miércoles, 11 de noviembre de 2015

Gloria



La mira y la sonrisa que le llena el rostro le alcanza los ojos y los hace brillar. Sabe que, desde luego, Gloria no puede corresponder su sonrisa y eso no la apena. Se ha acostumbrado. Llevan más de un año yendo a la misma preparatoria y Gloria es una persona muy popular, así que un día, en primer año, determinó que sus encuentros debían reducirse a la comodidad de su casa. Agradece que sean vecinas o su amistad sería imposible.

Por eso, en ese momento, sentada en la mesa más alejada del comedor, envidia ligeramente a las tres chicas que la acompañan siempre a todas partes y al novio de turno, un jovencito alto y guapo que parece su mayordomo y que a veces la lleva a su casa. Los ha visto besarse cuando se despiden y ha notado que en ocasiones la mano del chico se desliza por debajo de su falda. Cuando eso pasa cierra los ojos, le da la vuelta a la manzana y se aparece cuando el chico se ha ido. Encuentra a Gloria acostada en el sillón, frente al televisor, esperándola para comenzar a hacer las tareas.

Helena no se ha dado cuenta pero sigue sonriendo. Ha notado a lo largo de los 4 años que llevan de ser amigas que siempre tiene esa reacción cuando ve a Gloria en todo su esplendor y últimamente el mal ha empeorado. Recuerda que la última vez que salieron de compras Gloria le tomó la mano y Helena no pudo hacer nada para calmar los latidos de su corazón. Tal vez se debiera a que era la primera persona que le tomaba la mano en público o a ese sentimiento casi siempre oculto que hacía tiempo había dejado de identificar como amistad.

Mientras mira a Gloria alejarse con su séquito piensa en que no debe ser muy normal que una tenga ganas de besar a su amiga, por lo menos no en la boca. A veces, cuando no puede dormir, se imagina tomando la estilizada mano de Gloria y entrelazando sus dedos con los de ella; luego se obliga a imaginarse dándole un beso casto e inocente en los labios. Su fantasía se sale de control cuando Gloria la empuja, la arrincona contra una pared que no debía estar allí y comienza a besarla por todos lados sin pudor alguno. Entonces se da cuenta de que se quedó dormida, de que está sudada y de que siente una humedad que ya le empieza a parecer habitual entre las piernas.

Se avergüenza recordando esas cosas en la escuela mientras se fija, tal vez demasiado, en lo bien que le queda esa falda blanca y ajustada a Gloria. Entonces toma una decisión. Se levanta con brusquedad, corre hacia Gloria y sus seguidores, se planta frente a ella a pesar de la mirada de fastidio que se pinta en su cara bonita, la toma de los hombros y le da un torpe beso en la boca. Se queda pegada a su boca hasta que Gloria reacciona y la empuja. Antes de que pueda decir algo, Helena huye. Escucha los gritos de marimacha y tortillera pero decide que no le importa.

Corre a casa y se refugia en su cama. Cuando despierta, la luz ha menguado y por su ventana alcanza a ver que los vecinos ya encendieron las luces del porche. Se levanta, se estira, baja a la sala y allí, de pie junto al sofá, está Gloria. La espera y Helena lo sabe.

― Ya no podemos ser amigas. Lo siento mucho. Lamento haberte hecho pensar esas cosas.

Helena asiente, ignorando que los ojos se le han llenado de lágrimas y la garganta se le ha secado.

― Claro, lo entiendo. Gracias por ser amable.

No sabe bien por qué lo dice pero cree que se lo debe. La mira rápidamente y nota que Gloria llora. Alarga la mano hacia ella y Gloria hace lo mismo. Sus dedos se tocan durante un segundo que para Helena equivalen a una eternidad. Entonces Gloria recapacita, quita la mano y se dirige hacia la puerta principal.

― Tal vez en otra vida, Helena.

Entonces sale. Es la mentira más grande que le han dicho. Se sienta en el sofá y llora. Llora porque no puede ni quiere ni cree que debe haber otra cosa. Gloria tiene razón, tal vez en otra vida, en una que no le pertenezca.

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