10. La necesito tanto
Camina despacio, midiendo bien
sus pasos y colocando de forma muy correcta la punta y el talón del pie, en
orden, sin dejar nada al azar, como si le costara encontrar el apoyo suficiente
en el suelo irregular de esa calle poco transitada. Casi siente que le tiemblan
las rodillas y que en cualquier momento podría tropezar y caer y morir de
vergüenza segundos después. Pero lo que pasa es que en realidad tiene miedo. No
un miedo intenso que la paralice y le impida seguir con su vida, sino un miedo
residual y vago, leve pero que no se desvanece.
Lamenta no haber aceptado el
ofrecimiento de Martina de acompañarla alegando que ir al psiquiatra no podía
ser tan malo. Las películas y los libros le habían enseñado que uno sólo
llegaba, se sentaba y hablaba de cosas de su vida. A veces también lloraba y
había una caja de pañuelos lista para cuando se necesitara. Pero en el
consultorio del psiquiatra que le asignaron en el hospital no había pañuelos, y
el lugar era frío y más bien daba miedo. Se sintió intimidada desde el momento
en que puso un pie en la recepción y la señorita que estaba detrás del
escritorio le dedicó una mirada levemente desagradable que Nube atribuyó a
medias al estado de nerviosismo en que se encontraba.
Si Martina hubiera estado ahí le
podría haber apretado la mano y sonreído de esa manera cálida que siempre la
tranquilizaba. En cambio Nube tuvo que morder discretamente la bufanda oscura
que su novia le había regalado dos días antes, justo cuando la fue a buscar al
hospital luego de haber recibido el alta y cuando salió de allí con una receta
escrita a máquina, su cita con el psiquiatra y una venda rodeando su antebrazo
lastimado. Y aunque mordió esa bufanda varias veces y con distintas
intensidades, nada de eso fue suficiente para calmar su respiración ni el sudor
que brotaba de todos sus poros. Tampoco fue suficiente para quitarle la idea de
que la secretaria le tenía mala voluntad ni para evitar que prácticamente
saltara en su silla cuando le dijo que el doctor la vería en seguida.
Desde luego, las maniobras que
intentó con la bufanda tampoco borraron la incomodidad que se apoderó de ella
en el momento en que entró en el pequeño consultorio y se encontró rodeada de
libros con títulos en inglés y dos o tres cráneos decorativos. Volteó hacia
todas partes y no vio ningún sillón largo y relativamente cómodo en el que
pudiese recostarse, así que tuvo que elegir la única silla que se encontraba
enfrente del escritorio (en el que no había pañuelos) y encarar al médico que
debía encargarse de corregir el comportamiento detrás de sus autolesiones sin
intención de suicidio, como ella alegó en el hospital.
En ese instante recordó que
Martina le había hablado de sus diversas experiencias con distintos médicos y
el hombre que vio frente a ella no coincidió con nada de eso. Tampoco lo hizo
su tono de voz, ni la manera tan brusca de dirigirse a ella, y mucho menos la
repentina y temprana mención a su padre que casi logró que Nube se echara a
llorar desconsoladamente. El resultado general de esa experiencia fue que terminó
secándose la comisura de los ojos con la bufanda para tratar de evitar que las
lágrimas que salían por turnos resbalaran libremente, y un deseo intenso de no
querer regresar a ese lugar nunca más. Anotó la nueva cita con todo el aplomo
que fue capaz de reunir y una mirada de soslayo a la secretaria, y salió caminando
del lugar muy despacio, pensando seriamente si llamarle a Martina o esperar a que
Martina le llamara.
Aún va pensando en eso mientras
camina sobre ese suelo irregular y por algún motivo no logra tomar una
decisión. Por lo menos tiene el consuelo de que ya no llora y de que el miedo guarda
una distancia respetuosa y le permite seguir caminando en lugar de acurrucarse
en medio de la calle y ponerse a llorar. Podría decir que es casi un avance,
aunque a esas alturas no haya mucho que avanzar, pero de todas maneras valdría
la pena seguirlo intentándolo, aguantar las palabras duras y secas del
psiquiatra y las lágrimas de miedo. Si con eso puede superar las horribles
sensaciones que llegan a ella cada vez que piensa en su padre... No estaría tan
mal.
A Nube le parece que un rayo de
sol pequeñísimo la está iluminando en ese momento, como una oleada de felicidad
repentina pero breve que le hace avergonzarse de haber sido tan patética en la
consulta. Por eso decide llamarle a Martina y contarle que la sesión no fue del
todo mala y que hizo bien en no acompañarla porque, después de todo, ir al
psiquiatra no es la gran cosa. Se sienta en una banquita que está a lado de una
heladería en la que a esa hora parece no haber nadie y le marca a Martina
mientras piensa que ya debería haber salido del trabajo.
