miércoles, 8 de julio de 2015

Cero

El dos es nuestro número de la suerte. Fueron los besos que me diste aquella terrible madrugada y las bofetadas que te devolví el día que se te hizo divertido fingir que te marchabas.

Incluso empezamos nuestro malentendido que luego definimos como relación llamándonos dos veces cada día y diciéndonos dos “te quiero” cada dos minutos. Y la primera vez que me enfermé de gripe tuviste que preparar el caldo de pollo en una segunda ocasión porque en el primer intento se quemó.

Igual decidimos llevarnos a casa a los dos gatitos negros, hambrientos, mojados, pequeñitos y desprotegidos que encontramos un día tirados en la calle. Los dos mismos gatitos que se volvieron gatos gordos y maleducados pero que aun así tenían la cortesía de esperarnos en la repisa de la ventana cuando regresábamos de trabajar.

Y varios años después de eso, los domingos por las tardes nos dio por ver la misma película dos veces para corroborar si nos parecía buena o si nos habíamos reído la primera vez sólo a causa de la novedad.

También es la exacta cantidad de lágrimas que derramé cuando el médico me dijo que nos habías abandonado. Dos y ni una más.

Porque en nuestra vida todo lo hacíamos al doble, todo repetía el mismo patrón. Tú, mujer práctica, lo atribuías a la casualidad y yo, mujer supersticiosa, pensaba que se debía a la suerte, a nuestra suerte ligada indiscutiblemente al número dos.

Tú y yo éramos dos. Éramos porque ya no somos. Fuimos porque tú ya no estás. Y ahora que sólo soy una y que no hay besos ni abrazos ni “te quiero” ni gatos negros, gordos y maleducados, ni películas las tardes de los domingos ni caldos de pollo quemados ni ganas de ser uno, me dispongo a que mejor formemos un cero.

Sin ti no se puede ser dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario