viernes, 6 de octubre de 2017

[Deep Deep Ocean] 2. Podría ser todo más fácil


2. Podría ser todo más fácil


Habitación de hotel. Ni muy barato ni muy caro. Sábanas limpias, baño limpio, cortinas que no dejan pasar la luz.



Su cuerpo desnudo, salvaje en esos momentos. No sabe muy bien cómo ha terminado con dos dedos ajenos en su interior. Sabe lo básico, desde luego, pero no qué pasos exactos llevaron a que ocurriera. El movimiento, aunque leve y delicado, le causa dolor. Una especie de molestia profunda que se atenúa un poco cuando Martina le besa la boca.



Nube la deja hacer, entregándose lo más que puede a las sensaciones. Le gusta tocar los pechos suaves de Martina, sentir sus pezones erectos entre sus dedos. Y también le gusta el reconocimiento que la embarga cuando Martina dirige una de sus manos hacia su parte más íntima y puede sentir la humedad. La excitación del momento.



Cierra los ojos, se concentra, se concentra, se concentra. Abraza a esa mujer que en retrospectiva le parece tan extraña, con su cabello morado y su sabor a humo entre los labios. Se pregunta por qué está ahí, por qué el calor que sentía en su cuerpo le hizo tomar esa apresurada decisión. Se concentra, se concentra y el mundo se difumina un poco cuando abre la boca para dejar escapar un gemido de éxtasis verdadero y total. Aprieta las piernas para no dejar escapar nada, ni un pedacito de ese placer que sólo le pertenece a ella y a…



―Martina.



―Mmm… ¿qué pasa?



Habitación de hotel. Sábanas revueltas, cortinas que en realidad sí dejan pasar un poco de luz. Luz de la mañana porque pasaron toda la tarde y la noche allí explorándose mutuamente en repetidas ocasiones. Nube recuerda todo y entre sus recuerdos destaca haberle contado los eventos más relevantes de su vida, como cuando sus padres decidieron divorciarse, su primer novio, la primera y única vez que intentó tener relaciones sexuales, o cuando se murió su tortuga Mich, que era el ser vivo que más había querido a sus 11 años.



También recuerda que Martina le contó muchas cosas, cosas privadas e íntimas que sólo reforzaron la sensación de pertenencia que tuvo el día anterior cuando se encontraron. No le cabía la menor duda. Tal para cual. Y ella no era el roto de esa... ¿relación?



―¿Estás bien? Me hablaste y luego te quedaste callada ―Martina, a diferencia de Nube, no se incorpora, sólo cumple con la tarea básica de abrir los ojos un poco, aunque parece costarle mucho trabajo mantenerlos así.



―Estaba pensando… Martina, ¿esto quiere decir que yo también soy lesbiana? ―pregunta haciendo un gesto amplio con los brazos que pretende señalarlas a ambas con todo y su desnudez.



―Eh… ¿lesbiana? ¿También? ―Martina abre un poquito más los ojos. Durante mucha parte de su vida se ha considerado más bien bisexual, por lo menos desde el primer fallido beso con su mejor amiga de secundaria, pero bien podría caer en una categoría distinta de esas que inventan para catalogar a la gente y que le parecen una tontería. De todas maneras cree que es muy temprano para hablar de esas cosas y de todas formas no le parece algo relevante.



Martina trata de decírselo sin esforzarse mucho por moverse de la posición tan cómoda en la que se encuentra. Le dedica una sonrisita traviesa a Nube, le pasa un brazo por la cintura, le da un beso en el ombligo y recarga su cabeza en su costado.



―Eso en realidad no importa, ya luego tendremos tiempo de ayudarnos a definir nuestra sexualidad. ¿No quieres volver a dormir? Apenas es mediodía...



―Te recuerdo que nos van a correr en una hora. La salida del hotel es a la una.



―Pagamos otra noche y ya. Anda, acuéstate de nuevo.



