Habitación de hotel. Ni muy
barato ni muy caro. Sábanas limpias, baño limpio, cortinas que no dejan pasar
la luz.
Su cuerpo desnudo, salvaje en
esos momentos. No sabe muy bien cómo ha terminado con dos dedos ajenos en su
interior. Sabe lo básico, desde luego, pero no qué pasos exactos llevaron a que
ocurriera. El movimiento, aunque leve y delicado, le causa dolor. Una especie
de molestia profunda que se atenúa un poco cuando Martina le besa la boca.
Nube la deja hacer, entregándose
lo más que puede a las sensaciones. Le gusta tocar los pechos suaves de
Martina, sentir sus pezones erectos entre sus dedos. Y también le gusta el
reconocimiento que la embarga cuando Martina dirige una de sus manos hacia su
parte más íntima y puede sentir la humedad. La excitación del momento.
Cierra los ojos, se concentra, se
concentra, se concentra. Abraza a esa mujer que en retrospectiva le parece tan
extraña, con su cabello morado y su sabor a humo entre los labios. Se pregunta
por qué está ahí, por qué el calor que sentía en su cuerpo le hizo tomar esa
apresurada decisión. Se concentra, se concentra y el mundo se difumina un poco
cuando abre la boca para dejar escapar un gemido de éxtasis verdadero y total.
Aprieta las piernas para no dejar escapar nada, ni un pedacito de ese placer
que sólo le pertenece a ella y a…
―Martina.
―Mmm… ¿qué pasa?
Habitación de hotel. Sábanas
revueltas, cortinas que en realidad sí dejan pasar un poco de luz. Luz de la
mañana porque pasaron toda la tarde y la noche allí explorándose mutuamente en
repetidas ocasiones. Nube recuerda todo y entre sus recuerdos destaca haberle
contado los eventos más relevantes de su vida, como cuando sus padres
decidieron divorciarse, su primer novio, la primera y única vez que intentó
tener relaciones sexuales, o cuando se murió su tortuga Mich, que era el ser
vivo que más había querido a sus 11 años.
También recuerda que Martina le
contó muchas cosas, cosas privadas e íntimas que sólo reforzaron la sensación
de pertenencia que tuvo el día anterior cuando se encontraron. No le cabía la
menor duda. Tal para cual. Y ella no era el roto de esa... ¿relación?
―¿Estás bien? Me hablaste y luego
te quedaste callada ―Martina, a diferencia de Nube, no se incorpora, sólo
cumple con la tarea básica de abrir los ojos un poco, aunque parece costarle
mucho trabajo mantenerlos así.
―Estaba pensando… Martina, ¿esto
quiere decir que yo también soy lesbiana? ―pregunta haciendo un gesto amplio
con los brazos que pretende señalarlas a ambas con todo y su desnudez.
―Eh… ¿lesbiana? ¿También?
―Martina abre un poquito más los ojos. Durante mucha parte de su vida se ha
considerado más bien bisexual, por lo menos desde el primer fallido beso con su
mejor amiga de secundaria, pero bien podría caer en una categoría distinta de
esas que inventan para catalogar a la gente y que le parecen una tontería. De
todas maneras cree que es muy temprano para hablar de esas cosas y de todas
formas no le parece algo relevante.
Martina trata de decírselo sin
esforzarse mucho por moverse de la posición tan cómoda en la que se encuentra.
Le dedica una sonrisita traviesa a Nube, le pasa un brazo por la cintura, le da
un beso en el ombligo y recarga su cabeza en su costado.
―Eso en realidad no importa, ya
luego tendremos tiempo de ayudarnos a definir nuestra sexualidad. ¿No quieres
volver a dormir? Apenas es mediodía...
―Te recuerdo que nos van a correr
en una hora. La salida del hotel es a la una.
―Pagamos otra noche y ya. Anda,
acuéstate de nuevo.
