jueves, 7 de abril de 2016

María




María.

El nombre, a secas, abandonado, salió de su boca por accidente. Compuso una sonrisa tonta, un poco descuidada, para cubrir su vergüenza y siguió con el hilo de la plática. María José le dedicó una mirada fugaz y ella, aún abrumada, pudo notar su desaprobación.

Nadie debía saberlo, ese era el trato. Manuela estaba bien con eso, no es como si por no anunciar ciertas cosas al mundo uno fuera a perderlas. No era malo, aunque sí miraba con cierta envidia a las parejas que se tomaban de la mano en público y no debían esperar hasta llegar a casa o a la habitación del hotel, o a donde sea que a Majo, como todos sus amigos le decían, decidiera ir.

Mantuvo la sonrisa. Después de todo era una fiesta y se suponía que todos estaban pasando un buen rato. Bebió un sorbo de su vasito con whisky que ya se había diluido y parecía más agua que licor. Miró a María José, que seguía a dos metros de ella, platicando alguna de sus anécdotas universitarias, sonriente, con la opacidad de quien ha consumido mucho alcohol manchándole los ojos.

Tenía ganas de acercarse un poco, ponerle una mano delicadamente en el hombro y sacarla del pequeño departamento que se había vuelto su lugar de reunión habitual. Impensable. Las políticas de María José eran claras y estrictas: nada de roces, nada de miradas, nada de palabras de más.

― ¿Verdad Manu?

Apenas escuchó su nombre, que venía acompañado de una risa gutural que no reconoció. Se había ensimismado en sus pensamientos y no tenía ni la menor idea de qué estaban hablando, sólo había escuchado el ruido de fondo.

― ¡No sabe lo que le dices, Dani! ―repuso Julia entre sonrisitas― Creemos que a Paco le gusta Majo y que se acuestan en secreto, ¿a poco no te parece lógico?

― Tú eres su mejor amiga, Manu, deberías decirnos si es cierto ―terminó de aclarar Andrea.

Manuela hizo lo posible por no abrir demasiado los ojos. Paco era un amigo de María José y, viéndolo desde otra perspectiva, lo que decía Dani tenía todo el sentido del mundo. Después de todo se tomaba más libertades con Paco que con ella.

― Pues…

― ¡Que es cierto! ¡Descubrimos el secreto, Manu!

― Cállense, que Paco es sólo mi amigo ―intervino María José, que a pesar de verse fastidiada por la situación se seguía riendo debido al exceso de alcohol.

― Manu dice que es tu novio ―canturreó Julia.

― Yo no dije eso ―negó Manuela enfáticamente.

No le prestaron atención. Una chica que Manuela no conocía se acercó a María José y la abrazó por los hombros, luego hizo el gesto de besarla en la mejilla. María José la apartó a un lado y deshizo los dos metros que la separaban de Manuela.

Le tomó la mano. Manuela, que tenía el vaso de licor en la otra mano, fingió que le parecía algo muy normal y bebió lo que quedaba en el recipiente. Miró de reojo a María José sólo para comprobar que estaba borracha, demasiado tal vez, ya no le faltaba mucho para salir corriendo al baño a vomitar.

― ¿Todo bien? ―le sururró al oído aprovechando que Julia había comenzado a gritarle a Daniel.

― Como siempre. ¿Sabes? Tal vez debería dejar de beber esto ―y alzó la copa que sujetaba en la mano izquierda―. Me empiezo a sentir mal.

Manuela contuvo una sonrisa porque estaba segura de que María José llevaba por lo menos una hora sintiéndose mal. Siempre le pasaba lo mismo cuando mezclaba el whisky con la cerveza y con lo que se atravesara en su camino. Una vez incluso había vomitado en el taxi que debía llevarlas al hotel donde pasarían la noche y Manuela se vio obligada a pagar una cantidad adicional por el incidente.

― Esos dos se gustan ―murmuró María José señalando a Julia y a Daniel que ahora se sujetaban por los brazos y trataban de tirar al otro al suelo mientras los demás los apoyaban.

― ¿Cómo lo sabes?

― Julia lo mira como tú me ves a mí.

Manuela se sonrojó, soltó la mano de María José e intentó pensar en algo ingenioso. Usualmente no era tan impertinente, no el público, y la desequilibraba el cambio. Suspiró, volteó para decirle que esa vez había ganado y se encontró con la boca de María José sobre la suya. Mantuvo abiertos los ojos, aturdida, pendiente del movimiento de las demás personas que se encontraban en la habitación.

Se hizo el silencio. María José le rodeó el cuello con ambos brazos y Manuela sintió el roce del vaso de vidrio, húmedo y frío, cerca del hombro. Siguió sin cerrar los ojos pero se dedicó a responder el beso. Sabía un poco amargo y salado. No le importó, lo que le importó fue que el silencio continuaba.

María José detuvo el beso bruscamente, la apartó con un ligero empujón y encaró a sus amigos.

― ¿Qué? ¿Nunca han visto a dos chicas besarse?

Manuela trató de hacerse pequeña, de pasar desapercibida. Quiso correr, esconderse, apartarse de todos. No sabía que le daba tanta pena mostrar quién le gustaba. Desde que empezó a salir con María José, unos 8 meses atrás, creyó que siempre había sido decisión ajena y le sentó mal darse cuenta de que también ella había contribuido.

― Está bien, digo, es sólo que no lo esperábamos así… de ustedes… que siempre han sido tan amigas… ―comenzó Andrea.

― Sí, sólo es extraño que nuestras amigas se besen, pero no tenemos nada en contra, ya saben ―siguió Daniel mientras se encogía de hombros.

María José asintió complacida, tomó a Manuela de la mano y la sacó del lugar. Manuela nunca notó a qué hora dejó su vaso vacío en el sofá ni en qué momento tomó su sudadera de alguna parte del suelo. Se aferró a la mano de María José, que parecía no querer detenerse.

― Fue tu culpa ―habló María José sin aminorar el paso―. Quedamos que no habría ninguna muestra y no cumpliste.

― Pero no hice nada.

― Me llamaste María frente a todos. Eso debía quedar entre nosotras.

Manuela no supo qué responder. Era curioso pero María José ya no parecía tan alcoholizada como cuando estaban en el departamento. Tal vez el aire frío de las tres de la madrugada le había sentado bien.

― De todas maneras está bien, ya era tiempo de que pudiéramos hacer cosas como las demás parejas.

― ¿Como besarnos en la calle? ―preguntó Manuela sin saber si estaba haciéndolo bien.

― Sí, ese es un buen ejemplo.

Entonces María José sí se detuvo, se puso frente a ella y la besó despacio. Un coche pasó por la calle y Manuela alcanzó a distinguir un grito que la alentaba a meter la mano por debajo de la ropa de María José. Le hizo caso, le resultaba fácil hacerlo cuando no pasaba casi nadie. Ya después aprendería a lidiar con las miradas de otras personas.

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