domingo, 7 de febrero de 2016

348 días



Llevan 348 días sin verse. Se supone que no debería llevar la cuenta pero simplemente es algo que no puede evitar. Tampoco puede evitar buscar la única fotografía que le tomó cuando recién comenzaban a salir y la vida era brillante y buena. Tiene una versión impresa pero prefiere ver la que guarda en el ordenador dentro de varias carpetas de nombres nada sospechosos.

En realidad debe evitar muchas cosas más, como buscar su perfil en Facebook, crear una cuenta nueva y hacerse su amiga, hablar con ella fingiendo ser otra persona. Es sólo que las cosas salen naturalmente, sin esfuerzo. Claro que no le ha dicho eso al psiquiatra que la ve cada viernes por la tarde. Sería tonto hacerlo porque va en contra de todo lo que han trabajado en los últimos 6 meses. No le importa.

Esa semana incluso ha omitido la terapia y ha preferido tumbarse en el suelo húmedo de un parque cercano al consultorio. Sabe que está mal pero ya no soporta que el psiquiatra le repita una y otra vez que está obsesionada con Elizabeth. Tampoco soporta que la mande a tirar sus cartas, sus discos y todas las cosas que se la recuerden. No puede. Significan demasiado para ella y perderlas sería perder una parte de sí misma. No quiere.

En ese momento sólo quiere entrar a su otra cuenta de Facebook y hablarle, preguntarle cómo ha estado y cómo le va con su chica. Tal vez insiste demasiado en este tema pero no le parece bien que Elizabeth haya continuado con su vida tan pronto, apenas 217 días después de su ruptura. Tampoco le parece bien seguir estancada con la misma persona. Sin embargo, no quiere cambiar. Ni las terapias ni los medicamentos ni los reproches de todos sus amigos han hecho dejar de sentir ese cosquilleo en el estómago cuando ve una foto de Elizabeth en alguna parte de la ciudad, sonriente y feliz.

Por eso a veces tiene ganas de decirle quién es en realidad y lo mucho que le cuesta respirar por las mañanas cuando despierta y la busca a su lado. Después de todos esos días, casi un año, aún no se acostumbra a no sentir su calor por las noches. Una parte de ella agradece que sólo durmieran en la misma cama una vez por semana, por lo general los sábados, porque de lo contrario le resultaría aún más difícil acostumbrarse a la ausencia.

La primera lágrima cae al suelo y se pierde en el pasto decadente. No quiere llorar. No vale la pena. Lloró mucho cuando Elizabeth le dijo que ya no quería estar con ella. También se arrodilló, le abrazó las piernas y le rogó a gritos que no la dejara. Le avergüenza pensar esas cosas pero a veces es bueno recordarse ciertas cosas. No quiere olvidar las partes fundamentales de su vida. Tampoco quiere olvidar ni un solo detalle de esa relación fallida.

La segunda lágrima se ha estancado en su ojo derecho y la tercera ni siquiera logra existir. Por primera vez en las últimas semanas no atribuye su breve felicidad a la alta dosis de antidepresivos que usa. Suspira. Puede vivir con eso. De todas maneras, pase lo que pase, mañana será el día 349.

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