Tal vez haya sido bueno
que no le dijeras… ya sabes, lo nuestro. Sólo crearías celos innecesarios,
inseguridades, peleas a la menor provocación. O quizá eso de la confianza sí es
importante. No estoy muy segura, las dos opciones tienen sus desventajas. Yo se
lo conté a Karina y no está muy contenta con que salga prácticamente corriendo
cuando me llamas por teléfono; no puede entender que los amores van y vienen
pero los amigos en la mayoría de las ocasiones se quedan mucho tiempo.
Alberto tampoco estaría
contento. He notado cómo me mira cuando salimos los tres juntos y te tomo de la
mano en la calle. Es la cosa más natural del mundo que tú y yo, amigas desde
hace muchos años, tengamos ciertas libertades. Él debe creer que por ser tu
novio puede acaparar las acciones. Por eso está bien que no se lo hayas dicho.
Además, no es como si
tener sexo mágicamente hiciera que las personas involucradas se enamoraran; eso
es ridículo y no pasa ni en las películas porno. El sexo es piel y sangre,
necesidad momentánea. Y lo nuestro fue sólo un experimento, ¿no? Una petición,
un favor, una más de tus locuras. Se te ocurrió probar qué se sentiría hacerlo
con una mujer y la opción obvia era tu mejor amiga, que aparte de cumplir con
el requisito del género también es lesbiana. La experiencia sobre todas las
cosas.
Como toda mejor amiga,
accedí inmediatamente. Si algo se debe valorar de mí es el apoyo incondicional.
Me sigue sorprendiendo que me lo dijeras directamente, de frente, sin sonrojos
ni sonrisitas tontas, como toda una profesional. “Tengamos sexo, Marlene”.
Incluso me hiciste tartamudear pero sabía que ibas en serio; conozco la
determinación que aparece en tus ojos cuando se trata de algo importante, algo
fundamental. Y esto por algún motivo lo era para ti. Para mí era… un alivio.
¿Cuántos años llevamos de
ser amigas? ¿Catorce o quince años? Nos conocimos en la escuela secundaria, nos
hicimos amigas, salimos a muchas fiestas, nos besamos un par de veces mientras
estábamos ebrias y henos aquí, tan alegres como de costumbre. Y a pesar de todo
el camino recorrido tengo que confesarte que aún queda algo de esa semillita,
de ese sentimiento estúpido y lleno de repercusiones que llegué a sentir por ti
al principio de nuestra amistad.
Claro que no me había
dado cuenta. Esas cosas se tragan y nunca se dejan salir. Digamos que después
de los primeros tres novios con los que me atormentaste noté que algo estaba
mal y me conseguí una novia. La debes de recordar porque quise contarte todo lo
que hacíamos con detalles en un intento vano por vengar el dolor de tus
confesiones. Tal vez de ahí surgió tu idea de acostarte con una mujer pero te
llevó tiempo reconocerlo... o armarte de valor. No creo querer saberlo.
El caso de todo esto es
que no imaginas lo diferente que es besarte sin que el alcohol tenga nada que
ver, sin que sea un reto impuesto por algún compañero en turno ni un capricho
temporal. Después del primer beso noté que el sudor en las manos, el calor en
la cara y el vacío en el estómago seguían allí, varios años después de haberme
desecho oficialmente de ellos. Me dolió el corazón, Sara, en serio me dolió.
Quise llorar y decirte que lo dejáramos para otro momento, que me había venido
la regla o que había contraído alguna enfermedad altamente contagiosa, pero tus
ojos serenos no me lo permitieron.
No sé qué vi en ellos, ni
siquiera sé si fueron tus ojos. Pudieron haber sido tus labios entreabiertos,
el leve roce de tu mano sobre mi rodilla o el beso que siguió después. Dejé de
pensar porque los pensamientos hacen daño y no quería que me vieras llorar. Era
sexo, plano y llano, sin compromisos, sin arruinar la amistad. Bocas
encontrándose, dedos recorriendo cuerpos desnudos, toques, más toques, placer.
No quería que vieras lo
que me hacías sentir, quería mantener el profesionalismo. ¿Cómo le hacen los
actores para que no les lata el corazón tan rápido en las escenas de desnudos?
La vida debería haber terminado cuando terminé de besarte por todas partes,
justo antes de que decidieras que también querías jugar y devolverme el favor.
Siguió su curso y apreté los ojos con fuerza para que ninguna lágrima se
atreviera a salir.
Fue bueno, Sara, fue un
gran momento. Me diste un beso rápido en la boca y te pusiste la ropa. También
me vestí. Salimos del hotel tomadas de la mano porque era raro no hacerlo
después de... ya sabes. No te pregunté qué tal estuvo, ni si lo volverías a
repetir, ni nada. Ocurrió y era momento de seguir como si nada hubiera pasado.
Supongo que había un trato implícito por ahí.
Te despediste de mí como
si fuéramos amantes, con un beso profundo y salado. Te sonreí, hice un gesto
con la mano y me tragué el dolor. Es una estupidez que las personas que tienen
sexo se enamoren, ¿pero qué pasa cuando una de ellas ya está enamorada de la
otra? Debe de pasar miles de veces todos los días y no todos lo ven como una
tragedia. Algunos han de decir que por lo menos pudieron tener un momento de
unión física con esa persona.
Yo ya no sé cómo vivir.
Fue un error porque mis manos ahora no pueden olvidar las suaves cuervas de tu
cuerpo y mi nariz quiere volver a sumergirse en tus aromas. Creo que me aferro
al recuerdo. Karina lo sabe y a veces me mira con rencor. Alberto podría
hacerte lo mismo, así que es mejor que no lo sepa, ¿verdad? Si no se entera
todos ganamos.
Bueno, tal vez yo no.
Quien se enamora pierde y yo llevo ya algún tiempo perdiendo. Me gustaría
quedarme a tu lado para siempre, seguir apoyando tus locuras, continuar secando
tus lágrimas, hacer las cosas que las amigas hacen. Eres mi mejor amiga, ¿qué
más puedo hacer? Quizá todo este asunto fue pésima idea, quizá debí haberte
dicho que buscaras a otra mujer para satisfacer tu curiosidad. Quizá debería
callarme y nunca más hablar al respecto. Sólo déjame recordarte que lo nuestro
no fue más que un experimento.
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