―Hola, cariño, ¿cómo te fue?
―responde su novia rápidamente con una alegría que a Nube la perece tan
repentina que no puede evitar confesarse lo mucho que la necesita.
―Hola… Yo… Martina…
No puede decir nada más. Comienza
a llorar prácticamente de la nada porque de verdad la necesita y ella no está
allí y la dejó sola en un lugar horrible que la asustó mucho. Tiene tantas
ganas de abrazarla que duele pero no puede decírselo porque apenas y puede
respirar.
―¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Por qué
lloras? ―pregunta Martina con suavidad.
Nube capta la preocupación en su
voz y por eso hace un esfuerzo enorme por calmarse, aunque en realidad el
intento no tiene muchos resultados.
―Es que… Martina… Te extraño
tanto. Quiero que… estés conmigo…
Se cubre la cara con las manos y
lleva la cabeza hacia sus piernas para que si pasa alguna persona no note que
está llorando, o que por lo menos la ignore al no poder ver sus lágrimas.
―Yo también te extraño. Espérame,
¿vale? Justo voy de salida. ¿Estás en el consultorio?
―N-no… Creo que… no sé dónde
estoy.
―Mándame tu ubicación en un
mensaje, ¿sí? Si estás cerca del consultorio no debo tardar mucho en llegar.
―Sí, ahorita lo hago… Y…
Perdóname. Lamento mucho… necesitarte tanto.
Si Nube no se hubiese sentido tan
triste, aunque no se explique muy bien el motivo detrás de eso (sobre todo
porque casi se sentía feliz y luego resultó que sólo estaba guardando la
tristeza), se habría sentido muy avergonzada por decir esas cosas. Pero no le
importa mucho que pueda cometer alguna imprudencia y aunque le importara… Es
Martina después de todo y ella debería comprenderlo.
―Está bien. Yo… eh, también
siento cosas así por ti ―responde con
su risita transparente y alegre, capaz de iluminar el mundo de Nube de un
segundo a otro, y que en ese instante deja entrever un leve rastro de
nerviosismo e incomodidad―. No siempre te las digo… no lo sé, quizá porque me
da pena... Pero mándame tu ubicación para que nos veamos rápido, ¿sí? ―añade cambiando
de tema abruptamente, quizá porque la expresión de sus sentimientos casi
ocultos no era un tema que figurara en su agenda del día.
―Sí ―dice Nube, comprensiva con
la repentina incomodidad de Martina porque ella comienza a sentir lo mismo. Sin
embargo, al mismo tiempo se siente un poco más tranquila, capaz de hablar y casi
de ser feliz, como si de verdad fuera una nube y flotara en la dirección que el
viento quisiera―. Te espero aquí.
―Claro. Te quiero mucho, Nube.
―Y yo a ti ―susurra Nube y cuelga
rápidamente.
Le envía la ubicación en un
mensaje y sonríe aunque aún tiene lágrimas en los ojos, la cara roja e hinchada
por el llanto y la nariz congestionada. Sonríe mucho y se dice que debería
preocuparse por verse presentable para Martina, aunque esas cosas ya no
deberían importarle tanto porque se han conocido mejor en el tiempo que llevan
viviendo juntas. De todas maneras nunca es bueno perder toda la decencia, así
que se limpia la cara con la bufanda y se suena la nariz con una servilleta que
lleva en su pequeña mochila.
Y luego, finalmente, después de
esperar un poco más de media hora, Nube ve aparecer a Martina por el lado de la
calle contrario al consultorio. Alza la mano, saluda y, sin poder contenerse y
antes de que Martina corresponda al saludo, sale corriendo sin que le importen
los tacones que lleva y se echa en sus brazos. El calor del abrazo la complace
y hace que su corazón vuelva a latir, y cuando Martina la aprieta con fuerza se
siente más feliz y muchísimo menos miserable.
―Muchas gracias por venir.
―No me quedaba de otra ―responde
Martina con un leve alzamiento de hombros, dándole un beso en la cabeza a Nube.
―Tonta ―murmura Nube mientras
cierra los ojos.
Martina se echa a reír y la
abraza con más fuerza, como si la separación hubiese sido eterna. Nube le
corresponde de la misma forma y decide que la próxima vez que vaya al médico
dejará que Martina la espere afuera.
Se siguen abrazando y se pierden
un poco en un par de besos largos. Ojalá pudieran quedarse así para siempre y
nunca tener que pensar en nada más. Ojalá fuera posible. En algún momento
tendrán que separarse pero Nube quiere que sea más tarde que temprano, así que
pone todo de su parte para que ocurra así. Ahora lo único que le preocupa es
prolongar ese bello momento todo lo posible. Ya luego podrá preocuparse por el
mundo que irremediablemente las rodea.
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