11. Desayuno para dos
Es domingo y, para ser invierno,
el día está soleado y despejado. Parece que allá afuera la temperatura es
agradable y así lo confirman tres pajaritos que se pasean gorjeando frente a la
ventana de la habituación en la que, apretadas en una cama individual, duermen
Martina y Nube. Hacía muchos domingos que ninguna de las dos tenía oportunidad
de quedarse en casa a descansar, principalmente porque ambas habían
comenzado trabajos de fin de semana,
sencillos y mal pagados, para ayudarse a cubrir los diversos gastos de una vida
en conjunto. Ahora, por fin, después de cuatro meses y medio de vivir juntas,
podían darse el lujo de descansar, de quedarse echadas bajo los cobertores,
desnudas y abrazadas.
―Martina ―susurra Nube, temiendo
despertar a Martina de su plácido sueño. Se aprieta más contra ella y recarga
la cabeza en su pecho, encima de sus senos descubiertos―. ¿Estás despierta?
Es posible que la pregunta sea
inútil, pero no se le ocurre qué otra cosa decir. Además, tiene hambre y quiere
ponerse la bata que dejó tirada en el suelo la noche anterior para ir a
preparar el desayuno. Echa un vistazo al reloj que se encuentra en la pared del
lado derecho y se entera de que van a dar las 11 de la mañana. ¡Qué bello es
poder levantarse tan tarde! Sobre todo después de tener que madrugar cada día
para viajar una hora y media en transporte público usando zapatos de tacón y
falda, entre gente más irritable que ella misma, para llegar a un trabajo que
no le apasiona en lo absoluto pero que es una de las pocas cosas que sabe
hacer.
―¿Martina? ―vuelve a susurrar.
Pero Martina no da señales de
estar despierta. Su respiración es pesada y tiene los ojos cerrados, según
comprueba Nube incorporándose un poco. Lentamente y con mucha delicadeza,
deshace el abrazo que la une a su novia y utiliza posiciones poco naturales
para bajarse de la cama. Hace frío, así que se arrebuja en la bata, se pone
unas pantuflas que posiblemente sean de Martina porque compraron el mismo
modelo y no sabe identificar cuál es cuál, y da pasos rápidos hacia la cocina.
En realidad Nube no sabe mucho
sobre el arte de preparar alimentos. Alguna vez Martina le dijo que no sabía
cocinar, probablemente antes de que comenzaran a vivir en ese pequeño
departamento, y Nube decidió que una de las dos tenía que aprender, así que
comenzó a ver tutoriales en internet y a practicar algunas cosas en sus ratos
libres, sobre todo cuando Martina aún estaba en el trabajo, porque quería que
todo fuera una sorpresa.
Se para en el centro de la minúscula
cocina, básicamente a dos pasos de los pocos muebles y electrodomésticos que
tienen, y se estira un poco. Se da ánimos porque será la primera vez que de
verdad le prepare algo a su novia y está nerviosa y emocionada al mismo tiempo.
Piensa durante unos segundos cuál es la mejor opción y decide irse a lo seguro
y hacer unos hot cakes con huevos estrellados. Mientras esculca en el
refrigerador decide añadir fruta cortada en trocitos, aunque no está muy segura
de que la pera, la manzana, la guayaba y la fresa vayan bien juntas.
Saca todos los ingredientes,
mezcla algunos, reserva otros y después de una hora coloca en cada plato cinco
hot cakes que no podrían considerarse redondos ni siquiera echándoles mucha
imaginación (de hecho, pensándolo bien, Nube cree que incluso se parecen a unas
galletas que comió en alguna ocasión y que se supone tenían forma de
animalitos), dos huevos con la yema muy cocida y ligeramente quemados en las
orillas, y un poquito de pera y manzana porque cortar frutas no resultó ser la
actividad lúdica que ella creía.
Observa ambos platos y no puede
evitar sentirse un poco avergonzada. No lucen nada bien y quizá debería
echarlos a la basura y salir a comprar algo para desayunar...
