7. De todo se aprende
Martina no se reconoce cuando
está con Nube. Trata de visualizar a su yo anterior, a la persona que fumaba
mucho y tenía una visión más bien pesimista del mundo, a la que esperaba el
momento adecuado para morir sin tomar ninguna acción porque no quería revivir
la soledad de su fallido intento de suicidio. No logra descubrir a ciencia
cierta quién era antes de subir a la azotea de ese edificio hace dos meses y
ver a la mujer que le robaría el habla y el aliento y el corazón, todo al mismo
tiempo, de una forma tan rápida e intensa.
Desde luego, las personas que
rodeaban a Martina en aquellos oscuros días no tenían ni la menor idea de que
ella no era la mujer siempre alegre, siempre animada y siempre positiva que
aparentaba ser. ¡Y fingir le resultaba tan cansado! Por eso se sintió tan bien
cuando pudo hablar con Nube sinceramente a pesar de no conocerla de nada y no
haber convivido con ella más de cuarenta minutos. En retrospectiva, no entiende
qué les pasó, cómo lograron comunicarse con tanta facilidad…
Martina se lleva una mano al
bolsillo trasero del pantalón y esculca en su interior distraídamente. Le toma
tres segundos darse cuenta de que ya no fuma y de que por eso no encuentra nada
en su bolsillo. Deja escapar una risita ligeramente avergonzada. Martina había
comenzado a fumar después de su intento de suicidio. En aquel entonces no era
consciente del motivo. Lo descubrió muchos años después, un día que estaba
metida en la cama con Nube y se dio cuenta de que llevaba más de 2 días sin
necesitar un cigarrillo. Ese día notó que lo que estaba intentando era morir de
cáncer de pulmón. La idea le pareció ridícula pero comprendió la motivación de
su yo de casi 18 años.
De todas maneras la costumbre es
difícil de olvidar y por eso a veces, como en esa ocasión, se encuentra buscando
un cigarrillo aunque no lo necesita. Cree que si Nube y ella se separaran quizá
lo necesitaría. O quizá no, uno nunca sabe. Pero prefiere no poner a prueba esa
posibilidad. De hecho, el simple pensamiento la entristece un poco. No desea
separarse de ella y hará todo lo que sea necesario para evitarlo. En ese
momento no sabe a dónde la llevará esa declaración tan sincera e intensa, pero
años después, de nuevo en una habitación de hotel frente a un mar turquesa,
alcanza a hacer la relación y, no puede esperarse menos, sonríe porque no se
arrepiente de nada.
―¡Bu!
Martina da un respingo y se
encuentra con el rostro risueño de Nube frente a ella. Al parecer, haberla
tomado desprevenida es algo graciosísimo porque su novia no deja de reírse e
incluso se le llenan los ojos de lágrimas. Martina espera pacientemente con una
expresión un poco ofendida, aunque parece que a Nube no le importa ni su
expresión, ni que el tiempo pase, ni que haya más gente en la calle porque van
saliendo de sus trabajos, ni que comience a oscurecer.
―Tardaste un poco, ¿no, cariño?
―pregunta Martina enfatizando la última palabra.
Nube está recuperando el aliento
y levanta la mano para indicarle que le dé unos segundos más.
―Perdóndame, en serio, Martina
―hace una pausa para secarse una lágrima que resbala elegantemente por su
mejilla―. Es que tenías una expresión muy bonita, no sé cómo describirlo.
Estabas tan concentrada y transmitías tanta paz que el cambio brusco de expresión
resultó muy gracioso.
―Me alegra que te diviertas,
Nube, aunque tenga que ser a mi costa ―responde con un tono ligeramente
cortante porque en ocasiones le parece entretenido hacerse la enojada para que
Nube ponga boquita de pato y le hable con ese tono de voz lloroso, como de niño
pequeño, que no sabe en qué momento comenzó a usar.
―Amor ―dice Nube alargando la
letra “o” y haciendo justamente lo que Martina espera―. No te enojes, fue sin
querer… O sea, no, fue a propósito ―añade cambiando a su tono de voz normal―
pero no quería molestarte… bueno, sí, me pareció divertido molestarte pero de
todas maneras…
―Ya mejor déjalo así, ¿sí? ―la
interrumpe Martina porque la situación comienza a molestarla de verdad, aunque
sólo un poco. En el fondo es muy divertido.
