Hay días que me cuesta
mirarla a los ojos y enfrentarme al vacío que ahora parece llenarlos. Como si
estuviera perdida en la parte más lejana de sus pensamientos, vedados para
todos, principalmente para mí.
Le hablo a ratos, con
frases cortas que sólo responde horas después, cuando ya no recuerdo muy bien a
qué se refiere. Entonces busco en mi memoria, rescato las pocas cosas que le
dije y entiendo. Sonrío en esos momentos, me gusta creer que aún hay una parte
de ella que se aferra a mi mundo. Por lo general está tan lejos…
El doctor dice que nunca
se podrá bien, que la impresión fue tan grande y el dolor tan profundo que
recibió un daño permanente. Al principio me parecía ridículo, una forma más de
castigarme por una traición a medias cometida, pero ahora la veo sentada todo
el día junto a la ventana que a da a nuestro pequeño jardín y me arrepiento de
demasiadas cosas.
Para empezar de haberla
traicionado, de haberme enamorado de ese ser ajeno que jamás habría podido
contener en mis fronteras. Todo habría sido más fácil si no me hubiera
enamorado de su cabello corto y ondulado y de la postura relajada de sus brazos
al escribir en la computadora.
― ¿Cómo te sientes hoy? ―le
pregunto delicadamente, sin tocarla jamás. No soporta mi contacto y prefiero no
provocarle un ataque de pánico que nos dejaría a las dos agotadas y llorosas,
demasiado cerca de la desesperación definitiva.
No responde, pero esa
tarde parece que ha viajado menos lejos, más cerca de mi alcance. Aun así no
intento ir por ella. Me da miedo. El vacío, el frío, los reproches. Esconde
demasiadas cosas en sus ojos. Sé que me odia pero no tiene otra opción más que
estar conmigo, permitir que le dé de comer en la boca con la misma cuchara de
plástico a la que lleva aferrada meses.
Chasquea la lengua. Por
primera vez en tres años no entiendo. No sé si necesita algo o si trata de
comunicarse. Lo dejo pasar. Con el tiempo he aprendido a dejar pasar la mayoría
de las cosas, incluso el dolor que me quema el pecho cuando me hago un ovillo
en el sofá cama de la sala para intentar conciliar el sueño.
Casi todas las noches me
cuesta dormir y siento que mis ojos se hunden cada vez más en mi rostro ya no
tan joven. También han aparecido arrugas, pequeñas líneas que invaden los
bordes de mis ojos y la frente. Otra cosa que he aprendido con el tiempo es la
resignación. No puedo hacer nada para que las arrugas se vayan y parece que
tampoco para ayudarme a dormir por las noches.
Tampoco puedo apaciguar
el dolor. El dolor de verla así, sin reaccionar en la mayoría de las ocasiones,
odiándome en silencio. Sé que lo merezco y eso es un pequeño consuelo.
Vuelve a chasquear la
lengua. Ahora me mira. Me pongo nerviosa y comienzo a sudar. Se me llenan los
ojos de lágrimas cuando establece contacto visual conmigo. A pesar del vacío,
sigue teniendo unos ojos increíblemente cafés. Recuerdo que en algún momento
quise cambiar esos ojos comunes por unos más exóticos y que nada salió bien.
― ¿Pasa algo? ―le digo,
separando mucho las sílabas para que no haya confusiones. Dice el doctor que
debo articular mejor, exagerar un poco.
Me sigue mirando. El
miedo que me invade se vuelve culpa y la culpa muta lentamente a dolor. El
dolor me invade el cuerpo como una enfermedad terminal. No puedo seguir, me voy
a levantar, voy a tomar mi abrigo y voy a salir corriendo...
― Te perdono.
Su voz es la misma de
siempre pero vibra con una nota de incertidumbre, como si no estuviera
acostumbrada a expresar tantas cosas. Hiperventilo, me ahogo con mi propia
respiración terriblemente agitada. Dios, me perdona. ¿Y ahora qué?
― Gracias.
No sé en qué momento
empecé a llorar pero ya no puedo parar. Con una lentitud abrumadora, me abraza
y simplemente no puedo evitar llorar más y desear que la vida se me escape con
cada lágrima. Nunca le diré que ya no la amo, que el sentimiento desapareció
cuando ese otro ser tan superior a mí se cruzó en mi camino y me enloqueció.
Hay tantas cosas que
nunca le diré que no me alcanzan las palabras vacíos que recito para
enumerarlas. Sé que debo apretar los ojos y parar de llorar. Si todo sale bien,
pronto se dará cuenta de que tampoco me ama, sólo estaba demasiado confundida,
apenada y sola para alejarse de mí.
Como siempre, es cuestión
de esperar.
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