran cosa. Se sienta en una banquita que está a lado de una heladería en la que a esa hora parece no haber nadie y le marca a Martina mientras piensa que ya debería haber salido del trabajo.

―Hola, cariño, ¿cómo te fue? ―responde su novia rápidamente con una alegría que a Nube la perece tan repentina que no puede evitar confesarse lo mucho que la necesita.

―Hola… Yo… Martina…

No puede decir nada más. Comienza a llorar prácticamente de la nada porque de verdad la necesita y ella no está allí y la dejó sola en un lugar horrible que la asustó mucho. Tiene tantas ganas de abrazarla que duele pero no puede decírselo porque apenas y puede respirar.

―¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Por qué lloras? ―pregunta Martina con suavidad.

Nube capta la preocupación en su voz y por eso hace un esfuerzo enorme por calmarse, aunque en realidad el intento no tiene muchos resultados.

―Es que… Martina… Te extraño tanto. Quiero que… estés conmigo…

Se cubre la cara con las manos y lleva la cabeza hacia sus piernas para que si pasa alguna persona no note que está llorando, o que por lo menos la ignore al no poder ver sus lágrimas.

―Yo también te extraño. Espérame, ¿vale? Justo voy de salida. ¿Estás en el consultorio?

―N-no… Creo que… no sé dónde estoy.

―Mándame tu ubicación en un mensaje, ¿sí? Si estás cerca del consultorio no debo tardar mucho en llegar.

―Sí, ahorita lo hago… Y… Perdóname. Lamento mucho… necesitarte tanto.

Si Nube no se hubiese sentido tan triste, aunque no se explique muy bien el motivo detrás de eso (sobre todo porque casi se sentía feliz y luego resultó que sólo estaba guardando la tristeza), se habría sentido muy avergonzada por decir esas cosas. Pero no le importa mucho que pueda cometer alguna imprudencia y aunque le importara… Es Martina después de todo y ella debería comprenderlo.

―Está bien. Yo… eh, también siento cosas así por ti ―responde con su risita transparente y alegre, capaz de iluminar el mundo de Nube de un segundo a otro, y que en ese instante deja entrever un leve rastro de nerviosismo e incomodidad―. No siempre te las digo… no lo sé, quizá porque me da pena... Pero mándame tu ubicación para que nos veamos rápido, ¿sí? ―añade cambiando de tema abruptamente, quizá porque la expresión de sus sentimientos casi ocultos no era un tema que figurara en su agenda del día.

―Sí ―dice Nube, comprensiva con la repentina incomodidad de Martina porque ella comienza a sentir lo mismo. Sin embargo, al mismo tiempo se siente un poco más tranquila, capaz de hablar y casi de ser feliz, como si de verdad fuera una nube y flotara en la dirección que el viento quisiera―. Te espero aquí.

―Claro. Te quiero mucho, Nube.

―Y yo a ti ―susurra Nube y cuelga rápidamente.

Le envía la ubicación en un mensaje y sonríe aunque aún tiene lágrimas en los ojos, la cara roja e hinchada por el llanto y la nariz congestionada. Sonríe mucho y se dice que debería preocuparse por verse presentable para Martina, aunque esas cosas ya no deberían importarle tanto porque se han conocido mejor en el tiempo que llevan viviendo juntas. De todas maneras nunca es bueno perder toda la decencia, así que se limpia la cara con la bufanda y se suena la nariz con una servilleta que lleva en su pequeña mochila.

Y luego, finalmente, después de esperar un poco más de media hora, Nube ve aparecer a Martina por el lado de la calle contrario al consultorio. Alza la mano, saluda y, sin poder contenerse y antes de que Martina corresponda al saludo, sale corriendo sin que le importen los tacones que lleva y se echa en sus brazos. El calor del abrazo la complace y hace que su corazón vuelva a latir, y cuando Martina la aprieta con fuerza se siente más feliz y muchísimo menos miserable.

―Muchas gracias por venir.

―No me quedaba de otra ―responde Martina con un leve alzamiento de hombros, dándole un beso en la cabeza a Nube.

―Tonta ―murmura Nube mientras cierra los ojos.

Martina se echa a reír y la abraza con más fuerza, como si la separación hubiese sido eterna. Nube le corresponde de la misma forma y decide que la próxima vez que vaya al médico dejará que Martina la espere afuera.

Se siguen abrazando y se pierden un poco en un par de besos largos. Ojalá pudieran quedarse así para siempre y nunca tener que pensar en nada más. Ojalá fuera posible. En algún momento tendrán que separarse pero Nube quiere que sea más tarde que temprano, así que pone todo de su parte para que ocurra así. Ahora lo único que le preocupa es prolongar ese bello momento todo lo posible. Ya luego podrá preocuparse por el mundo que irremediablemente las rodea.

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