Tiene los ojos rojos y preocupados, cansados
de tanto llorar. Y mira incesantemente a la mujer que se acuesta a su lado
desnuda, con la espalda hacia ella, indiferente a su sufrimiento. Suspira, se
arma de valor y recorre su cuello con sus dedos fríos. Las uñas se le han
puesto moradas después de pasar las últimas tres horas fuera de los incómodos y
extraños cobertores de una cama de hotel y siente que por fin llega sangre a
ellas.
La otra mujer se mueve incómoda debido al roce
casi imperceptible que se ha producido fuera de las horas de servicio
establecidas. Intenta no abrir los ojos, no voltear a ver a su amante
ocasional, no interrumpir el contacto de una manera poco elegante. Aprieta los
ojos y se enfoca en repetir el nombre de la mujer con la que ha decidido
atormentarse. Elisa.
Elisa ha cambiado de táctica. En lugar de
tocarle el cuello, la abraza y sus manos se deslizan por sus pechos generosos y
redondos, ligeramente caídos. Aprieta un poco los pezones y siente que se ponen
erectos. Siente el triunfo en su interior, una pequeña muestra de su poder. Le
da un beso en la parte de la espalda que le queda frente a la boca y sonríe.
Está cansada y adolorida. Quiere empezar a gritar sus motivos para haber
accedido a pasar esa noche con Ana cuando se había jurado que no volvería a
pasar. Sus dedos ya no aprietan los pezones ajenos, su boca ya no besa la
espalda que no le pertenece, sus ojos se humectan con lágrimas propias.
Ana siente la humedad en la espalda y se
maldice. Sabe que debería hacer algo, abrazarla, decirle palabras bonitas, mentirle, pero se siente poco
dispuesta a cualquier acto. Sólo lo deja pasar, alejarse de ella, no
involucrarse. Deja de contener la respiración cuando Elisa afloja el abrazo. El
familiar sonido de los resortes de la cama le indica que se ha levantado y el
ruido de un cierre subiéndose que se ha vestido. Se incorpora, cubriendo su
desnudez como si Elisa fuera una desconocida.
Elisa la mira y Ana le sostiene la mirada.
― Lo siento mucho ―murmura Ana.
Elisa azota la puerta
al salir de la habitación y Ana empieza a llorar. Es un alivio que el televisor
del cuarto de a lado ayude a encubrir sus sollozos.
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