viernes, 20 de octubre de 2017

[Deep Deep Ocean] 4. Detrás de mi sombra



4. Detrás de mi sombra


―¿En qué estabas pensando? ―pregunta por tercera vez y su voz transmite más tensión que en las ocasiones anteriores.

Nube nota ese cambio en la voz, la manera en que las vocales se hacen un poco más largas, pero de todas formas no puede responder. No se siente capaz. ¿Cómo podría explicarle…? Martina debería comprenderlo, claro, pero por la intensidad con la que le hace la misma pregunta duda mucho que lo apruebe.

Martina había regresado a su casa el viernes por la mañana, justo después de haber estado ausente 24 horas. Llevaba ropa limpia, oscura y que desde luego sí combinaba con su cabello morado (aunque Nube se dio cuenta de eso hasta algunas horas después). Había tocado el timbre y había esperado una respuesta durante más de 10 minutos, así que ya se sentía verdaderamente inquieta cuando Nube le abrió la puerta.

Desde luego, lo primero que notó fueron las heridas, la sangre coagulada en algunas partes y la obvia falta de higiene en ellas. No había podido evitar quedarse con la boca abierta, incapaz de creer que Nube de verdad se había lastimado. Después había decidido que la sorpresa y todo lo que tenía que decir podían esperar y que lo mejor era actuar rápido, así que guió a una temblorosa y ojerosa Nube al baño, lavó bien sus cortes, que por suerte eran en su mayoría superficiales, y la llevó a la cama.

―¿No dormiste nada anoche? ―en realidad no necesitaba una respuesta, su cara lo decía todo, pero de todas maneras creyó que debía hacerle un poco de conversación.

Nube no habló pero movió la cabeza de derecha a izquierda una sola vez y se cubrió los ojos con el brazo sano. Estaba llorando y a Martina no se le ocurrió nada mejor que acostarse a su lado y abrazarla hasta que se quedó dormida.

Martina había pasado cinco horas de su vida sintiendo una culpa lejana por la situación de Nube. Quizá ella y su historia de suicidio con todo y cicatrices bien visibles le habían dado ideas. O quizá no. También era posible que Nube ya hubiera tenido esas ideas pero por algún motivo hubiera elegido justamente el día anterior para llevarlas a cabo. Incluso existía la posibilidad de que Nube estuviera pensando en suicidarse cuando la encontró en el techo de ese edificio…

De todas maneras no valía mucho la pena atormentarse por eso. Había sido una decisión de Nube y ella únicamente podía aspirar a hacerle ver lo equivocada que estaba. Por eso esperó a que Nube despertara, comiera el huevo revuelto mal hecho que Martina le había preparado con muchas complicaciones, y se bañara y cambiara de ropa para comenzar a hacer preguntas.

―Por favor. Es que no logro entenderlo. ¿Qué te pasó por la cabeza en esos momentos, Nube? ¿Querías hacerte daño...? ¿Querías desahogarte? ―continúa Martina. En verdad desea comprender porque está bastante segura de que si comprende entonces podrá ayudarla.

Nube respira profundamente. Alza la mirada hacia Martina, evitando sus manos nerviosas que se entrelazan una y otra vez, y se alza de hombros.

―No… No lo sé.

Su propia voz le suena extraña, posiblemente porque lleva más de 24 horas sin pronunciar ninguna palabra.

―Creo que… me odiaba un poco.

Martina, que está de pie frente al sofá donde Nube está sentada, se le acerca, se arrodilla y coloca una mano en el muslo.

―Mejor siéntate aquí, ¿sí? ―le dice Nube dando una palmadita en el lugar libre del sofá.

Martina obedece pero luego ya no sabe cómo continuar. Ella sabe por experiencia propia lo difícil que resulta controlar el odio dirigido hacia uno mismo. Aún recuerda vagamente esa sensación y le causa un dolor profundo que Nube tenga que sentirse de esa forma también.

Quiere ayudarla. De ninguna manera desea que Nube pase por lo mismo que ella, por todo ese camino de dolor, odio, desesperación y soledad... Sobre todo de soledad. Martina todavía no se ha dado cuenta en ese momento, pero ha tomado la decisión de quedarse a lado de esa chica de apariencia frágil que en ese instante está junto a ella físicamente y la mira con una mezcla de miedo y preocupación. Y tampoco lo sabe, pero está dispuesta a cruzar cualquier límite para que ambas sean felices juntas.

―¿Por qué te odiabas? ―pregunta por fin.

Nube lo piensa unos segundos, el tiempo suficiente para saber con seguridad que todo ese odio se relaciona con el momento en el que decidió seguir los planes que de cierta forma le impuso su padre y cumplir con las cosas que él esperaba de ella.

―Mi padre… ―vacila un poco. En realidad no sabe cómo contar esa parte de su vida porque nunca ha tenido la oportunidad de hablarla con nadie y está segura de que para muchas personas sería la cosa más estúpida del mundo―. Verás, mi padre tiene una compañía de proyectos de arquitectura. La fundó cuando terminó la universidad, hace unos 35 años, desde luego antes de casarse con mi madre y tenerme. Tuvo mucho éxito, tanto que para cuando yo tenía 7 años ya vivíamos en una zona bastante exclusiva de la ciudad. Y su éxito ha seguido creciendo con los años. De hecho, no me sorprendería que en unos 10 años más entre en la lista de las oficinas más grandes del mundo. El detalle de esto es que soy su única hija... la única heredera.

