domingo, 14 de febrero de 2016

Perdón vacío





Hay días que me cuesta mirarla a los ojos y enfrentarme al vacío que ahora parece llenarlos. Como si estuviera perdida en la parte más lejana de sus pensamientos, vedados para todos, principalmente para mí.

Le hablo a ratos, con frases cortas que sólo responde horas después, cuando ya no recuerdo muy bien a qué se refiere. Entonces busco en mi memoria, rescato las pocas cosas que le dije y entiendo. Sonrío en esos momentos, me gusta creer que aún hay una parte de ella que se aferra a mi mundo. Por lo general está tan lejos…

El doctor dice que nunca se podrá bien, que la impresión fue tan grande y el dolor tan profundo que recibió un daño permanente. Al principio me parecía ridículo, una forma más de castigarme por una traición a medias cometida, pero ahora la veo sentada todo el día junto a la ventana que a da a nuestro pequeño jardín y me arrepiento de demasiadas cosas.

Para empezar de haberla traicionado, de haberme enamorado de ese ser ajeno que jamás habría podido contener en mis fronteras. Todo habría sido más fácil si no me hubiera enamorado de su cabello corto y ondulado y de la postura relajada de sus brazos al escribir en la computadora.

― ¿Cómo te sientes hoy? ―le pregunto delicadamente, sin tocarla jamás. No soporta mi contacto y prefiero no provocarle un ataque de pánico que nos dejaría a las dos agotadas y llorosas, demasiado cerca de la desesperación definitiva.

No responde, pero esa tarde parece que ha viajado menos lejos, más cerca de mi alcance. Aun así no intento ir por ella. Me da miedo. El vacío, el frío, los reproches. Esconde demasiadas cosas en sus ojos. Sé que me odia pero no tiene otra opción más que estar conmigo, permitir que le dé de comer en la boca con la misma cuchara de plástico a la que lleva aferrada meses.

Chasquea la lengua. Por primera vez en tres años no entiendo. No sé si necesita algo o si trata de comunicarse. Lo dejo pasar. Con el tiempo he aprendido a dejar pasar la mayoría de las cosas, incluso el dolor que me quema el pecho cuando me hago un ovillo en el sofá cama de la sala para intentar conciliar el sueño.

Casi todas las noches me cuesta dormir y siento que mis ojos se hunden cada vez más en mi rostro ya no tan joven. También han aparecido arrugas, pequeñas líneas que invaden los bordes de mis ojos y la frente. Otra cosa que he aprendido con el tiempo es la resignación. No puedo hacer nada para que las arrugas se vayan y parece que tampoco para ayudarme a dormir por las noches.

Tampoco puedo apaciguar el dolor. El dolor de verla así, sin reaccionar en la mayoría de las ocasiones, odiándome en silencio. Sé que lo merezco y eso es un pequeño consuelo.

Vuelve a chasquear la lengua. Ahora me mira. Me pongo nerviosa y comienzo a sudar. Se me llenan los ojos de lágrimas cuando establece contacto visual conmigo. A pesar del vacío, sigue teniendo unos ojos increíblemente cafés. Recuerdo que en algún momento quise cambiar esos ojos comunes por unos más exóticos y que nada salió bien.

― ¿Pasa algo? ―le digo, separando mucho las sílabas para que no haya confusiones. Dice el doctor que debo articular mejor, exagerar un poco.

Me sigue mirando. El miedo que me invade se vuelve culpa y la culpa muta lentamente a dolor. El dolor me invade el cuerpo como una enfermedad terminal. No puedo seguir, me voy a levantar, voy a tomar mi abrigo y voy a salir corriendo...

― Te perdono.

Su voz es la misma de siempre pero vibra con una nota de incertidumbre, como si no estuviera acostumbrada a expresar tantas cosas. Hiperventilo, me ahogo con mi propia respiración terriblemente agitada. Dios, me perdona. ¿Y ahora qué?

― Gracias.

No sé en qué momento empecé a llorar pero ya no puedo parar. Con una lentitud abrumadora, me abraza y simplemente no puedo evitar llorar más y desear que la vida se me escape con cada lágrima. Nunca le diré que ya no la amo, que el sentimiento desapareció cuando ese otro ser tan superior a mí se cruzó en mi camino y me enloqueció.

Hay tantas cosas que nunca le diré que no me alcanzan las palabras vacíos que recito para enumerarlas. Sé que debo apretar los ojos y parar de llorar. Si todo sale bien, pronto se dará cuenta de que tampoco me ama, sólo estaba demasiado confundida, apenada y sola para alejarse de mí.

Como siempre, es cuestión de esperar.

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