miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mil veces más



Hizo un esfuerzo tremendo para contener la lengua… y lo logró. Mentalmente no dejaba de maldecir, tampoco de llamarla "puta". La noticia le había caído muy mal, pero parecía causarle más ira que miedo, ansiedad o tristeza. Después de todo, sólo la estaba dejando. "No es por ti, es por mí. Necesito tiempo para estar sola". Debería haberle dicho la verdad: que había conocido a una mujer mucho más atractiva en ese bar de mierda en el que trabajaba y prefería largarse con ella. Lo sabía, Martina lo sabía todo. La había seguido durante varias noches hasta dar con la respuesta.



— No —consiguió articular. Tomó a la perra traidora por la muñeca y prácticamente la arrastró hacia ella—. Tú de aquí no te vas hasta que me digas la verdad.



Vio el miedo reflejado en sus ojos y eso le agradó. No pensaba hacerle daño. Su noviazgo ya había sido demasiado desastroso como para que también lo fuera la ruptura. Sólo debía decir una frase y Martina la soltaría, daría la vuelta y la sacaría de su vida después de maldecirla mil veces más. Pero quería escuchar de los labios que había besado las palabras mágicas: te dejo por otra.



— Vamos —apremió.



— ¿Qué verdad? —le estaba doliendo el apretón de muñeca y su voz estaba un poco rota... por lo menos esperaba que esa fuese la causa.



— ¡¡Que me abandonas!! —respondió dejando en un rincón lo que aún le quedaba de compostura. La soltaría, en serio la soltaría...



— Vale, vale, me voy con otra, con otra —concedió. Al parecer, había adivinado lo que quería escuchar y su intención era solucionar el asunto de la manera más profesional posible.


Pero no la soltó. Apretó más el agarre e imaginó que se escuchaba un clic. Sacudió la cabeza. No quería hacerle daño, sólo se estaba dejando llevar por la rabia. Entonces sí la soltó, abrió la mano lentamente y notó que había estado sudando mucho. Su ex-novia la miró con una mezcla de perplejidad y alivio, susurró un "adiós" apresurado y salió prácticamente corriendo. Martina maldijo de nuevo, contuvo el impulso de ir tras ella y se secó las lágrimas con un pañuelo desechable mugroso que llevaba días en su bolso.

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