―Amor, ¿qué haces despierta? Me
levanté al baño y ya no estabas a mi lado ―dice Martina con voz entre
berrinchuda y soñolienta mientras entra a la cocina mostrando una
despreocupación que hace que Nube casi brinque del susto.
―Martinatehiceeldesayuno, esperoqueteguste
―recita Nube con voz demasiado aguda, un poco chillona y bastante temblorosa.
―¿Qué?
Martina parpadea varias veces
para despertar aunque sea un poco y entender la situación. Le toma un par de
minutos enfocar correctamente a Nube, que le extiende un plato con hotcakes,
huevos y fruta, y la sonrisa que se le forma en la cara es tan grande que no
puede creer que sea capaz de expresar tanta felicidad.
―¿Lo hiciste tú? ―pregunta
alegremente. Está tan feliz que sus ojos brillan con mucha intensidad― Qué
pregunta tan tonta, claro que lo hiciste tú. Muchas gracias, Nube, te quedó
hermoso.
Le quita el plato de las manos y
corre a la sala para sentarse en el sillón y comenzar a comer. Nube aún no
puede creer que al final no haya tenido que tirar la comida y se pregunta si
Martina está fingiendo o si simplemente no le importan los muchos defectos de
ese desayuno.
Sigue a Martina y cuando la ve
comiéndose los hot cakes se da cuenta de que no podría estar fingiendo. Parece
que le gustan y eso alegra tanto el día de Nube que incluso puede pasar por
alto sus propios errores y disfrutar de un desayuno casero hecho con sus
propias manos junto a esa mujer que quiere tanto.
―No sabía que cocinaras tan bien,
amor.
―No seas tonta, esto no está bien
hecho ―replica Nube con una risita que muestra su vergüenza.
―¡Claro que lo está! ¿Crees que
yo podría hacer algo así? No, no, jamás. Intenté hacer huevos una vez, hace ya
bastantes años, y no logré despegarlos del sartén.
―Pero Martina, nuestro sartén es
de teflón y por si eso fuera poco es bastante nuevo, así que no podía haber
error.
―Tonterías, Nube, tonterías. Y
mira qué bonitas formas les diste a los hot cakes. Esto es como un cerdito,
¿no?
Nube le presta atención al hot
cake que Martina le está señalando con el tenedor, echa a volar su imaginación
y admite que quizá podría parecer un cerdito... uno deforme, sí, pero cerdito
al fin y al cabo.
―Eh… pues sí, eso parece.
―¿Ves? Te quedaron geniales
―declara Martina riendo.
Se pregunta si debería decirle
que no fue su intención darles forma, que más bien no supo cómo hacer que
quedaran redonditos y no le quedó más remedio que permitir que se formaran
libremente. No, no serviría de nada. De todas maneras tendría que seguir
practicando para poder hacerle un desayuno más decente la próxima vez que fuera
necesario.
―Ay, Martina, qué tonta soy,
olvidé hacerte café. Ahorita vengo.
Nube alcanza a colocar el plato
en la mesa que tiene enfrente y a levantarse, pero Martina la sujeta por la
bata y hace que vuelva a sentarse.
―No, quédate aquí. No importa el
café, ahorita voy por un vaso de agua y con eso nos arreglamos.
―¿Segura?
―Sí. Además, yo ya terminé de
comer.
―Bueno.
Martina le dedica una sonrisa
radiante y se aleja hacia la cocina con todo y su plato vacío. Nube come con
mordiditas muy pequeñas para no terminar antes de que Martina regrese, que de
todas formas no puede tardar tanto porque el piso es muy pequeño, y piensa que
quizá sería una buena idea intentar hacer un pastelito. Algunas personas dicen
que hornear es bastante sencillo porque sólo es cuestión de colocar todos los
ingredientes en la cantidad y el orden correctos, y utilizar la temperatura
adecuada para la cocción. Así que no puede pasar nada malo. Sí, estaría bien.
