La mira y la sonrisa que
le llena el rostro le alcanza los ojos y los hace brillar. Sabe que, desde
luego, Gloria no puede corresponder su sonrisa y eso no la apena. Se ha
acostumbrado. Llevan más de un año yendo a la misma preparatoria y Gloria es
una persona muy popular, así que un día, en primer año, determinó que sus
encuentros debían reducirse a la comodidad de su casa. Agradece que sean
vecinas o su amistad sería imposible.
Por eso, en ese momento,
sentada en la mesa más alejada del comedor, envidia ligeramente a las tres
chicas que la acompañan siempre a todas partes y al novio de turno, un
jovencito alto y guapo que parece su mayordomo y que a veces la lleva a su
casa. Los ha visto besarse cuando se despiden y ha notado que en ocasiones la
mano del chico se desliza por debajo de su falda. Cuando eso pasa cierra los
ojos, le da la vuelta a la manzana y se aparece cuando el chico se ha ido.
Encuentra a Gloria acostada en el sillón, frente al televisor, esperándola para
comenzar a hacer las tareas.
Helena no se ha dado
cuenta pero sigue sonriendo. Ha notado a lo largo de los 4 años que llevan de
ser amigas que siempre tiene esa reacción cuando ve a Gloria en todo su
esplendor y últimamente el mal ha empeorado. Recuerda que la última vez que
salieron de compras Gloria le tomó la mano y Helena no pudo hacer nada para
calmar los latidos de su corazón. Tal vez se debiera a que era la primera
persona que le tomaba la mano en público o a ese sentimiento casi siempre
oculto que hacía tiempo había dejado de identificar como amistad.
Mientras mira a Gloria
alejarse con su séquito piensa en que no debe ser muy normal que una tenga
ganas de besar a su amiga, por lo menos no en la boca. A veces, cuando no puede
dormir, se imagina tomando la estilizada mano de Gloria y entrelazando sus
dedos con los de ella; luego se obliga a imaginarse dándole un beso casto e
inocente en los labios. Su fantasía se sale de control cuando Gloria la empuja,
la arrincona contra una pared que no debía estar allí y comienza a besarla por
todos lados sin pudor alguno. Entonces se da cuenta de que se quedó dormida, de
que está sudada y de que siente una humedad que ya le empieza a parecer
habitual entre las piernas.
Se avergüenza recordando
esas cosas en la escuela mientras se fija, tal vez demasiado, en lo bien que le
queda esa falda blanca y ajustada a Gloria. Entonces toma una decisión. Se
levanta con brusquedad, corre hacia Gloria y sus seguidores, se planta frente a
ella a pesar de la mirada de fastidio que se pinta en su cara bonita, la toma
de los hombros y le da un torpe beso en la boca. Se queda pegada a su boca
hasta que Gloria reacciona y la empuja. Antes de que pueda decir algo, Helena
huye. Escucha los gritos de marimacha y
tortillera pero decide que no le
importa.
Corre a casa y se refugia
en su cama. Cuando despierta, la luz ha menguado y por su ventana alcanza a ver
que los vecinos ya encendieron las luces del porche. Se levanta, se estira,
baja a la sala y allí, de pie junto al sofá, está Gloria. La espera y Helena lo
sabe.
― Ya no podemos ser
amigas. Lo siento mucho. Lamento haberte hecho pensar esas cosas.
Helena asiente, ignorando
que los ojos se le han llenado de lágrimas y la garganta se le ha secado.
― Claro, lo entiendo.
Gracias por ser amable.
No sabe bien por qué lo
dice pero cree que se lo debe. La mira rápidamente y nota que Gloria llora.
Alarga la mano hacia ella y Gloria hace lo mismo. Sus dedos se tocan durante un
segundo que para Helena equivalen a una eternidad. Entonces Gloria recapacita,
quita la mano y se dirige hacia la puerta principal.
― Tal vez en otra vida,
Helena.
Entonces sale. Es la
mentira más grande que le han dicho. Se sienta en el sofá y llora. Llora porque
no puede ni quiere ni cree que debe haber otra cosa. Gloria tiene razón, tal
vez en otra vida, en una que no le pertenezca.
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