Nube suspira. Si hubiera sabido que pasarían tanto tiempo en eso, le habría dicho a Martina que mejor fueran al pequeño departamento que sus padres tienen la bondad de pagar a pesar de que ella terminó la carrera de arquitectura hace unos seis meses y no se digna a conseguir trabajo, en parte porque no está dispuesta a desperdiciar su vida en un cubículo frente a una computadora haciendo planos para gente que no le interesa en lo más mínimo y en parte porque no cree que ponerle tanto empeño a la vida valga la pena.



―Mejor vamos a mi casa, ¿vale?



―Es una buena idea. ¿Nos podemos bañar allá? Tengo flojera de hacerlo ahorita ―dice Martina un poco avergonzada, con su risa igual de cristalina y agradable, y un poco apenada por la idea de tener que moverse después de pasar unos momentos tan agradables.



―Claro, claro. Sólo hay que volver a ponernos la ropa y ya irnos.



Martina, completamente resignada ahora, se quita las sábanas de encima y Nube se queda paralizada. No lo notó el día anterior porque la otra llevaba una blusa de manga larga y no se dio la ocasión mientras tenían sexo y se conocían mejor. Pero en ese instante, con la poca luz que entra en la habitación, Nube ve dos largas y gruesas cicatrices que recorren el antebrazo derecho de Martina y que comienzan prácticamente en la muñeca. No puede apartar los ojos y apenas logra no tartamudear cuando se dirige a ella.



―Martina… ¿qué te pasó?



Martina dirige lentamente su mirada hacia su brazo y rápidamente se vuelve a cubrir con las sábanas. No esperaba que ella viera eso… Ni siquiera lo pensó. Simplemente dejó de ser consciente de su existencia y ahora…



―Eh… no tenías que ver eso. Bueno, sí, si lo pienso bien, algún día es probable que tuvieras que verlo, pero no tan pronto. Es muy pronto, ¿sabes?



―¿Te lo hiciste tú?



Martina suspira. Mira a Nube, que más que enojada parece desconcertada y profundamente triste, y decide que es mejor decir la verdad. De todas maneras fue su culpa por olvidar cubrirse, por descuidarse tanto. Hacía mucho tiempo que nadie veía sus cicatrices, aunque si las ocultaba no era en sí por vergüenza sino por lo incómodo que resultan las explicaciones a la larga. Curiosamente, en ese momento, frente a Nube, sí que siente vergüenza y eso se mezcla con un miedo un poco irracional de que Nube se asuste y se vaya.



―Pues… sí. Te dije que pasé por una etapa depresiva más o menos a los 17 años, y bueno, fue esto lo que hice… no exactamente para salir de ese agujero. ¿Quizá para hundirme más? No lo sé ―se alza de hombros para indicar que eso poco importa ya―. No me odiaba realmente, ¿sabes? Es sólo que se sentía bien… el dolor, la sangre resbalando por mis brazos, las manchas en el piso y la ropa, todo el conjunto. Pero lo que más me gustaba era la probabilidad de morir, de que un día de verdad se me fuera la mano o estuviera de un humor peor del habitual y luego… ya sabes, sólo dejar de existir. Estas dos ―se descubre lentamente el antebrazo y lo extiende para que ella pueda verlo bien. Si Nube va a huir, es el momento ideal para hacerlo― son de la única ocasión que de verdad quise suicidarme.



―¿Te encontraron?



―Algo así. Mi hermano estaba en casa y yo fui lo suficientemente estúpida para arrepentirme después de haberlo hecho. Nunca había visto tanta sangre y esto en serio dolía ―ríe un poco… una risa tan cristalina―. Llevaba ya algún tiempo fantaseando con la idea de morir, con suicidarme de la forma más lenta posible dentro de mis posibilidades, y cuando por fin había dado el paso más difícil y sólo me quedaba mantener la boca cerrada y morir en silencio, tuve miedo. Muchísimo. No tienes ni idea Nube. El solo hecho de pensar que la vida se me estaba yendo de entre las manos, así, conforme la sangre se vertía en los mosaicos de mi habitación, me hizo gritar y llorar y después de eso seguir gritando. No sabía cómo parar la hemorragia, ni siquiera si podrían salvarme… no sabía nada en esos momentos.