Incluso podría atreverse a hacer galletas, aunque no está muy segura de dónde
comprar los utensilios para cortarlas en forma de corazón. Bueno, ya lo
averiguará.
―Ya volví ―anuncia Martina
triunfalmente.
―¿Y el agua?
―Ah, el agua, claro. Bueno, es
que fui a buscar otra cosa. Cierra los ojos, ¿sí?
Nube duda unos segundos. De
cierta manera la asusta un poco la sonrisa afable de Martina y la visible casi
infantil que parece estarse apoderando de ella. Deja el plato en la mesa y
cierra los ojos muy lentamente.
―Aún estás viendo, ciérralos
bien, Nube.
―Está bien ―murmura y aprieta los
ojos lo suficiente para comenzar a ver partículas blancas flotando por ahí.
Intenta escuchar con atención
para darse una idea de si está pasando algo extraño, pero el único sonido claro
que percibe es algo similar a un papel desarrugándose.
―Ya. Abre los ojos, ábrelos,
ábrelos.
De nuevo, Nube obedece. Lo
primero que ve es el rostro de Martina, adornado por una sonrisa
resplandeciente. Luego se fija en que tiene ambas manos estiradas al frente y
que sostiene un sobre blanco. Lo mueve de derecha a izquierda para incitar a
Nube a agarrarlo y abrirlo, y Nube suelta una risita tonta porque todo eso le
parece terriblemente adorable.
―Veamos ―dice mientras le quita
el sobre a Martina y lo abre―. Son… ¿boletos de avión? Oh… ―hace una pausa para
ver el destino de los boletos y las fechas de ida y regreso―. ¿Nos vamos a la
playa?
―¡Sí, sí, sí! Nunca he ido a esa
ciudad y creí que sería muy bonito que fuéramos juntas. Ya llevamos más de 6
meses juntas y ya casi es Navidad y también se acerca tu cumpleaños… No sé qué
más excusas dar ―risita nerviosa―. Sé que podríamos haber ocupado el dinero para
comprar alguna de las muchas cosas que nos hace falta, no lo sé, ahora sí la
cafetera que quieres, pero creo que de verdad quiero que hagamos un viaje
juntas. Un capricho mío, supongo ―finaliza alzándose levemente de hombros.
Nube no sabe qué responder. Nunca
se había sentido tan feliz por salir de viaje y aunque en realidad no le gusta
mucho la playa porque le parece que hace un calor innecesario, no puede evitar
sonreír como tonta. Una cosa es ir sola o con sus padres o con Pamela o con
cualquier otra persona, y otra es ir con Martina. Ellas pueden hacer que las
posibilidades sean infinitas y estar frente a ese mar azul-verdoso seguramente
será una experiencia maravillosa si Martina está a su lado.
―Gracias, Martina. En serio… No
sé cómo podré agradecerte todo lo que haces por mí ―dice por fin. No se da
cuenta de que está llorando hasta que Martina le limpia las lágrimas suavemente
con las yemas de los dedos y entonces sus sentimientos parecen acomodarse y se
siente incapaz de seguir derramando lágrimas, aunque estas sean de pura
felicidad.
―A mí se me ocurre algo, ¿sabes?
―Por la cara que has puesto, veo
que será algo que me avergonzará.
―No, para nada. Sólo digamos que
es hora de ir de compras.
Nube se ríe un poco. Sabe muy
bien a qué se refiere su novia. Se fija en la hora. Es la una de la tarde. La
una de la tarde de un domingo que empezó muy bien y que seguramente terminará
mucho mejor. Y todo gracias a ese desayuno para dos... A eso y a que tiene la
novia más maravillosa del mundo.
―Vamos a la cama de nuevo, ¿sí?
―pide Martina.
―Sí, creo que también ahora sé
cuáles son tus intenciones.
―Las de siempre, amor.
―Sí, a eso me refería.
Se toman de la mano y regresan a
la cama. Aún hay pajaritos gorjeando fuera de la ventana y por primera vez en
su vida Nube comprende la felicidad que deben sentir para cantar de esa manera.
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