Nube suspira. Si hubiera sabido
que pasarían tanto tiempo en eso, le habría dicho a Martina que mejor fueran al
pequeño departamento que sus padres tienen la bondad de pagar a pesar de que
ella terminó la carrera de arquitectura hace unos seis meses y no se digna a
conseguir trabajo, en parte porque no está dispuesta a desperdiciar su vida en
un cubículo frente a una computadora haciendo planos para gente que no le
interesa en lo más mínimo y en parte porque no cree que ponerle tanto empeño a
la vida valga la pena.
―Mejor vamos a mi casa, ¿vale?
―Es una buena idea. ¿Nos podemos
bañar allá? Tengo flojera de hacerlo ahorita ―dice Martina un poco avergonzada,
con su risa igual de cristalina y agradable, y un poco apenada por la idea de
tener que moverse después de pasar unos momentos tan agradables.
―Claro, claro. Sólo hay que
volver a ponernos la ropa y ya irnos.
Martina, completamente resignada
ahora, se quita las sábanas de encima y Nube se queda paralizada. No lo notó el
día anterior porque la otra llevaba una blusa de manga larga y no se dio la
ocasión mientras tenían sexo y se conocían mejor. Pero en ese instante, con la
poca luz que entra en la habitación, Nube ve dos largas y gruesas cicatrices
que recorren el antebrazo derecho de Martina y que comienzan prácticamente en
la muñeca. No puede apartar los ojos y apenas logra no tartamudear cuando se
dirige a ella.
―Martina… ¿qué te pasó?
Martina dirige lentamente su
mirada hacia su brazo y rápidamente se vuelve a cubrir con las sábanas. No
esperaba que ella viera eso… Ni siquiera lo pensó. Simplemente dejó de ser
consciente de su existencia y ahora…
―Eh… no tenías que ver eso.
Bueno, sí, si lo pienso bien, algún día es probable que tuvieras que verlo,
pero no tan pronto. Es muy pronto, ¿sabes?
―¿Te lo hiciste tú?
Martina suspira. Mira a Nube, que
más que enojada parece desconcertada y profundamente triste, y decide que es
mejor decir la verdad. De todas maneras fue su culpa por olvidar cubrirse, por
descuidarse tanto. Hacía mucho tiempo que nadie veía sus cicatrices, aunque si
las ocultaba no era en sí por vergüenza sino por lo incómodo que resultan las
explicaciones a la larga. Curiosamente, en ese momento, frente a Nube, sí que
siente vergüenza y eso se mezcla con un miedo un poco irracional de que Nube se
asuste y se vaya.
―Pues… sí. Te dije que pasé por
una etapa depresiva más o menos a los 17 años, y bueno, fue esto lo que hice…
no exactamente para salir de ese agujero. ¿Quizá para hundirme más? No lo sé
―se alza de hombros para indicar que eso poco importa ya―. No me odiaba
realmente, ¿sabes? Es sólo que se sentía bien… el dolor, la sangre resbalando
por mis brazos, las manchas en el piso y la ropa, todo el conjunto. Pero lo que
más me gustaba era la probabilidad de morir, de que un día de verdad se me
fuera la mano o estuviera de un humor peor del habitual y luego… ya sabes, sólo
dejar de existir. Estas dos ―se descubre lentamente el antebrazo y lo extiende
para que ella pueda verlo bien. Si Nube va a huir, es el momento ideal para
hacerlo― son de la única ocasión que de verdad quise suicidarme.
―¿Te encontraron?
―Algo así. Mi hermano estaba en
casa y yo fui lo suficientemente estúpida para arrepentirme después de haberlo
hecho. Nunca había visto tanta sangre y esto en serio dolía ―ríe un poco… una
risa tan cristalina―. Llevaba ya algún tiempo fantaseando con la idea de morir,
con suicidarme de la forma más lenta posible dentro de mis posibilidades, y
cuando por fin había dado el paso más difícil y sólo me quedaba mantener la
boca cerrada y morir en silencio, tuve miedo. Muchísimo. No tienes ni idea
Nube. El solo hecho de pensar que la vida se me estaba yendo de entre las
manos, así, conforme la sangre se vertía en los mosaicos de mi habitación, me
hizo gritar y llorar y después de eso seguir gritando. No sabía cómo parar la
hemorragia, ni siquiera si podrían salvarme… no sabía nada en esos momentos.