A Nube le incomoda mucho esa parte de la historia aunque no logra comprender del todo los motivos. A muchas personas les parecería maravilloso ser herederos de una compañía enorme y tener más dinero del que pueden gastar. A ella en cambio le parece innecesario y, sobre todo, terriblemente desgastante. ¿De qué sirve tener tanto dinero si uno debe estar todo el tiempo en la oficina pendiente de cientos de proyectos y supervisando a decenas de personas? ¿De qué sirve si uno no puede salir y reír y disfrutar de la vida? Esa no era su idea de felicidad.

―Por cuestiones de la vida, mis padres se divorciaron hace 10 años. Mi padre tiene otra esposa pero no ha tenido otros hijos. Entonces yo debo hacerme cargo de eso, ¿sabes? Desde pequeña me metieron esa idea en la cabeza. “Debes estudiar arquitectura para que cuando tu padre muera tú te encargues de su negocio”. Podría haber estudiado administración o contabilidad o algo así, pero mi padre necesitaba que su hija fuera arquitecta también. No le parecía correcto que alguien que no tuviera esos estudios dirigiera la compañía.

Martina mira fijamente a Nube. Todo eso le parece tan extraño, tan lejano e irreal… Jamás habría imaginado que esas cosas pasaban fuera de la televisión.

―Me di cuenta en el segundo año de la carrera de que no me gusta la arquitectura ―Nube suelta una risa corta e irónica―. De verdad no me gusta. Decidí decírselo a mi padre pero antes consulté el tema con mi madre. ¿Sabes qué me dijo? Que eso no importaba, que debía seguir adelante porque si no “qué iba a ser de nosotras cuando él muriera”. ¡De nosotras! Mi madre es una mujer joven, se casó con mi padre cuando él tenía 33 y ella tenía 17, así que ella está segura de que le va a sobrevivir y necesita que yo haga lo necesario para obtener el control de la compañía.

―¿Entonces básicamente te obligaron a estudiar lo que ellos quisieron y de cierta forma tu mamá intentó manipularte para quedarse con parte del dinero de tu papá?

Tan absolutamente irreal.

―Sí, eso básicamente. Y creo que me pesa demasiado. ¿Sabes que durante mis cuatro años y medio de universidad jamás tuve un amigo? No lo sé, desconfiaba de todos. Creía que todos los que se me acercaban lo hacían por interés. Desde luego, desde que mi madre me dijo aquello le exigí a mi padre que por lo menos me pagara un departamento ―abre ambos brazos dejando las palmas hacia arriba para señalar el lugar― y accedió. Mi madre también me da un poco de dinero, supongo que de lo que recibe de mi padre, pero en realidad nunca me lo gasto porque me da… no lo sé, asco que venga de ella. Me siento tan usada, tan inútil, tan incapaz de conseguir cualquier cosa por mí misma…

A Nube le gustaría llorar un poco para liberar la tensión pero ya no puede. Está muy enojada y frustrada, y el odio regresa de una forma muy visceral. Por eso lanza un gritito de sorpresa cuando Martina la abraza de una forma tan protectora y le acaricia la mejilla amigablemente. Le sorprende que el odio se pueda difuminar con una acción tan simple.

―Creo que entiendo un poco esto. Mmm, no sé cómo decirlo... Si tanto quieres que no te controlen, ¿por qué no te alejas y ya?

―¿Quieres saber la verdad?

―Claro que sí.

―¿La verdad en serio?

―Sí ―responde con un tono cantarín.

Nube suspira pesadamente. Jamás lo ha confesado. De hecho, cree que incluso podría ser la primera vez que lo admite ante sí misma.

―Medamiedonotenerdinero.

―¿Qué? ¿No tener dinero?

―Sí, mira, siempre he tenido una vida muy cómoda y desde hace un par de años comencé a decir eso de que el dinero no compra la felicidad... pero jamás he trabajado, no sé ganar dinero y me da muchísimo miedo tener que sobrevivir sola con mis nulas habilidades. ¡Es que no sé hacer nada! Soy una inútil y...

La risa de Martina inunda la habitación. Le parece tan gracioso lo diferente que pueden ser las personas. Nube, sorprendida por su risa, se dice que debería enojarse aunque sea un poquito, pero le resulta imposible porque Martina no parece estar burlándose de ella.

―No tienes que preocuparte por eso. ¿Sabes por qué? ―pregunta con un guiño.

―No, la verdad no ―murmura Nube avergonzada, muy avergonzada. No puede explicarse por qué de repente se siente así.

―Mira, primer que nada, ¡me tienes a mí! Así como me ves, llevo ya varios años trabajando y creo que tengo experiencia en esos asuntos. Y, segundo, creo que te subestimas. Tienes estudios y seguramente dinero ahorrado. Aunque no consigas trabajo rápido, podrías sobrevivir fácilmente. Entonces no debes preocuparte. Podemos hacer esto juntas y así será más fácil, ¿no lo crees?

Martina siente la vergüenza apoderarse de ella en cuanto termina de dar su discurso motivacional. Dios, cómo pudo… ¡cómo pudo! Se relaja notablemente cuando Nube se echa en sus brazos cayendo sobre ella en el sofá y le da un beso en la mejilla.

―Muchas gracias, Martina.

Nube sonríe. El miedo no se ha desvanecido y sabe que el odio sigue en su interior, al acecho, esperando cualquier mínima provocación. Pero Martina está con ella y mientras esté presente no tiene nada que temer. Nada puede salir desde ese pequeño abismo que se esconde detrás de su sombra para aprovecharse de su debilidad mientras el sol siga brillando.

El beso en la mejilla lleva a varios besos en la boca y los besos en la boca llevan a una serie de circunstancias que las dejan desnudas y sudorosas sobre el sofá. Así debe ser la vida.

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