Después de dos meses aún le
cuesta creer Nube se comporte de una manera tan diferente a aquella primera vez
que la vio. En aquella ocasión Nube tenía un aura etérea, melancólica,
profundamente triste… Martina supone que era porque justamente ese día pensaba
morir y uno no puede tener otra aura en una situación así. También supone que
Nube tenía tantas presiones que no podía ser feliz y por eso parecía distinta,
algo así como el caso de Martina pero con motivos muy diferentes.
Le alegra poder ver ahora a la
Nube real, a la chica de cabello castaño prolijamente recogido en una media
cola que se la pasa quejándose de sus muslos gordos y de lo floja que es porque
jamás se anima a ir al gimnasio, y a la que debe despertar todas las mañanas
porque si no se le hace tarde para ir a ese trabajo que no le gusta en lo
absoluto pero que les ha permitido comenzar a vivir juntas.
―A veces eres un poco
aguafiestas, Martina. De hecho, pensándolo bien, eres un poco rara.
―Rara yo, claro. Mira quién fue a
hablar.
―No, no, tú eres rara en serio.
Usualmente eres muy atenta, ya sabes, me proteges y me ayudas, y siempre
quieres que esté feliz, pero en ocasiones pasas de ser muy positiva a alzar los
hombros en completa resignación.
Martina está lista para alzar los
hombros pero se detiene justo cuando Nube alza una ceja para enfatizar su
punto.
―Oh, bueno, es que mis momentos
de positividad están reservados para ti. A mí se me hace algo muy normal. Si
fuera por ahí compartiendo mi excelente carácter con la humanidad luego ya no
tendría nada que ofrecerte.
Nube suelta una risa un poco
escandalosa y se cubre la boca de golpe. Voltea hacia todos lados alarmada y
avergonzada y Martina se pregunta si Nube siempre ha sido así o si tenía bien
escondida esa parte de su personalidad.
―Estás un poco loca, cariño ―dice
Nube acercándose a ella y rodeándole el cuello con ambos brazos para después
darle un beso suave en los labios―. Te extrañé mucho.
―Y yo a ti. ¿Hace cuánto que no
nos veíamos? ¿10 horas?
―Más o menos. Agrégale el tiempo
que me retrasé porque hubo un accidente o algo así y el transporte estuvo
parado durante un buen rato. No sé por qué tenemos que trabajar tan lejos la
una de la otra, ¿no puedes conseguir un trabajo más cerca de mí?
―Mmm, lo dudo un poco ―responde Martina
riendo agradablemente. La duda de si su risa siempre ha sido de esa forma
atraviesa por su mente momentáneamente―. Me pagan bien donde estoy y no podemos
dejar de recibir ese dinero hasta que no terminemos de comprar todos los
muebles de la casa.
―¿Todos todos?
―Pues sí, todos.
―¿También la cafetera que quiero?
―Si nos alcanza… Digo, yo creo
que deberíamos darle prioridad al colchón pero si la cafetera te parece una
necesidad…
―¿Ya viste cuánto gasto en café?
―¿Y a poco si tenemos una
cafetera en casa dejarás de gastar en café cuando estés fuera en el trabajo?
Nube hace una pausa y adopta una
expresión de extrema concentración, falsa, claro, Martina sabe eso, y luego
responde lentamente.
―Podría intentarlo.
Ambas se echan a reír. Martina ni
siquiera sabe qué es tan gracioso pero de todas maneras se ríe y abraza a Nube
y se sigue riendo en esa posición. Atraen algunas miradas pero parece que son
aún demasiado jóvenes para que a alguien le importe lo que están haciendo. O
será que ya es tarde y los rezagados que apenas van saliendo de la oficina
quieren irse a su casa y no tienen tiempo para prestarles tanta atención. De
todas formas no importa el motivo, Martina agradece poder vivir en un mundo en
el que puede ser feliz a lado de Nube en plena vía pública a esa hora de la
tarde en la que todas las luces comienzan a encenderse y el sol se oculta cada
vez más.
Definitivamente Martina no puede
recordar cómo era antes de conocer a Nube y decide que no le importa. Claro que
podría preguntarle a alguien, a su hermano, por ejemplo, pero el tiempo pasa y la
gente cambia por distintas razones, así que de todos modos no tiene
importancia. Ella ha cambiado, quizá mucho, quizá no tanto, y le alegra haber
tenido esa oportunidad. De todo se aprende y Martina ha aprendido más cosas de
las que ha notado.
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