Martina hace una pausa. Nota que ha bajado la cara para no tener que ver a Nube y la vuelve a subir. Mira su rostro triste reflejado en los ojos cafés de Nube y más al fondo, casi hasta el final, ve también el vínculo que comparten.



―Tenía miedo de morir sola, Nube. Es que no sólo era el hecho de perder la vida, de sumirme en la oscuridad para siempre, de ya no saber qué pasaría en el mundo después de que perdiera la consciencia, de no volver a reír, a llorar, a probar las cosas que me gustan… No, era también el hecho de que estaba muriendo sola y la soledad me asustaba mucho.



―¿Y qué pasó después?



―Mi hermano respondió a mis gritos. Casi se desmaya pero aguantó lo suficiente para llamar a una ambulancia y a papá y a mamá. Luego las cosas se vuelven un poco confusas. Supongo que me desmayé y por suerte lograron salvar mi brazo.



―¿Tu brazo?



―Sí. Por la forma en que me corté les costó muchísimo trabajo detener el sangrado y suturar la vena. Fui muy afortunada porque a pesar de lo enorme que luce, que sé que impresiona un poco, sólo logré cortarme una vena. La opción alternativa era amputarme el brazo para salvar mi vida. Estoy muy feliz de que no lo hicieran ―añade con un tono alegre y una sonrisita tonta que a Nube le parece completamente fuera de lugar―. ¿Cómo podría dibujar si lo hubiera perdido? Claro que tengo el otro pero, ya sabes, creo que esas cosas no se superan.



Ahora sí Martina baja la cara y fija la mirada en una parte escondida y repentinamente interesante de la cama. Ya no puede decir más, es todo lo que tiene. Nube, por su parte, no sabe qué decir. ¿Qué es lo correcto en esos casos? ¿Un “lo siento mucho”? ¿Es como cuando uno va a un funeral?



Se acerca un poco más a Martina, que se incorporó cuando comenzó a hablar y ahora muestra su torso desnudo sin ninguna preocupación, aunque su mano izquierda cubre un poco las cicatrices de su antebrazo derecho. Se pega a su cuerpo, aparta la mano que actúa como protección de las cicatrices y dobla el tronco levemente para besarle el antebrazo.



―¿Te cuento un secreto?



―Te escucho.



―Yo también… Tal vez no en este mismo instante pero sí en algunos momentos. Quiero morir. La cosa es que nunca reúno el valor de hacer un buen plan y conseguir la cantidad suficiente de pastillas, y jamás se me había ocurrido… bueno, eso ―dice haciendo una seña breve con la mano hacia las cicatrices de Martina.



Martina suelta una risita.



―No sé por qué pero me parece muy gracioso que jamás se te haya ocurrido. Y también me alegra. Si lo hubieras hecho... no lo sé, quizá no te habría encontrado.



Martina le dedica una sonrisa cálida, sonrojada y de cierta forma tímida, y Nube sonríe también. No puede evitarlo. Quizá porque es cierto y le falta un poco de imaginación en la vida. O tal vez porque agradece que las circunstancias les hayan permitido conocerse.



Se le ocurre de repente que cuando pensaba en morir estaba tan desesperadamente hundida en su miseria emocional que no se tomó el tiempo necesario para considerar de verdad las posibilidades que existían. O probablemente en realidad no quería morir, sólo quería encontrarle un sentido a la vida, encontrar a alguien y...



―Soy una tonta, ya te lo había dicho ―dice Nube, aún con una sonrisa en el rostro. Siente una especie de euforia que jamás había notado antes, un aleteo en el pecho y en el estómago que empieza a identificar como algo parecido a la felicidad.



―Sé que apenas nos conocemos pero debo estar de acuerdo contigo en esto.



Ambas se echan a reír. La vida a veces puede ser tan brillante y divertida, tan digna de vivirse. Nube cree que todo podría ser más fácil con Martina siempre a su lado.

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