domingo, 23 de agosto de 2015

[Eucalipto] Imposible olvidar

Para Kuropin




Entró a la habitación que durante tantos meses había estado celosamente cerrada con llave. La cama, el tocador con el espejo roto y el baúl, aún lleno de ropa, se encontraban en la misma posición. Las cortinas, verdes, pesadas, empolvadas, no dejaban pasar la luz. En el aire flotaba un aroma conocido, viciado por el tiempo. Olía a rancio, a viejo, a encerrado. A lágrimas que todavía ensuciaban el piso de madera.

Respiró con fuerza, tratando de recuperar lo perdido. Se dirigió a la cama y notó que las sábanas aún estaban revueltas. No había tenido el valor de quitarlas, de deshacerse de la evidencia de la mujer que pasó allí sus últimas semanas. Se acostó, se tapó, se concentró en el delicadísimo deje de eucalipto que debía estar ahí y lloró.

Porque todo estaba igual pero diferente.

Faltaba ella, dormida, cansada, adolorida. Su voz suave, delicada, quebrada, frágil. Su piel marchita. Sus ojos agotados, llorosos, a ratos vacíos. Sus manos buscando caricias que no era capaz de devolver.

Faltaba el olor a medicamentos, mejunjes, remedios, desechos corporales y faltaban también las mentiras, las palabras que jugaban a que todo estaría bien.

Faltaba la mirada azul, profunda, del amor de su vida. Su sonrisa rota, su llanto angustiante…

Se dio cuenta de que simplemente no podía olvidarla. Era incapaz de dejarla ir.

Por eso, sin dejar de llorar, con unas ganas terribles de que su corazón dejara de latir de una vez por todas, se enrolló más en las sábanas que alguna vez le pertenecieron a la mujer que amaba y decidió intentar dejar de respirar.

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