sábado, 14 de noviembre de 2015

[Eucalipto] Imposible decir adiós



 Para Kuropin y Manú




Se acerca a la cama y la observa largo rato. Está dormida pero parece muerta. No se mueve y apenas puede distinguir cómo sube y baja su pecho. Es un movimiento lento y pausado que le hace pensar que en cualquier momento dejarán de funcionar sus pulmones. Es parte de la enfermedad, ¿no? Pero no quiere verla morir, no así por lo menos, no llena de dolor, no luchando por respirar y sintiendo como poco a poco, segundo a segundo, se le va la vida. Prefiere que muera de forma tranquila. Tranquila y digna.

Le ha dado por aferrarse a la dignidad para justificar sus acciones. Se dice todos los días que nadie merece estar sintiéndose mal, en cama, sin ganas ni fuerzas para vivir pero obligado a hacerlo porque su organismo aún aguanta. Nadie lo merece y mucho menos ella, el amor de su vida, la mujer con la que ha compartido unos años que parecen eternidades. No le pesa. Ha disfrutado estar a su lado en cada momento porque la ama. La ama profundamente. Incluso la ama cuando está así, más muerta que viva.

Una de sus manos recorre lentamente sus cabellos oscuros, largos y maltratados. La enfermedad ha carcomido su cuerpo. Ahora tiene el vientre hinchado, lleno de un líquido que se debería drenar cada semana pero que ha dejado acumularse allí durante el último mes. Es que no puede soportar sus llantos y gritos de dolor cuando la aguja penetra la piel. Entiende su dolor y lo siente. Lo siente como si le ocurriera a ella, como si la aguja se le clavara en el corazón y sin anestésico.

Abre los ojos e intenta regalarle una sonrisa. Su boca se deforma y sus labios forman dos palabras. Sabe que ella también la ama y agradece, de verdad lo hace, que quiera decírselo aunque ni siquiera pueda hablar. Le responde con la voz más tranquila que tiene. Todo va a estar bien, piensa, ya pronto pasará el dolor. Entonces la abraza, con firmeza pero sin lastimarla. Le explica en voz baja, muy baja, que la va a extrañar mucho. Y ella entiende, ella sabe, porque siente el vientre demasiado hinchado y el corazón a punto de fallar.

Nota que no llora, sólo usa sus últimas fuerzas para aferrarse al abrazo. Sabe que su dolor se está diluyendo despacio, tomándose su tiempo para desaparecer para siempre. Cierra los ojos y cuando los vuelve a abrir se da cuenta de que ya no respira. La suelta, la acomoda en la cama, la tapa bien y se deja llevar por el sufrimiento de su pérdida.

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