Hizo un esfuerzo tremendo para contener la
lengua… y lo logró. Mentalmente no dejaba de maldecir, tampoco de llamarla
"puta". La noticia le había caído muy mal, pero parecía causarle más
ira que miedo, ansiedad o tristeza. Después de todo, sólo la estaba dejando.
"No es por ti, es por mí. Necesito tiempo para estar sola". Debería
haberle dicho la verdad: que había conocido a una mujer mucho más atractiva en
ese bar de mierda en el que trabajaba y prefería largarse con ella. Lo sabía,
Martina lo sabía todo. La había seguido durante varias noches hasta dar con la
respuesta.
— No —consiguió articular. Tomó a la perra
traidora por la muñeca y prácticamente la arrastró hacia ella—. Tú de aquí no
te vas hasta que me digas la verdad.
Vio el miedo reflejado en sus ojos y eso le
agradó. No pensaba hacerle daño. Su noviazgo ya había sido demasiado desastroso
como para que también lo fuera la ruptura. Sólo debía decir una frase y Martina
la soltaría, daría la vuelta y la sacaría de su vida después de maldecirla mil
veces más. Pero quería escuchar de los labios que había besado las palabras
mágicas: te dejo por otra.
— Vamos —apremió.
— ¿Qué verdad? —le estaba doliendo el apretón
de muñeca y su voz estaba un poco rota... por lo menos esperaba que esa fuese
la causa.
— ¡¡Que me abandonas!! —respondió dejando en un
rincón lo que aún le quedaba de compostura. La soltaría, en serio la
soltaría...
— Vale, vale, me voy con otra, con otra
—concedió. Al parecer, había adivinado lo que quería escuchar y su intención
era solucionar el asunto de la manera más profesional posible.
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