6. Un día de lluvia común y corriente
Nube maldice en voz muy baja
cuando la primera gota de lluvia le cae en el centro de la cabeza. Está fría y
le provoca un temblor en todo el cuerpo. Odia el clima en ese momento. Y quizá
también odia que esa ciudad sea tan grande. Cuando salió de su casa, hace 4
horas, el día era tan soleado y agradable que decidió que sería una pérdida de
espacio llevar un suéter o una chaqueta en el bolso... Y qué decir del
paraguas, ese ni siquiera había figurado en sus pensamientos.
La lluvia arrecia y cuando Nube
trata de discernir en qué parte del cuerpo le ha caído la segunda gota se da
cuenta de que ya es imposible distinguirlas individualmente. Se está mojando,
no lleva nada para cubrirse y no le queda más remedio que ponerse el bolso
sobre la cabeza y correr calle abajo con la mayor elegancia que se lo permiten
sus zapatos de tacón para buscar un refugio temporal. En medio de su huída le
echa un vistazo breve al cielo y consigue que le entre agua en un ojo. Maldice
de nuevo, esta vez en voz no tan baja, mientras abre y cierra el ojo para
calmar el leve escozor.
Si alguien le dijera que sólo han
pasado dos minutos cuando por fin encuentra un espacio libre en el escaparate
de una tienda de deportes definitivamente no lo creería. Para ella esa pequeña
huída ha sido larguísima. Voltea de nuevo hacia las oscuras nubes que abarrotan
en cielo y aprovecha para ver hacia todos lados. Hay más personas que, como
ella, se resguardan de la lluvia en los distintos escaparates de la calle. También
ve a los previsores que caminan sin preocupación alguna debajo de su enorme
paraguas o con un impermeable bien fajado, y no puede evitar sentir envidia
cuando una pareja pasa frente a ella muy pegados el uno al otro debajo de un
paraguas más bien pequeño. Sería tan bonito poder ir así con Martina…
Suspira. No vale la pena pensar
en cosas que en ese preciso instante son imposibles. Martina está trabajando
lejos, en el centro de la ciudad, en ese empleo que no le gusta pero que
necesita para concretar su proyecto de irse a vivir juntas lo más pronto
posible. Nube sigue viviendo en el departamento que sus padres (su madre en
realidad) tienen la bondad de seguir pagando, pero ya han elegido juntas un
pequeño piso en una zona bonita y tranquila al que piensan mudarse en dos
semanas más. ¡Y pensar que hace apenas un mes y medio se estaban conociendo!
Qué lejano le parece ahora… y qué tonta se siente al recordar que ese preciso
día estaba pensando en suicidarse.
Deja salir una risita ahogada y
nota entonces que tiene mucho frío. Se abraza con fuerza cuando una corriente
de aire helado recorre la calle y se pierde en algún callejón lejano. Nube
voltea hacia todos lados de nuevo y ve que las demás personas que se cubren de
la lluvia no parecen tan afectadas como ella por la corriente. Claro que ellos
están mejor protegidos, o por lo menos esa impresión da por las chaquetas que
llevan. Piensa que tal vez el aire no está tan frío y lo que siente se debe
simplemente a que está calada hasta los huesos.
Si tan sólo se le hubiera
ocurrido echar aunque sea el fular rojo que Martina le había regalado la semana
pasada... O una bufanda cualquiera, no importa, lo que sea para poder cubrirse.
Pero siempre tiene que ser tonta, desde luego, y no recordar que vive bastante
lejos del trabajo que ha aceptado a regañadientes después de la marcada
insistencia de Martina y su promesa de que con eso podrían vivir juntas con más
rapidez. Al parecer, en esa ciudad el clima cambia según la zona en la que se
encuentre, o algo así parece sacar en claro. Pero Nube no tenía manera de
saberlo antes, siempre había vivido cerca de la universidad y antes de eso...
bueno, antes de eso no tenía necesidad de salir de su burbuja de lujos. El
clima no es algo que afecte a cierto grupo de personas.
Estornuda repentinamente y de una
forma tan ruidosa que se avergüenza a pesar de que sabe que nadie le está
poniendo atención. Saca su celular de la bolsa del pantalón y nota que por
algún motivo extraño está tan seco como cuando salió de la oficina. Se alza de
hombros. Los misterios de la vida. Le manda a Martina un mensaje que contiene
una carita llorosa. Sólo eso, una carita llorosa. Martina entenderá, o eso
espera fervientemente Nube mientras se frota la nariz para intentar contener un
estornudo que podría avergonzarla aún más que el anterior.
Su teléfono comienza a vibrar
justamente cuando un hombre de traje que estaba parado cerca de ella sale a la
lluvia, que ahora parece tener más fuerza y caer sin pausa alguna, como una
cortina de agua, y se moja en pocos segundos pero de todas maneras echa a
correr calle arriba, seguramente en busca de una estación de transporte
público. La poca gracia que le hace esa acción se ve ensombrecida por la
certeza de que deberá hacer lo mismo dentro de poco... con la diferencia de que
el hombre estaba más bien seco y ella posiblemente no pueda estar más mojada.
―¡Martina! ―contesta extendiendo
la última vocal durante tres segundos.
―¿Qué pasa? ¿Estás bien?
―Pues más o menos, amor. Estoy
empapada porque me agarró la lluvia, así que tengo mucho frío y no me animo a
salir a la lluvia para subirme al camión y secarme en el trayecto a casa ―lo
dice todo de corrido, sin pausa para respirar, y en un tono quejoso y que
pretende ser tierno que no sabe en qué momento comenzó a usar con Martina.
―Bueno, supongo que eso no
califica como bien.
―No, no, definitivamente no ―responde
con una risa. Nube ha notado que desde que está con Martina se siente más libre
y puede reír con más frecuencia y casi con tanta facilidad como su novia.
―¿Quieres que pase por ti? Puedo
pedir un coche y que nos pase a dejar a tu departamento.
―Nada me gustaría más que verte
hoy, pero dijiste hace un rato que tenías mucho trabajo y que era urgente. No
quiero molestarte…
Martina ríe de esa forma suya tan
sincera y Nube no puede evitar sentir que el pecho se le hincha de felicidad.
Le gusta tanto su risa.
―Eres tan linda, Nube. Por eso me
gustas ―y lo dice de una manera tan franca que Nube se pone muy roja a pesar de
no tenerla frente a ella―. Y pues sí, hace rato tenía mucho trabajo, pero
quería verte hoy ―risita― y le metí prisa. Ya sabes cómo soy.
―No sé por qué pero dudo un poco
que eso sea cierto.
―Que no, es la pura verdad.
―Bueno, entonce si no te
interrumpo...
―Para nada. Y de todas maneras ya
son más de las 7, debí haber salido de aquí hace 1 hora.
―Entonces te espero, ¿sí? Te
mando mi ubicación por mensaje y espero que no tardes tanto. Me estoy
congelando.
―No creo. No hay mucho tráfico en
esa dirección. Pero de todos modos métete a una tienda o a una cafetería. No lo
sé, haz algo para no morir de frío, ¿qué te parece?
―Ah, claro, me encantaría no
morir congelada, amor ―responde riendo alegremente. Ya casi ha olvidado la
lluvia y el frío y el agua que seguramente echará a perder sus zapatos de
tacón.
―Estamos de acuerdo en algo.
―Claro que sí.
―Entonces ya me voy. Te veo en un
ratito. Te quiero.
―Y yo a ti, Martina.
Cuelga. Está tan feliz que quiere
dar brinquitos y como no le parece una gran idea, decide apachurrar su celular
contra su pecho mojándolo un poco en el proceso. No se lo ha dicho, y es
posible que no se lo diga en mucho tiempo, pero ama a Martina de una forma tan
intensa que a veces cree que su corazón va a explotar por no poder contener
tanto amor.
La lluvia parece haber disminuido
de intensidad y aprovecha ese momento para salir del escaparate, maldecir las
frías gotas que vuelven a mojar su ropa como si no hubieran tenido ya
suficiente y caminar a paso rápido hacia un café que le pareció ver un poco más
adelante. No se equivoca en eso y entra en un café que tiene una apariencia
antigua, seguramente como parte de la marca. El lugar está atascado y no hay
ninguna silla o butaca disponible, pero por lo menos puede pedir una bebida
caliente y esperar en un lugar seco.
Su teléfono vuelve a vibrar
cuarenta minutos después, justo cuando acaba de terminarse su café. Esta vez se
trata sólo de un mensaje de Martina indicándole que ya está en la esquina
siguiente y que debe darse prisa porque el conductor está estacionado en doble
fila y no le hace mucha gracia la posibilidad de recibir una multa. Nube se
precipita hacia la salida y camina rápido con esa elegancia que jamás creyó
poseer andando en tacones.
Martina está esperándola bajo la
lluvia, en la banqueta, cuando Nube llega a la esquina. Sonríe y seguramente le
brillan los ojos por la felicidad tan simple que siente por verla. Acelera el
paso y se echa en sus brazos en un abrazo que moja un poco la ropa de Martina.
También la besa. Profundamente. Y aunque sus manos ansiosas desean poder hacer
más se pone un alto y sigue a Martina al interior del vehículo.
―Toma, ponte mi suéter ―le dice
quitándose un suéter oscuro y tendiéndoselo con una sonrisa.
―No, te va a dar frío ―responde
meneando la cabeza de derecha a izquierda―. Además, ya estoy casi seca, no
necesito un suéter.
―No seas tonta, sólo póntelo. No
quiero que te enfermes. Recuerda que no sé cocinar y no podría hacer gran cosa
por ti ―se inclina hacia ella y le da un besito en la frente.
Nube ya no puede decir que no,
así que se pone el suéter y procura ocultar su rostro sonrojado por el beso que
le dio Martina. Le cuesta creer que una acción tan inocente pueda hacerle
revolotear el pecho de esa manera, pero así ocurre y no hay anda que pueda
hacer al respecto. Claro, es porque es Martina quien lo hace, pero de todas
formas...
Recarga la cabeza en el hombro de
Martina y cierra los ojos. No sabía que estaba tan cansada. Quizá tiene que ver
con la presencia reconfortante de Martina. Siempre que está con ella siente que
es libre de ser tan vulnerable como sea necesario, que no tiene por qué ocultar
nada. Se queda dormida. Martina la mueve levemente para despertarla y entrar en
el departamento. Luego de eso no recuerda gran cosa. Sabe que se lava los
dientes, que se pone el pijama y que se acuesta en la cama. También sabe que
Martina la está abrazando cuando vuelve a quedarse dormida. Es increíble cómo
un día de lluvia común y corriente puede ser algo tan maravilloso cuando uno
está con la persona adecuada.
Y Martina es la persona adecuada.
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