Martina hace una pausa. Nota que
ha bajado la cara para no tener que ver a Nube y la vuelve a subir. Mira su
rostro triste reflejado en los ojos cafés de Nube y más al fondo, casi hasta el
final, ve también el vínculo que comparten.
―Tenía miedo de morir sola, Nube.
Es que no sólo era el hecho de perder la vida, de sumirme en la oscuridad para
siempre, de ya no saber qué pasaría en el mundo después de que perdiera la
consciencia, de no volver a reír, a llorar, a probar las cosas que me gustan…
No, era también el hecho de que estaba muriendo sola y la soledad me asustaba
mucho.
―¿Y qué pasó después?
―Mi hermano respondió a mis
gritos. Casi se desmaya pero aguantó lo suficiente para llamar a una ambulancia
y a papá y a mamá. Luego las cosas se vuelven un poco confusas. Supongo que me
desmayé y por suerte lograron salvar mi brazo.
―¿Tu brazo?
―Sí. Por la forma en que me corté
les costó muchísimo trabajo detener el sangrado y suturar la vena. Fui muy
afortunada porque a pesar de lo enorme que luce, que sé que impresiona un poco,
sólo logré cortarme una vena. La opción alternativa era amputarme el brazo para
salvar mi vida. Estoy muy feliz de que no lo hicieran ―añade con un tono alegre
y una sonrisita tonta que a Nube le parece completamente fuera de lugar―. ¿Cómo
podría dibujar si lo hubiera perdido? Claro que tengo el otro pero, ya sabes,
creo que esas cosas no se superan.
Ahora sí Martina baja la cara y
fija la mirada en una parte escondida y repentinamente interesante de la cama.
Ya no puede decir más, es todo lo que tiene. Nube, por su parte, no sabe qué
decir. ¿Qué es lo correcto en esos casos? ¿Un “lo siento mucho”? ¿Es como
cuando uno va a un funeral?
Se acerca un poco más a Martina,
que se incorporó cuando comenzó a hablar y ahora muestra su torso desnudo sin
ninguna preocupación, aunque su mano izquierda cubre un poco las cicatrices de
su antebrazo derecho. Se pega a su cuerpo, aparta la mano que actúa como
protección de las cicatrices y dobla el tronco levemente para besarle el
antebrazo.
―¿Te cuento un secreto?
―Te escucho.
―Yo también… Tal vez no en este
mismo instante pero sí en algunos momentos. Quiero morir. La cosa es que nunca
reúno el valor de hacer un buen plan y conseguir la cantidad suficiente de
pastillas, y jamás se me había ocurrido… bueno, eso ―dice haciendo una seña
breve con la mano hacia las cicatrices de Martina.
Martina suelta una risita.
―No sé por qué pero me parece muy
gracioso que jamás se te haya ocurrido. Y también me alegra. Si lo hubieras
hecho... no lo sé, quizá no te habría encontrado.
Martina le dedica una sonrisa
cálida, sonrojada y de cierta forma tímida, y Nube sonríe también. No puede
evitarlo. Quizá porque es cierto y le falta un poco de imaginación en la vida.
O tal vez porque agradece que las circunstancias les hayan permitido conocerse.
Se le ocurre de repente que
cuando pensaba en morir estaba tan desesperadamente hundida en su miseria
emocional que no se tomó el tiempo necesario para considerar de verdad las
posibilidades que existían. O probablemente en realidad no quería morir, sólo
quería encontrarle un sentido a la vida, encontrar a alguien y...
―Soy una tonta, ya te lo había
dicho ―dice Nube, aún con una sonrisa en el rostro. Siente una especie de
euforia que jamás había notado antes, un aleteo en el pecho y en el estómago
que empieza a identificar como algo parecido a la felicidad.
―Sé que apenas nos conocemos pero
debo estar de acuerdo contigo en esto.
Ambas se echan a reír. La vida a
veces puede ser tan brillante y divertida, tan digna de vivirse. Nube cree que
todo podría ser más fácil con Martina siempre a su lado.
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