Dejó escapar todo lo que habíamos construido
juntas cuando se fue con su amante.
No se llevó su ropa, ni sus libros, ni sus
objetos de tocador. No tocó ninguna de las figuras coleccionables de nuestra
serie favorita, acomodadas pulcramente en el mueble del televisor, ni las
películas que habíamos conseguido con el paso del tiempo.
Tampoco se llevó su teléfono celular. Lo
descubrí cuando ese día me di cuenta de que ya era muy tarde y ella no había
regresado. Cuando le llamé, encontré su teléfono debajo de mi almohada. Todas
las fotografías, los archivos y los números telefónicos seguían ahí. También
seguía ahí la imagen de fondo de pantalla que nos mostraba sonrientes en
nuestras últimas vacaciones a la playa.
Incluso dejó la libreta que le había hecho a
mano cuando empezamos a vivir juntas. Era una libretita fea con una portada mal
adornada con brillantina, hojas mal cortadas y unida con un hilo grueso que
conseguí en la papelería. Me costó muchísimo perforar las hojas con la aguja,
tardé horas, pero el resultado me hizo feliz. Ella sonrió mucho cuando se la
entregué, envuelta en improvisado papel de regalo, y la guardó durante varios
años en el cajón superior de su escritorio, donde pudiera tener fácil acceso a
ella.
El día que se fue simplemente la dejó sobre la
mesa del comedor, envuelta en un papel de regalo similar y con una nota que
rezaba “gracias por estos maravillosos años”. No entiendo por qué no pudo
decírmelo de frente. Habría sido más fácil y, tal vez, me habría evitado la
pena de abrir el paquete y encontrarme con el objeto que había sido más valioso
para ella durante nuestra relación.
Pero no sólo abandonó las cosas materiales.
También renunció a las tardes lluviosas de ver películas en la televisión, a
los besos apasionados y las caricias exageradas, a la comida que le preparaba
los domingos, a los corazones que le dibujaba en la mano con tinta indeleble, a
mis sonrisas y a sus sonrisas cuando estaba conmigo. Supongo que ahora, con su
amante, debe de sonreír distinto.
Dejó las lágrimas, las
risas, las decepciones, las angustias, cualquier rastro de los momentos de una
vida en común, pero se llevó una buena parte de mí. Eso sí, por lo menos me
ahorró la molestia de tirar su cepillo de dientes.
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